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El que encubrió las fechorías de McCarrick. Los silencios y las palabras del Papa

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En los últimos días ha vuelto a un primer plano con fuerza el caso de Theodore E. McCarrick, el cardenal estadounidense primero despojado de la púrpura cardenalicia y por último reducido al estado laical durante el pasado mes de febrero, después de haber sido declarado culpable por la Congregación para la Doctrina de la Fe de “efectuar apremios en la Confesión y de violar el sexto mandamiento del Decálogo con menores y adultos, con el agravante de abuso de poder”.

Lo que volvió a llamar la atención sobre su caso han sido dos hechos concomitantes: algunas frases del papa Francisco en la entrevista llevada a cabo por Valentina Alazraki, de la televisión mexicana “Televisa”, anticipada por “Vatican News” el 28 de mayo y, ese mismo día, la publicación de un “Informe” sobre las relaciones de McCarrick con altas autoridades de la Iglesia, escrito por un ex secretario suyo y confidente, el sacerdote Anthony J. Figuereido.

Estos dos elementos, muy lejos de encaminar el caso a una solución, lo agravan más que nunca, elevándolo a emblema máximo, no tanto por la plaga de los abusos sexuales cometidos por ministros sagrados – abusos que en el caso McCarrick han sido descubiertos y condenados – sino por las coberturas acordadas a algunos de los abusadores por parte de autoridades de la Iglesia, hasta los niveles más altos. Coberturas que en el caso de McCarrick parecen muy extendidas y están muy lejos de haber sido aclaradas.

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Figuereido ha respaldado las diez páginas de su informe con citas de cartas, correos electrónicos y documentos hasta ahora inéditos y considerados auténticos por expertos consultados para la ocasión.

De nuevo está sobre todo la noticia que las restricciones impuestas a McCarrick durante el pontificado de Benedicto XVI no fueron transmitidas a él sólo oralmente, sino que fueron puestas por escrito en una carta fechada en el 2008 y firmada por el cardenal Giovanni Battista Re, en esa época prefecto de la Congregación para los Obispos, carta que el mismo McCarrick escribió que había “compartido” inmediatamente con el entonces arzobispo de Washington, el cardenal Donald Wuerl.

Wuerl negó siempre haber sabido algo, tanto de los abusos cometidos por McCarrick como las restricciones impuestas a él, que en la práctica significaban la obligación de retirarse a una vida privada. Y por otra parte McCarrick se abstuvo siempre de obedecer esas restricciones, tanto durante el pontificado de Benedicto XVI como después, cuando habría intensificado sus viajes por todo el mundo, incluido China, con conocimiento de la Secretaría de Estado y del cardenal Pietro Parolin.

Otra noticia inédita del informe es la defensa de sí que hizo McCarrick respecto a las acusaciones de abusos sexuales, en una carta del 2008 al entonces secretario de Estado, Tarcisio Bertone. Admitió que efectivamente había “compartido incautamente la cama” con sacerdotes y seminaristas cuando la casa para vacaciones de la diócesis estaba súper poblada”, pero sin haber tenido o intentado tener relaciones sexuales con ellos, porque los consideraba “como parte de su familia”, tal como había hecho frecuentemente con sus “primos, tíos y otros parientes”, yendo a la cama también con ellos, pero siempre con inocencia.

Como se sabe, esta autodefensa de McCarrick – de quien no se conoce hasta hoy ningún acto de arrepentimiento público – ha sido invalida once años después por la sentencia condenatoria de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Pero lo que queda por aclarar son precisamente las responsabilidades de numerosas y altas autoridades de la Iglesia que sabían de sus fechorías y no hicieron lo que debían.

La posición, por ejemplo, del cardenal Wuerl es hoy más difícil que antes, vistas las revelaciones del informe de Figuereido.

Pero sobre todo no es para nada claro el comportamiento del papa Francisco. Que en la entrevista en “Televisa” intentó justificar su conducta, pero dejando abiertos muchos, muchos interrogantes.

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Quien acusó al papa Francisco de haber encubierto a McCarrick fue el nuncio en Estados Unidos, Carlo Maria Viganò, en su “Testimonio” hecho público en la noche que transcurrió del 25 al 26 de agosto del año pasado.

Esa noche Francisco estaba en Dublín, cerrando el Encuentro Mundial de las Familias. Con el resultado que pocas horas después, en la conferencia de prensa brindada en el vuelo de regreso a Roma, fue interpelado a propósito del tema por Anna Matranga, periodista de NBC.

Viganò había dicho que el 23 de junio del 2013, en un breve encuentro personal, el papa Francisco le había pedido un juicio sobre el cardenal McCarrick y él le había respondido que “en la Congregación para los Obispos hay un informe muy grande sobre él. Corrompió generaciones de seminaristas y sacerdotes, y el papa Benedicto XVI le había impuesto que se retirara a una vida de oración y de penitencia”. Y agregó: “el Papa no hizo el más mínimo comentario a esas palabras mías tan graves y no mostró en su rostro ninguna expresión de sorpresa, como si estuviera enterado del tema desde hacía mucho tiempo, y cambió rápidamente de conversación”.

A Anna Matranga, que le había preguntado “si esto era verdad”, Francisco le respondió de este modo: “No diré una sola palabra sobre esto”. El Papa invitó más bien a los periodistas a “estudiar” la credibilidad de la acusación de Viganò. Y agregó: “Cuando haya pasado un poco de tiempo y ustedes hayan extraído sus conclusiones, quizás hablaré”. Al final, al pedirle de nuevo una respuesta, prometió, sin el “quizás”: “ustedes estudien [el tema] y después hablaré”.

Pocas semanas después, en un comunicado fechado el 6 de octubre, Francisco hizo saber que había ordenado “un posterior estudio preciso de toda la documentación que hay en los archivos de los dicasterios y oficinas de la Santa Sede” respecto a McCarrick. Y aseguró que “la Santa Sede no dejará, a su debido tiempo, de hacer conocer las conclusiones del caso”.

Pero desde el estallido del caso han pasado más de nueve meses y todavía no se ha publicado nada.

El 29 de mayo el cardenal Parolin dijo que la investigación está siempre en curso y “una vez concluido este trabajo habrá una declaración”, sin siquiera permitir presagiar que esto ocurrirá dentro de poco.

Pero lejos de ser esclarecedoras han sido las palabras dichas respecto a este tema por Francisco en la entrevista con Valentina Alazraki realizada hace pocos días, las primeras dichas en público por él después de la promesa hecha en el vuelo del 26 de agosto que antes mencionamos.

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A las preguntas de Valentina Alazraki el Papa respondió ante todo justificando su silencio y su decisión inicial de invitar a los periodistas a que “estudiaran” ellos el acta de acusación de Viganò.

Hizo esto porque – dijo – “no había leído toda la carta, la leí un poco y ya sabía de qué se trataba”.

En realidad, el 26 de agosto Francesco dijo en el avión que la había leído íntegramente. Pero ahora ha dado a entender que su prejuicio negativo sobre el acta de acusación de Viganò se refería a la persona del ex nuncio, en su opinión poco bueno, visto que “tres o cuatro meses después un juez de Milán lo condenó”, visto que “algunos incluso dijeron que había sido pagado” y visto sobre todo su “cólera”, frente a la cual la única respuesta que hay que dar es el silencio, como hizo Jesús “el Viernes Santo”.

Propiamente hablando, la de Milán no ha sido una “condena” de Viganò, sino el cierre en sede civil de un contencioso entre hermanos respecto al destino de una herencia considerable. Un conflicto familiar de larga data que el Papa dijo que conocía desde hace tiempo, pero del cual siempre había callado en público para no “arrojar basura” sobre el ex nuncio. En cuanto a la sospecha de un pago oculto, Francisco agregó rápidamente: “No sé, no lo sé”. Pero es un hecho que ahora dijo en público ambas cosas, y en mala forma, contradiciéndose plenamente.

Ante la pregunta crucial si sabía o no de las fechorías de McCarrick, Francisco respondió de este modo en la entrevista con “Televisa”:

“De McCarrick yo no sabía nada, obviamente, nada, nada. Lo dije varias veces eso, que yo no sabía, ni idea. Y que cuando esto que dice que me habló aquel día, que vino…Y yo no me acuerdo si me habló de esto. Si es verdad o no. ¡Ni idea! Pero ustedes saben que yo de Mc Carrick no sabía nada, sino no me hubiera quedado callado, ¿no?”.

En un hombre con una memoria fuera de lo común como Jorge Mario Bergoglio, este vacío parece anómalo. Y Viganò contestó inmediatamente, desde el lugar secreto en el que está escondido, acusando al Papa de mentir.

¿A quién creer en este punto? ¿A Viganò o a Francisco? La respuesta sólo puede darse a partir de los documentos conservados en el Vaticano, en la nunciatura y en las diócesis en la que McCarrick prestó servicio: Nueva York, Metuchen, Newark y Washington.

Porque si fuese cierto que Francisco nunca supo nada de la mala conducta de McCarrick, queda por explicar cómo pudo suceder esto, cuando en el Vaticano y en Estados Unidos eran numerosos los eclesiásticos de alto nivel que estaban al tanto, desde muchos años antes.

Si el año pasado se hubiese llevado a cabo un proceso canónico con todas las reglas contra McCarrick, toda esta red de encubrimientos habría salido inexorablemente a la luz.

Pero se eligió el camino breve del decreto administrativo, concentrado en la sola persona del réprobo.

No queda más que esperar la publicación de los resultados de la investigación documentada, anunciada el pasado 6 de octubre y confirmada días pasados por el cardenal Parolin.

Comentarios
7 comentarios en “El que encubrió las fechorías de McCarrick. Los silencios y las palabras del Papa
  1. EL CLERICALISMO SEGÚN EL P. CASTELLANI:
    ¿Es usted anticlerical?
    Esta pregunta espinosa se puede satisfacer con una distinción muy sencilla: anticlerical que va contra el clero, NO; anticlerical que va contra el clericalismo, SÍ. Wicleff, de Oxford, fue anticlerical en el primer sentido; Chaucer, de Oxford, su contemporáneo y condiscípulo (1340-1400) sólo en el segundo. Y lo mismo podemos decir del Papa Gregorio XI, que respondió a los que acusaban al poeta inglés de «ir contra los religiosos»: «Quodsi improbis et idiotis adversatur, et ego adversor.» [Pero si se opone a los perversos y a los idiotas, también yo me opongo.]
    Clericalismo es «el descenso de una mística en política», como lo definió muy bien Charles Peguy. No es simplemente un cura que se vuelve político, como el P. Filippo o el Cardenal Cisneros, eso no tiene importancia; es dentro de la misma religión donde se verifica este «décalage» -vale decir, cuando los fines específicos del sentimiento religioso se desvían a metas terrenales. Nuestros padres llamaron «santulones» a los que sufren de este desorden, cuando son gentecilla; cuando son Jerarcas, la cosa tiene otro nombre más feo, procedente del Evangelio.
    Clericalismo ha habido siempre, y el de hoy no es invisible. Por ejemplo, cuando un Jerarca de la Iglesia se cree más infalible de lo que es, y aun más que el Padre Eterno, eso es alto-clericalismo; cuando un súbdito afecta creerlo, bajo-clericalismo. Hoy día es más castigado el que se atreve a decir que un Jerarca se equivocó, aunque eso sea patente, que el que dijera que la Santísima Trinidad tiene cuatro personas: Padre, Hijo, Espíritu Santo y el Obispo. A este último son capaces de condecorarlo los Canónigos Lateranenses, como a Constancio Vigil. Tal como anda hoy el mundo, por lo menos en este país, un mínimo de anticlericalismo es necesario para la salvación eterna (P. Leonardo Castellani)

  2. Siendo sinceros, Francisco sería objeto de investigación en cualquier tribunal penal. Es gracias al clericalismo que él tanto parece odiar que ésto no sucede.

  3. Publicado el 19 julio 2013 con la firma del insobornable Sandro Magister:
    El periodo negro en la historia personal de Ricca es el que transcurrió en Uruguay, en Montevideo, en la orilla norte del Rio de la Plata, frente a Buenos Aires.

    Ricca llegó a esa nunciatura en 1999, cuando el mandato del nuncio Francesco De Nittis llegaba a su término. En precedencia había prestado servicio en las misiones diplomáticas de Congo, Argelia, Colombia y, por último, Suiza.

    En este país, en Berna, había conocido y estrechado amistad con un capitán del ejército suizo, Patrick Haari. Ambos llegaron a Uruguay juntos, y Ricca pidió que también a su amigo se le diese una función y un alojamiento en la nunciatura.

    El nuncio rechazó la petición, pero pocos meses después se jubiló y Ricca, que se quedó como encargado de negocios «ad interim» mientras llegaba el nuevo nuncio, le asignó un alojamiento en la nunciatura y le dio un empleo regular con sueldo.

    En el Vaticano dejaron hacer. En ese periodo, Giovanni Battista Re, futuro cardenal, era el sustituto en la secretaría de Estado para los asuntos generales, y también él era nativo de la diócesis de Brescia.

    Las patentes relaciones de intimidad entre Ricca y Haari escandalizaban a muchos obispos, sacerdotes y laicos de ese pequeño país, incluidas las religiosas que se ocupaban de la nunciatura.

    También el nuevo nuncio, el polaco Janusz Bolonek, que había llegado a Montevideo a principios del año 2000, inmediatamente encontró intolerable ese «ménage» e informó a las autoridades vaticanas, insistiendo varias veces para que Haari se fuera. Pero fue inútil, vista la relación de éste con Ricca.

    En los primeros meses del 2001 Ricca tuvo más de un accidente a causa de su conducta desatinada. Un día, yendo como ya había hecho otras veces – a pesar de las advertencias recibidas – al Bulevar Artigas, a un local de encuentro entre homosexuales, fue agredido y tuvo que llamar a unos sacerdotes para que le ayudaran y lo llevaran a la nunciatura, con el rostro tumefacto.

    En agosto del mismo año tuvo lugar otro accidente. En plena noche el ascensor de la nunciatura se bloqueó y a primera hora de la mañana tuvieron que acudir los bomberos, los cuales encontraron atrapado en la cabina junto a monseñor Ricca a un joven que las autoridades de la policía identificaron.

    El nuncio Bolonek pidió de inmediato el alejamiento de Ricca de la nunciatura y el despido de Haari, obteniendo vía libre por parte del secretario de Estado, el cardenal Angelo Sodano.

    Ricca, aunque reacio, fue trasladado a la nunciatura de Trinidad y Tobago, donde permaneció hasta 2004. También aquí entró en conflicto con el nuncio. Al final fue llamado al Vaticano y expulsado del servicio diplomático de campo.

    En lo que respecta a Haari, cuando dejó la nunciatura pretendió que unos baúles de su propiedad fueran enviados al Vaticano, a la dirección de monseñor Ricca, como equipaje diplomático. El nuncio Bolonek se negó y los baúles fueron depositados en un edificio externo a la nunciatura, donde permanecieron durante unos años hasta que, desde Roma, Ricca dijo que ya no quería tener nada que ver con ellos.

    Cuando se abrieron los baúles para eliminar el contenido – siguiendo una decisión del nuncio Bolonek – se encontraron en ellos una pistola, que fue entregada a las autoridades uruguayas y, además de efectos personales, una cantidad ingente de preservativos y de material pornográfico.

    En Uruguay, los hechos arriba referidos son conocidos por decenas de personas: obispos, sacerdotes, religiosas, laicos, sin contar las autoridades civiles, desde las fuerzas de seguridad a los bomberos. Muchas de estas personas han tenido una experiencia directa con estos hechos en distintos momentos.

    Pero en el Vaticano también hay quien los conoce. Según dicen en Roma, el nuncio de ese momento, Bolonek, siempre se había expresado con severidad respecto a Ricca.

    Pues bien, a pesar de todo, una capa de silencio público ha cubierto hasta hoy estos hechos de monseñor.

    En Uruguay hay quien respeta la consigna de silencio por escrúpulo de conciencia; quien por deber de oficio y quien calla porque no quiere poner bajo una luz negativa ni a la Iglesia ni al Papa.

    Pero hay quien, en el Vaticano, ha promovido de manera activa esta operación de encubrimiento, frenando las investigaciones desde esa época hasta hoy, ocultando los informes del nuncio y manteniendo inmaculado el fascículo personal de Ricca, facilitando, de este modo, que Ricca tuviera una nueva y prestigiosa carrera.

    Después de su vuelta a Roma, monseñor Ricca fue situado entre el personal diplomático que prestaba servicio en la secretaría de Estado: inicialmente, desde 2005, en la primera sección, la de asuntos generales; después, a partir de 2008, en la segunda sección, la de relaciones con los Estados y después, de nuevo, a partir de 2012, en la primera sección, con un estatus de alto nivel, el de consejero de nunciatura de primera clase.

    Entre las tareas que le fueron asignadas estaba la del control de los gastos de las nunciaturas. También por esto nació esa fama de moralizador incorruptible que le asignaron los medios de comunicación de todo el mundo tras la noticia de su nombramiento como «prelado» del IOR.

    Además, a partir de 2006, se le confió la dirección de una residencia para cardenales, obispos y sacerdotes de visita en Roma; después, de dos y, al final, de tres. Entre ellas, la de Santa Marta. Esto le permitió tejer una densa red de relaciones con los más altos niveles de la jerarquía católica de todo el mundo.

    Para Ricca, su nombramiento como «prelado» del IOR ha sido la cima de ésta, su segunda carrera.
    Pero ha sido también el inicio del fin. Para la gran cantidad de personas intachables que conocían su pasado escandaloso, la noticia de su promoción fue motivo de gran amargura, que se agudizó aún más porque anunciaba daños en perjuicio de la ardua empresa que el Papa ha empezado de purificación de la Iglesia y de reforma de la curia romana.

    Por esta razón algunos han considerado que era su deber decir al Papa la verdad, seguros de que éste decidirá en consecuencia.

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    Este artículo ha sido publicado en «L’Espresso» n. 29 del 2013, en venta en los kioscos a partir del 19 de julio:

    > L’Espresso

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    La conversación del Papa Francisco con los religiosos latinoamericanos en la que él habló del «lobby gay» existente en el Vaticano:

    > Papa Francisco Dialoga como un Hermano más con la CLAR

    Y la conversación con su amigo argentino Jorge Milia con la ocurrencia sobre los «muchos ‘amos’ del Papa»:
    Glosa:
    Montevideo a dos pasos frente a Buenos Aires. ¿Es posible que en el arzobispado bonaerense se ignorara semejan escandalazo? ¿No había comunicación entre los obispos-arzobispos de una y otra diócesis ni se enteraba el Nuncio en Buenos Aires? ¿O es posible el ascenso de Ricca como persona de confianza de Bergoglio que se hizo retratar públicamente cuando Ricca lo acariciaba, como prototipo de quienes se sienten homosexuales y quieren servir al Señor en la condición activa de tales?

  4. Autores, cómplices y encubridores son una misma figura penal para que un delito pueda perpetrarse y mantenerse en el tiempo.
    La infamia de la Iglesia (la jerarquía, que no la Iglesia que es indefectible) es lo más degenerado que una mente puede comprender.
    Hasta el punto de que fue Jesucristo quien «sentenció» que pena se les debía imponer: «Más valiera que les ataran una piedra al cuello y los echaran al río».
    No seré yo quien enmiende la plana a Nuestro Señor Jesucristo.
    Todos quienes han participado son unos infames. Que debieran ser procesados por el Código Penal respectivo de cada país también.

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