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Germán Arana, el jesuita que aconsejó mal a Francisco

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La primera cabeza en saltar, en la obra de reconstrucción de la jerarquía católica de Chile puesta en movimiento por el papa Francisco, ha sido la más previsible: la de Juan de la Cruz Barros Madrid, removido como obispo de Osorno.

Pero hay algo que no encaja, en esta operación y en sus antecedentes.

La foto arriba es un indicio. Fue tomada en la catedral de Osorno el 21 de marzo de 2015, el día del turbulento ingreso en la diócesis de monseñor Barros, señalado con graves acusación de indignidad, pero defendido incondicionalmente por el Papa. ¿Quién es el que está junto a él, con hábitos litúrgicos y con el acta de nombramiento en la mano, mientras alrededor hay una furiosa discusión? Un jesuita no chileno, sino español, Germán Arana, amigo y guía espiritual de Barros, pero sobre todo confidente entre los más íntimos de Jorge Mario Bergoglio.

Cuando a mediados del pasado mes de mayo Francisco convocó a Roma a todos los obispos chilenos para tres días de «discernimiento» sobre los abusos sexuales salidos a la luz en estos últimos años, también llegó Barros, pero proveniente de Madrid y junto precisamente al jesuita Arana.

El cual había desempeñado un rol decisivo, tres o cuatro años antes, en el nombramiento de Barros como obispo de Osorno, según lo aseverado con seguridad el pasado mes de mayo en la página web para-vaticana «Il Sismografo» por su fundador y director Luis Badilla, vaticanista chileno que vive en Roma, ex periodista de Radio Vaticana, después que habían aparecido en el sitio español «Infovaticana» las primeras indiscreciones sobre el rol del jesuita.

Hasta hace un par de meses atrás el rol de Arana era totalmente desconocido, no sólo para el gran público, sino también para los mismos especialistas de la información vaticana.

Ni siquiera cuando Francisco, en el pasado mes de abril, confesó haber «incurrido en graves equivocaciones de valoración y percepción de la situación, especialmente por falta de información veraz y equilibrada», nadie proporcionó el nombre de Arana, al señalar a los que habrían engañado al Papa.
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Por el contrario, los principales culpables de haber inducido a Francisco a promover a Barros para la diócesis de Osorno y después haber defendido su inocencia fueron y están hasta ahora sistemáticamente identificados los cardenales Francisco Javier Errázuriz Ossa y Ricardo Ezzati Andrello, anterior y actual arzobispo de Santiago, y el nuncio apostólico en Chile, Ivo Scapolo.

Pero si nos remontamos al invierno entre 2014 y 2015, cuando se hizo el nombramiento, hay una carta del papa Francisco que contradice esta reconstrucción.

La carta – dada a conocer por Nicole Winfield, periodista de Associated Press, en enero de este año, en vísperas del viaje de Francisco a Chile – lleva la fecha del 31 de enero de 2015.

Para esa fecha el nombramiento de Barros como obispo de Osorno ya era oficial, dado a conocer por la Santa Sede el anterior 10 de enero. Pero el Consejo permanente de la Conferencia Episcopal Chilena había escrito al Papa, pidiéndole que revocara “in extremis” ese nombramiento. Y es a este mismo Consejo permanente que Francisco responde con la carta que ahora se conoce. En la cual rechaza su pedido.

En la carta, Francisco refiere que a finales del 2014 también el nuncio se había puesto en marcha para inducir a Barros a renunciar al nombramiento y a retirarse más que nada a «un período sabático», extendiendo el mismo pedido también a los otros dos obispos chilenos involucrados en la misma situación.

Y Barros – sabemos siempre por el Papa – escribió efectivamente una carta de renuncia, pero que Francisco no aceptó, a causa – según él mismo explica – de una falla presente en la misma carta de renuncia, en la que Barros había incluido los nombres de los otros dos obispos facilitados por el nuncio, nombres que, por el contrario, debían permanecer secretos.

Además de la inconsistencia de esta justificación dada por Francisco a lo hecho por él, de la carta del Papa resulta entonces en forma evidente que ni el nuncio ni el Consejo permanente de la jerarquía chilena – esto es, sus más altos representantes, comenzando por el arzobispo de Santiago – habían apoyado con gusto la promoción de Barros a obispo de Osorno. Más aún, uno y otros se habían puesto en movimiento para contrarrestarla, tanto antes como después de su publicación oficial, evidentemente considerando dignas de crédito las acusaciones dirigidas contra él.

Pero hay también otra cosa en esa carta de Francisco del 31 de enero de 2015.

El Papa cuenta que en esos mismo días Barros estaba haciendo «el mes de ejercicios espirituales en España». Hoy sabemos dónde y con quién: en Madrid y bajo la guía del jesuita Arana, ex docente en la Pontificia Universidad Gregoriana y desde el 2011 rector del seminario español de Comillas, y -ha subrayado “Il Sismografo” con fama de “formidable formador de sacerdotes y de gran guía en los ejercicios espirituales».

No solo eso. También en los últimos meses de 2014 – en el intervalo entre su anterior cargo de ordinario militar de Chile y el inminente cargo como obispo de Osorno – Barros había transcurrido ese período en Madrid, siempre cercano al padre Arana. Y habría sido justamente este último el que convenció a Bergoglio sobre la bondad del nombramiento. Luis Badilla, en «Il Sismografo», no tiene dudas al visualizar una referencia al decisivo “consejo” de Arana en estas palabras dichas durante el vuelo de regreso a Chile, el 21 de enero de 2018, en defensa extrema de la inocencia de Barros, antes del giro total de pocas semanas después y bajo el peso de pruebas abrumadoras:

«El caso del obispo Barros es un caso que lo hice estudiar, lo hice investigar, lo hice trabajar mucho, y realmente no hay evidencias de culpabilidad, más bien parece que no se van a encontrar».

No sorprende, entonces, que el padre Arana haya elegido caminar al lado de Barros en el trámite de constatación de su ingreso a la diócesis de Osorno, ni que él ya haya estado próximo en los años posteriores, hasta su venida a Roma de hace un mes y a la posterior remoción inevitable.

Queda una incógnita. ¿Qué hará ahora Francisco con este imprevisible consejero jesuita?? ¿Lo mantendrá en el círculo de sus confidentes más íntimos y escuchados? No es éste el primer incidente que le sucede, por obra de uno de ellos, sin que él se libere de sus consecuencias. El caso Viganòenseña. Hay en este círculo de sus administradores un serio punto débil del pontificado de Francisco.

Con una complicación más. En las diez páginas entregadas a mitad de mayo por Francisco a los obispos chilenos como pistas para el «discernimiento», reprendió a esos obispos y superiores religiosos que confían los seminarios y los noviciados, con el respectivo reclutamiento, “a sacerdotes sospechados de homosexualidad activa”. Un reproche parecido le dirigió pocos días después – a puertas cerradas – también a los obispos italianos reunidos en Rímini, reunidos en asamblea plenaria. «Estamos llenos de homosexuales”, se lamentó. ¿Pero entonces por qué Francisco no «discierne» también en el círculo de los eclesiásticos más cercanos a él?

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Al margen de esta historia se conoce también que entre los numerosos casos de abusos sexuales llevados a cabo por miembros del clero chileno y salidos a la luz en los últimos veinte años hay uno que ha tenido poquísimo relieve más allá de Chile, pero no es menos grave. E involucra también a la Compañía de Jesús.

Ha dado información detallada sobre esto Edward Pentin en el National Catholic Register:

> The Ignored Chilean Abuse Case. At a Jesuit High School

Epicentro de esta otra historia es el Colegio San Ignacio, de Santiago de Chile, dirigido por los jesuitas y de perfil decididamente progresista, opuesta a la vecina parroquia conservadora de El Bosque, gobernada durante mucho tiempo por ese Fernando Karadima que es el emblema de los horrores, después de su condena en el 2011 por parte de la Congregación para la Doctrina de la Fe, pero que durante décadas ha sido un educador y guía altamente capacitado, en el bien y en el mal, de grandes grupos de jóvenes y sacerdotes, algunos de los cuales – entre ellos Barros – han llegado después a ser obispos.

El culpable en este caso es el jesuita Jaime Guzmán Astaburuaga, que llevó a cabo sus fechorías en los años ’80 y ’90, abusando sexualmente de numerosos jóvenes de entre los 12 y los 17 años. La provincia chilena de la Compañía de Jesús tuvo conocimiento de estos abusos en el 2010. Y en el 2012 lo condenó.

Pero recién en enero de este año el provincial de los jesuitas chilenos, Cristián del Campo, hizo pública la condena del padre Guzmán. Lo cual suscitó la reacción de sesenta alumnos del colegio, que en una lectura abierta han definido como «injustificados» los cinco años de silencio sobre la condena, que han tenido el efecto de hacer sufrir también más a las víctimas y perjudicar la obligada obra de reparación y de prevención.

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