Es la verdadera novedad del éxito de este pontificado. También Juan Pablo II y Benedicto XVI tuvieron índices de altísima popularidad, o inclusive superiores, pero sólo entre los fieles. Fuera de ellos fueron duramente combatidos por Sandro Magister para Chiesa
ROMA, 27 de marzo del 2014 – El papa Francisco ha superado la marca de su primer año impulsado por una inmensa popularidad. Pero en esto no hay nada nuevo. También Benedicto XVI había alcanzado en el año 2008 idénticos niveles de consenso. Y Juan Pablo II había sido todavía más popular, y durante muchos años seguidos. La novedad es otra. Con Francisco, por primera vez desde tiempos inmemorables, un Papa es elogiado no sólo por los suyos, sino casi más todavía por los de afuera, por la opinión pública laica, por los medios de comunicación seculares, por gobiernos y por organizaciones internacionales. Inclusive ese informe de una comisión de la ONU que en los primeros días de febrero atacó ferozmente a la Iglesia lo ha preservado, inclinándose a ese «¿quién soy yo para juzgar?» ahora asumido universalmente como el lema emblemático de las «aperturas» de este pontificado. Sus dos últimos predecesores no. En el apogeo de su popularidad tenían a su favor al pueblo cristiano, pero tenían en contra a todos los otros. Paradójicamente, tanto más el «siglo» combatía al Papa, tanto más el Papa se agigantaba. La revista «Time» dedicó a Juan Pablo II la tapa del hombre del año justamente en 1994, el año de la batalla campal librada por él, casi solo contra el resto del mundo, con la Administración estadounidense a la cabeza, antes, durante y después de la conferencia convocada por la ONU en El Cairo para el control de la natalidad y, en consecuencia, según las palabras del Papa, para «la muerte sistemática de los no nacidos». Karol Wojtyla había hecho del año 1994 el año de la familia porque la veía amenazada y agredida, cuando por el contrario, en el inminente nuevo milenio, en la visión del Papa, ella debería volver a resplandecer como al inicio de la creación, macho y hembra, crezcan y multiplíquense, y «que el hombre no separe lo que Dios ha unido». También en ese 1994 Juan Pablo II escribió a los obispos una carta para reafirmar el no a la comunión para los divorciados que se han vuelto a casar. Y pronunció otro no sin apelaciones a las mujeres sacerdotes. Y el año anterior había dedicado una encíclica, la «Veritatis splendor», a los fundamentos naturales y sobrenaturales de las decisiones morales, contra el arbitrio de la conciencia individual. Y al año siguiente publicó otra encíclica, la «Evangelium vitae», terrible contra el aborto y la eutanasia. No solo eso. También en el tablero de la política internacional el papa Wojtyla tuvo en contra a gran parte del mundo. Entre 1990 y 1991 combatió con todas sus fuerzas la primera guerra del Golfo, patrocinada por la ONU, mientras que entre 1992 y 1993 invocó incesantemente una intervención militar «humanitaria» en los Balcanes, aunque sólo escuchado tardíamente. También fueron justamente esos los años de la máxima popularidad de Juan Pablo II, la década que va desde 1987 hasta 1996. Prueba de ello son las periódicas encuestas del Pew Research Center, de Washington, entre los católicos de Estados Unidos, encuestas que son una prueba óptima también por la consistente presencia entre ellos de una corriente «liberal». Tanto más Juan Pablo II era descalificado por la opinión pública como oscurantista y retrógrado, tanto más alta era su popularidad entre los católicos. En esa década, se asentó establemente sobre el 93% de votos a favor, una decena de puntos más por encima de los del papa Francisco hoy y por encima de Benedicto XVI en el 2008. También es ejemplar la parábola del papa Joseph Ratzinger. Apenas fue elegido, en el 2005, su popularidad entre los católicos fue baja, el 67%, con sólo el 17% que se declaraba muy favorable. Pero paso a paso él conquistó un creciente consenso, a pesar del rigor con que criticaba los desafíos de la modernidad. La opinión pública laica estaba totalmente en contra suya, inclusive en el atrio de casa, hasta el punto de bloquearle el acceso a la universidad estatal de Roma para pronunciar un discurso. Fue al comienzo del año 2008 y poco después se programó un viaje suyo a Estados Unidos, donde más implacables eran las críticas laicas a la Iglesia y al Papa en el terreno explosivo de la pedofilia. Pero precisamente durante y después de ese viaje Benedicto XVI alcanzó el máximo de su popularidad entre los católicos. La lección que se recoge es que el éxito de una Papa entre los fieles no está ligado automáticamente a su conformidad en las cuestiones cruciales. Dos Papas intransigentes como Juan Pablo II y Benedicto XVI han registrado índices de popularidad altísimos. Las «aperturas» de un Papa a la modernidad pueden, por el contrario, explicar el consenso que le llega desde afuera, desde la opinión pública laica. Ésta parece ser la novedad de Francisco. Una novedad respecto a la cual él está a la defensiva. Ha dicho en su reciente entrevista al «Corriere della Sera»: «No me agrada una cierta mitología del papa Francisco. Sigmund Freud decía, si no me equivoco, que en toda idealizacion hay una agresión». __________ Esta nota se publica en «L’Espresso» n. 13 del 2014, y está disponible en los kioscos a partir del 28 de marzo, en la página de opinión titulada «Settimo cielo» confiada a Sandro Magister. He aquí el índice de todas las notas precedentes: > «L’Espresso» al séptimo cielo __________ La última encuesta del Pew Research Center, con comparaciones respecto a los Papas anteriores: > U.S. Catholics View Pope Francis as a Change for the Better __________ Se advierte que la aprobación de la opinión pública laica a las “aperturas” del papa Francisco continúa subiendo en forma imperturbable también en presencia de sus explícitas afirmaciones de signo opuesto, las que son ignoradas o aplacadas. Bastan dos ejemplos. El primero remite a las mujeres sacerdotes. Sobre este punto el papa Bergoglio se ha expresado inequívoca y definitivamente en contra. En la «Evangelii gaudium», carta programática de su pontificado ha escrito que «el sacerdocio reservado a los varones, como signo de Cristo Esposo que se entrega en la Eucaristía, es una cuestión que no se pone en discusión». Pero como si no se hubiese dicho nada, el 14 de marzo pasado el «Corriere della Sera» se hizo fuerte a partir de la entrevista dada pocos días antes por Bergoglio a este mismo diario para titular: «Las mujeres y el sacerdocio. La apertura del papa Francisco». En realidad, en la entrevista, a una pregunta sobre cómo pretendía promover el rol de la mujer en la Iglesia, Bergoglio respondió: «Es verdad que la mujer puede y debe estar más presente en los puestos de decisión de la Iglesia. Pero a esto yo llamaría una promoción de tipo funcional. Y solo con eso no se avanza demasiado». Pero ha bastado esto para que un distinguido editorialista del diario símbolo de la burguesía lombarda, el embajador Sergio Romano, «tradujera» de este modo las palabras del Papa, seguro que así exponía su verdadero pensamiento: «No es justo llamar a las mujeres a formar parte de la Pontificia Academia de las Ciencias para aprovechar su saber y al mismo tiempo excluirlas del sacerdocio». Un segundo ejemplo remite a las legislaciones sobre el matrimonio homosexual y la eutanasia. También en este punto la entrevista de Bergoglio al «Corriere della Sera» ofreció la derecha a otra firma prestigiosa de este diario, Aldo Cazzullo, quien escribió complacido, en un editorial de primera página en la edición del 20 de marzo, que «la Iglesia ha dado señales de apertura al diálogo, comenzando por la superación de la expresión misma de los ‘valores no negociables’, como ha aclarado el papa Francisco en la entrevista». En efecto, la respuesta del Papa ha sido la siguiente: «Jamás he comprendido la expresión valores no negociables. Los valores son valores y basta, no puedo decir que entre los dedos de una mano haya uno que sea menos útil que otro. Por eso no entiendo en qué sentido puede haber valores negociables». Acorde con estas palabras suyas, no es verdad que para el papa Francisco algún valor sería negociable. En este sentido, tomadas literalmente, ellas parecerían decir paradójicamente lo contrario. Pero la exégesis laica de esas palabras suyas es en todas partes la misma, independientemente de las repetidas e inequívocas afirmaciones de Bergoglio de atenerse a la doctrina de la Iglesia. El papa Francisco – se sostiene – ha concluido con los valores no negociables y se ha abierto al «diálogo». Con esto se ha abierto – como ha sido explicado por el «Corriere» en la misma editorial y como ha sido compartido por la opinión laica en su conjunto – a la «misericordia civil y religiosa» de las nuevas leyes sobre las uniones civiles y sobre el fin de la vida. Misericordia que «debe prevalecer sobre los modelos ideológicos y sobre el desinterés por la vida verdadera y el dolor de los otros». La fórmula de los principios no negociables («principios», propiamente, no «valores») apareció por primera vez en el magisterio de la Iglesia romana en la «Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política», publicada por la Congregación para la Doctrina de la Fe en el año 2002, presidida en esa época por el cardenal Ratzinger: > Nota doctrinal… Como Papa, Ratzinger había retomado por primera vez esa fórmula en el discurso pronunciado el 30 de marzo de 2006 a los participantes en un congreso promovido por el Partido Popular Europeo: > «Honorables parlamentarios…» __________ Traducción en español de José Arturo Quarracino, Buenos Aires, Argentina. __________