Los cien años de Domenico Bartolucci. Cómo cítara en tierra extranjera

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El Vaticano emitió una estampilla y un CD, a los cien años de su nacimiento. Pero la tarde del miércoles 14 de junio, entre las estatuas greco-romanas del Braccio Nuovo [Ala Nueva] de los museos pontificios, durante el concierto en honor de Domenico Bartolucci (1917-2013), el gran músico y hombre de Iglesia, no había sombra ni del actual coro de la Capilla Sixtina de la cual él fue «maestro perpetuo», ni del Pontificio Instituto de Música Sacra de la que fue docente, ni de las autoridades vaticanas que importan.

Era si todo ocurriera en tierra extranjera. Como había sido enviado al exilio el mismo Bartolucci, cuando en 1997 fue echado de la dirección del coro que acompaña las liturgias papales, y con él fue despedida la tradición «romana» de música litúrgica que desde el Gregoriano y desde Palestrina llegó al siglo XX y al Concilio Vaticano II y que tuvo precisamente en Bartolucci su último genial representante.

Para tocar en su honor, en el Braccio Nuovo, estuvo el gran Uto Ughi, quien insertó magníficamente una «fantasía, intermedio y fuga» para violín y cuerdas de Bartolucci entre dos célebres conciertos, siempre para violín y cuerdas, de Bach y de Vivaldi.

Mientras que para ejecutar tres de sus espléndidos motetes hubo un ensamble de sus ex alumnos y cantantes de coro, que crecieron en su escuela y permanecieron fieles a ella.

Y después hubo una representación de la ciudad de Florencia. No sólo porque Bartolucci era florentino, sino más todavía porque el 19 de diciembre del 2018, en el Teatro de la Ópera de Florencia, será puesta en escena por primera vez la única obra lírica escrita y musicalizada por él, el «Brunellesco«, con protagonista el genial arquitecto que ideó, hace justamente seiscientos años, esa obra maestra única en el mundo que es la cúpula de la catedral de Florencia. Porque está también esta obra lírica en su riquísima producción de música sacra y profana, que ocupa 40 grandes volúmenes en curso de publicación.

En la catedral florentina dedicada a Santa Maria del Fiore, el pasado 4 de junio, domingo de Pentecostés, el arzobispo de la ciudad, el cardenal Giuseppe Betori, celebró la Misa en memoria de Bartolucci, acompañada por todos sus músicos, dirigidos por uno de sus más valiosos discípulos, el maestro Michele Manganelli. Y este evento – no un concierto, sino música sagrada en vivo, en el corazón de la liturgia – se acompaña con decenas de otros momentos musicales por el centenario del nacimiento de Bartolucci, previstos en Roma y en otras ciudades desde el pasado 6 de mayo hasta el 11 de diciembre, con el trabajo de cantores y músicos de trece países, promovidos por la Fundación que lleva su nombre.

En el 2010 Benedicto XVI, que tenía una muy alta estima por Bartolucci, lo creó cardenal. Pero esta púrpura no fue acompañada por ningún reflorecimiento de la impronta musical que él le había dado a las liturgias papales, antes que la tempestad de una superficial modernización se abatiese sobre ellas, mucho más ahora, durante el pontificado de Francisco.

Esto no quita que la herencia de Bartolucci se mantenga viva, por obra de tantos. Más en tierra extranjera que en el corazón de la cristiandad y que en las liturgias del Papa. Como una «opción Benedicto» en clave musical, en la fervorosa preparación de un renacimiento en estos tiempos de disolución de una civilización.

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