El obispo destituido en Paraguay. La palabra a la defensa

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Ha sido destituido sin poder leer las acusaciones. Ha llamado a la puerta del Papa sin que éste lo haya recibido. He aquí su reconstrucción de los hechos, en el fondo dramático de la Iglesia de su país de Sandro Magister para Chiesa

ROMA, 2 de octubre de 2014 – Es raro que un Papa destituya a un obispo. Y es aún más novelesco que un Papa jesuita expulse a un obispo del Opus Dei. Y, sin embargo, esto es lo que ha sucedido en Ciudad del Este, la diócesis de Paraguy, en la frontera con Brasil y Argentina, que se asoma a las cataratas de Iguazú, en el territorio que hace tres-cuatro siglos fue civilizado y cristianizado por los misioneros jesuitas de las «Reducciones». Rogelio Ricardo Livieres Plano, el obispo que el Papa Jorge Mario Bergoglio ha destituido, estaba en Roma desde hacia unos días cuando el 25 de septiembre recibió la noticia de su expulsión. Le dio la noticia por teléfono el cardenal Marc Ouellet, prefecto de la congregación para los obispos, precisamente mientras en Paraguay el nuncio la hacia pública, poco antes del comunicado oficial del Vaticano. En una nota que acompañaba el comunicado, la sala de prensa de la Santa Sede ha atribuido la destitución de Livieres al resultado de las visitas apostólicas de los meses precedentes, realizadas en Ciudad del Este. El Papa Francisco había enviado como visitador a un purpurado de su confianza, el español Santos Abril y Castelló, que fue nuncio en Argentina del 2000 al 2003 y que actualmente es presidente de la comisión cardenalicia de vigilancia sobre el IOR. Parece ser que éste ha hallado en el comportamiento del obispo Livieres, – según consta en la nota vaticana, – un desacato «a la unidad de la Iglesia de Ciudad del Este y a la comunión episcopal en Paraguay». Pero ni siquiera una línea del dossier acusatorio elaborado por el visitador apostólico ha sido mostrada al obispo destituido. Ni ha visto acogida su petición, a pesar de estar en Roma, de un coloquio con el Papa Francisco. A Livieres se le he pedido repetidamente su dimisión. Pero él no se ha doblegado. Destituido por la autoridad, ha aceptado con obediencia esta decisión y ha animado a sus fieles a hacer lo mismo, a pesar de juzgarla «infundada y arbitraria», fruto de una «persecución ideológica», como ha explicado en una carta el cardenal Ouellet, escrita el mismo día de su destitución: > «Eminencia Reverendísima…» Esta ausencia de claridad sobre los motivos reales de la expulsión de Livieres ha llevado además a los medios de comunicación de todo el mundo a asociarla al clamoroso arresto, que tuvo lugar dos días antes en el Vaticano «por expresa voluntad del Papa», del ex nuncio Jozef Wesolowski. Como para éste las acusaciones eran de graves abusos sexuales sobre menores, del mismo modo para Livieres la culpa enfatizada por los medios de comunicación era de haber «cubierto» las análogas fechorías de un sacerdote que él había acogido en la diócesis y promovido como vicario. Padre Federico Lombardi, entrevistado por el «New York Times», ha negado que este fuera «el problema central» en el origen de la destitución de Livieres. Pero en los medios de comunicación esta ha permanecido como la explicación principal de la sanción infligida por el Papa Francisco al obispo de Ciudad del Este. Al cual no le queda más opción que dar la palabra, para tener una imagen lo más equilibrada posible de toda esta situación. De hecho, la que sigue es la versión de los hechos desde el punto de vista del obispo Livieres, publicada en la página web de la diócesis de Ciudad del Este poco antes de su destitución. En la justicia civil toda sentencia de condena es seguida por la publicación de sus motivaciones. En el caso de Ciudad del Este la condena ha llegado, las motivaciones no. Mientras se espera una comparación, he aquí la impresionante autodefensa del condenado. __________ DEFIENDA LA VERDAD. RESUMEN EXPLICATIVO DE LA VISITA APOSTÓLICA Oficialmente, el Nuncio Apostólico en Paraguay avisó en conferencia de prensa el 2 de julio de 2014 que la Diócesis de Ciudad del Este recibiría una inminente Visita Apostólica «a fin de ofrecerle una asistencia para el bien de aquella Iglesia particular». Oficiosamente, los medios de prensa dijeron que se trataba de una verdadera «intervención a la Diócesis», es decir, de un proceso que culminaría, o con la renuncia, o con la destitución de nuestro Obispo y el stop a la obra que viene concretando. Presentamos ahora un resumen explicativo que enmarca los hitos de esta coyuntura con sus hechos y documentos probatorios. Lo hacemos en el estilo llano y directo del Pueblo de Dios, y con la honestidad y transparencia a la que nos tiene habituados Mons. Rogelio. 1. LUGO Y LIVIERES El Obispo paraguayo más famoso, sin duda, es el «padre-Obispo» Fernando Lugo,  ex-Presidente de la República. Asumió como Presidente en agosto de 2008, luego de haber sido dispensado de sus obligaciones como consagrado y volver al estado laical. Fue destituido en 2012, tras un juicio político en el Congreso. Lugo y la minúscula pero inteligente izquierda del país jamás habrían llegado al poder, derrotando al Partido Colorado, sin una alianza con la primera minoría, el Partido Liberal, y el apoyo masivo (expreso o tácito) de la Iglesia jerárquica. Desde hace décadas, en Paraguay han sido sistemáticamente designados como Obispos sólo candidatos de cierta tendencia anti-Partido Colorado y, además, embebidos en una formación difusa en los derivados ideológicos de la Teología de la Liberación. Como toda regla, tuvo su excepción: Mons. Livieres alzó la voz (muy públicamente) para oponerse a la candidatura de Lugo, quedando así como el único defensor de la postura del Vaticano. Las críticas que señaló fueron de dos tipos. Por una parte, se opuso a la confusión fundamentalista entre religión y política causante de que Lugo y tantos otros consagrados abandonaran sus compromisos evangélicos para «meterse en política». Por otra, advirtió sobre la irresponsabilidad moral y administrativa del candidato, encubierta por tantos eclesiásticos y religiosos, pues «todos sabían». 2. LA «COMUNIÓN ECLESIAL» La polémica en torno a Lugo no fue la primera ocasión en que Mons. Livieres revolvió el Obispero. La acusación de que «rompía con la comunión eclesial» comenzó antes incluso de que pusiera un pie en la Diócesis y, por lo tanto, de que pudiera «meter la pata». Efectivamente, la Conferencia Episcopal escribió a san Juan Pablo II expresando su vivo desacuerdo con el nombramiento del nuevo hermano que ni siquiera había estado en la terna de los candidatos, siendo «impuesto» por Roma. Algunos líderes laicos también se hicieron eco de estas protestas. La Santa Sede no cedió. Y después, contra viento y marea, como la barca del Evangelio, sostuvo al nuevo Obispo en su gestión. Pero la Conferencia Episcopal no olía tan mal. Definitivamente, Mons. Livieres, del Opus Dei, representaba una orientación eclesial distinta al férreo modelo dominante. En honor a la verdad, hay que reconocer que él nunca pretendió imponer sus lineamientos pastorales a los otros Obispos. No tomó una actitud de contraposición sino de complementariedad enriquecedora de la Iglesia. (Con frecuencia, se confunde a la unidad en la fe y el amor, la auténtica «comunión eclesial», con uniformidad impuesta.) Un momento particularmente difícil para la convivencia episcopal se produjo con la filtración de una carta confidencial y personal que Mons. Rogelio entregara en manos del Papa Benedicto XVI, a pedido de Su Santidad, durante la visita «ad limina». Como ocurriera después con el «Vatileaks», fue filtrada a la prensa desde el mismo Vaticano (¿por algunos de los agentes que buscaron hacerle daño al Papa emérito?). La carta insistía sobre la necesidad, si se quiere de veras superar la crisis de la Iglesia, de elegir a los futuros Obispos entre los mejores candidatos desde el punto de vista de la vida de la fe y la idoneidad litúrgica, sapiencial y de gobierno; y no entre aquellos «aceptados por todos» para mantener el statu quo. El Obispo de Ciudad del Este, digno hijo de su padre exiliado seis veces por el gobierno militar de Stroessner, resultó ser un infatigable peleador por su libertad religiosa y la de sus fieles. 3. LOS RELIGIOSOS Los desencuentros se dieron también con la Conferencia de Religiosos del Paraguay. No se debieron a una incomprensión de la vida religiosa, que claramente ha fomentado Mons. Rogelio en su Diócesis, sino más bien a la profunda crisis de identidad y disciplina que sufren muchas comunidades, especialmente de origen o formación europea. Buena parte de los religiosos a nivel nacional se identificaron con la actuación de Lugo. Además, cuando se produjeron casos de agudas crisis sociales, como fue la masacre de Curuguaty en esta Diócesis, puntapié que precipitó la caída política del ex-Obispo, emitieron pronunciamientos y asumieron posturas en cierta disonancia con la fe. Citando al derecho canónico, Livieres prohibió so pena de sanciones la instrumentalización política o ideológica de la pastoral social. También objetó una falsa «pastoral indígena» que, en contraposición a los santos misioneros de tantos siglos, quiere impedir el derecho de los nativos a que se les predique la Buena Nueva del Evangelio. Los numerosos sacerdotes, seminaristas, religiosos y laicos que el Obispo sí ha movilizado durante crisis sociales y catástrofes naturales han intervenido con energía, pero siempre desde lo estrictamente espiritual y humanitario. El principio seguido ha sido sencillo: «a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César». 4. EL CLERO Varios de los 16 sacerdotes diocesanos que encontró a su llegada Mons. Livieres tuvieron reservas frente a las nuevas líneas pastorales y a la renovación de la disciplina eclesial. La incomprensión llegó a tal punto que, con el sostén de algunos Obispos, 10 de estos sacerdotes escribieron al Papa Benedicto XVI pidiendo «la intervención». Pocos meses después, unos 150 sacerdotes del resto del país, en su mayor parte religiosos, hicieron lo mismo. Fue el Arzobispo de Asunción, fino y distinguido opositor de Mons. Rogelio, quien acercó a Roma la protesta. El Papa, sin embargo, no respondió y, en cambio, sugirió a Mons. Livieres que era necesario «formar un nuevo clero». La propuesta fue un sabio consejo: la inmensa mayoría del clero diocesano, ahora joven y numeroso (un poco más de 70), sienten al Obispo como a su Padre, lo ven como a su Pastor y comparten sus orientaciones pastorales. En cuanto a los laicos locales, sólo un grupo muy reducido, aunque vociferante y sostenido desde afuera de la Diócesis, mantuvo una actitud crítica, particularmente un tal Javier Miranda, de quien hablaremos al final. Sin contar con algunas excepciones, los laicos y sus dirigentes, tanto de los movimientos ya aprobados a nivel nacional o internacional, como de los numerosos que fue reconociendo, promoviendo y guiando Mons. Rogelio durante su ministerio, todos apoyaron y apoyan a su Obispo, que tanta libertad y espacio de acción les dio «para hacer lío» y avanzar en la evangelización y la misión continental de Aparecida. 5. NUEVOS SEMINARIOS PARA EL TERCER MILENIO Cuando el 3 de octubre de 2004 Monseñor Livieres asumió como Obispo de Ciudad del Este, no tardó en descubrir el mayor desafío que lo esperaba: disponía de poco más de 70 sacerdotes (entre religiosos y diocesanos) para atender espiritualmente a una población de alrededor de 1.000.000 de almas, es decir, 1 pastor para más de 10.000 ovejas. La perspectiva a futuro era todavía peor, con apenas una decena de seminaristas diocesanos formándose en el Seminario Nacional de Asunción. No es preciso explicitar la gravedad de la situación a quienes reconocen con humildad «teocéntrica» que la Iglesia fundada por Jesucristo «vive de la Eucaristía», es decir, de los sacramentos en los que Él «está con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo», y cuya administración fiel encomendó a los sacerdotes. Sin rentas y sin estudios de factibilidad, Monseñor tomó de inmediato la decisión estratégica de asumir como primera prioridad de su ministerio lo que le señalaban el Directorio para los Obispos y el Código de Derecho Canónico: aprobó la apertura de su propio Seminario diocesano. Pronto se descubrió por qué el Dueño de la Viña lo había elegido como Obispo: el Padre Rogelio había atraído y cultivado numerosas vocaciones al Opus Dei. Lo mismo hizo en su Diócesis, donde la pastoral vocacional no es delegada. Cada domingo, con la cooperación de un grupo animado de formadores, el Obispo atiende en su propia casa a todos aquellos interesados en considerar una vocación sacerdotal. Un poco de deporte, una charla de formación, dirección espiritual y confesión, adoración al Santísimo y rezo del Rosario, una tertulia con preguntas «a quemarropa» y una ansiada merienda hacen al mágico resultado de unos 130 interesados por año, de los cuales son admitidos un promedio entre 30 y 40. El secreto del éxito, además del interés directo y personal del Obispo, está en el entusiasmo con que los mismos aspirantes y los seminaristas salen a pescar vocaciones entre amigos, parientes y conocidos (marketing viralizador…). El Seminario Mayor San José ha sido ya evaluado positivamente por la Santa Sede en reiteradas cartas, y ha ordenado a más de 60 sacerdotes al cabo de 10 años. Pero Mons. Rogelio, preocupado por mejorar la calidad de sus pescas y la crisis del sistema educativo general, creó en 2012 el Seminario Menor San Andrés. Paralelamente, buscando una aplicación más radical de los lineamientos del Concilio Vaticano II y los documentos posconciliares sobre la formación sacerdotal, inició la experiencia del Instituto de Formación Sacerdotal San Ireneo de Lyon. Por el momento, esta casa de formación sólo funciona en su ciclo propedéutico, basado en la enseñanza de las artes liberales clásicas y la discusión en clases-seminario de los Grandes Libros de la cultura occidental. 6. LA PIEDRA DE ESCÁNDALO La decisión de formar a sus propios seminaristas como un padre educa a sus propios hijos tomó por sorpresa a la Iglesia en el Paraguay. Los Obispos se resistieron de entrada a esta peregrina idea, pues rompería (y rompió) el esquema monolítico de formación sacerdotal (tanto de diocesanos como de religiosos) que había sido acordado con la creación del Seminario Nacional y su Instituto de Teología, el siglo pasado. En vano la Santa Sede les recordó el derecho y la conveniencia de que cada Obispo cuente con su propio Seminario cuando esto es posible. «¿Para qué un nuevo Seminario, si siempre ha habido uno solo?», se plantean los que aún hoy no parecen haber reflexionado sobre la indicación del nº 33 de «Evangelii Gaudium»: «abandonar el cómodo criterio pastoral del ‘siempre se ha hecho así'». 7. EL PADRE CARLOS URRUTIGOITY Un capítulo aparte en esta historia de oposición a nuestro Obispo y al nuevo Seminario es, sin duda, el ataque contra el Padre Carlos. Llegó a la Diócesis en 2005, junto con otros sacerdotes y laicos que después establecerían las Comunidades Sacerdotales de San Juan. Vino recomendado por algunos Cardenales con funciones en la Santa Sede (uno de ellos, elegido pocos días después Sucesor de Pedro). Traía a cuestas una dura campaña de difamación y calumnia en EE.UU., sobre la que Mons. Livieres escribió una detallada carta aclaratoria. Desde un comienzo probó ser un cercano colaborador del Obispo. Por eso mismo, su caso fue utilizado como un caballito de batalla para cuestionar los logros pastorales en la Diócesis y, especialmente, la formación del nuevo clero, ya que él ayudó en los comienzos a formar el nuevo Seminario. Después dejó esa actividad para asistir al Obispo en la Curia diocesana. No obstante los reiterados desmentidos desde el Obispado, una prensa repetitiva y autorreferencial siguió citándose y recitándose sobre supuestas «acusaciones de pedofilia» que, en realidad, jamás existieron. En Paraguay, estas campañas han sido generalmente encabezadas por el mismo periódico que, anteriormente, había forzado la renuncia de otro Obispo Livieres. (La justicia, también en este caso, dejó posteriormente en claro la falsedad de esas acusaciones, hechas por testigos pagados en una maniobra destituyente.) La prensa, en el caso del Padre Carlos, fue azuzada por los opositores eclesiásticos paraguayos que ya mencionamos, y que tienen influyentes contactos en EE.UU. y en Roma, con los cuales comparten idénticas tendencias y lobby. De todo, en fin, menos pruebas de pedofilia. Porque, mal que les pese a los detractores, no hay acusación de víctima alguna, sino un refrito de calumnias hechas por terceros interesados. Por eso nunca prosperó proceso penal alguno, ni condena en tribunal de ningún país ni de la Santa Sede. Y para colmo de bienes, su heterosexualidad ha quedado confirmada por dos evaluaciones psicológicas independientes, una en los EE.UU. y otra en Canadá, que también descartaron la presencia de psicopatías o desórdenes de personalidad. Tampoco es cierto que se hayan ido sumando cada vez más acusaciones, aunque siempre sin poder probarse. Todas se reducen a la repetición testaruda de las inventadas hace varios años, no por presuntas víctimas, sino por dos perseguidores ideológicos del Padre Carlos quienes, uno en Argentina y otro en EE.UU., alimentaron sendas campañas: una, conventual; y la otra, mediática y cibernética. El primero fue un sacerdote «sedevacantista» argentino que no reconoce a ningún Papa desde san Juan XXIII hasta Francisco I y que, además, se hizo «consagrar obispo», inválidamente para la Iglesia católica. El segundo fue un norteamericano, un ex-empleado descontento porque el Obispo de Scranton, Mons Timlin, lo había apartado de un proyecto educativo del que quería adueñarse. La única acusación presentada contra el Padre Urrutigoity ante el fuero penal americano (en nombre de una persona adulta llamada Michael Prorock) fue desestimada in limine (de entrada) por las investigaciones independientes de dos fiscales en Pennsylvania. Quedan en claro, entonces, dos conclusiones clave: 1ª) que la acusación contra el Padre Carlos no implicaba un caso de pedofilia, pues el denunciante era mayor de edad cuando habrían ocurrido los supuestos hechos; 2ª) que, a causa de la desestimación de los fiscales, nunca se inició una causa penal en los EE.UU.. En los tribunales de la Iglesia, la Congregación para la Doctrina de la Fe negó la posibilidad de abrir un proceso canónico penal por la misma razón: no había ninguna acusación de pedofilia. Este fracaso de la acusación penal perjudicó seriamente a los abogados del acusador en su propósito de obtener una suculenta indemnización en el fuero civil como es habitual en los EE.UU., adonde acusaron de diversos delitos al Obispo James Timlin, a la Diócesis de Scranton y algunos de sus sacerdotes, a la Fraternidad San Pedro, a la Academia Saint Gregory’s, y a la Society of Saint John, fundada por el Padre Carlos. Para las personas no habituadas a los intríngulis legales, es necesario aclarar que, por un mismo motivo, pueden iniciarse dos juicios independientes: uno en el fuero penal y otro en el civil. El éxito de este último, es decir, el monto de dinero a obtener como reparación por daños y perjuicios, queda muy debilitado si fracasa la denuncia penal. Pero en los EE.UU., vale la pena intentarlo porque, aunque las acusaciones en el fuero penal ni siquiera hayan llegado a juicio –por falta de hechos o inexistencia de pruebas– hay en su sistema legal más posibilidades de lograr algún dinero a través de una causa civil. En efecto, como los costos para defender la inocencia ante la justicia civil americana son elevadísimos (se estima que, en promedio, una Diócesis debe gastar un promedio de U$ 2.000.000 en cada caso), es norma de hecho llegar a un acuerdo prejudicial con aprobación del juez del caso. La Society of Saint John, que se negó en principio a llegar a un arreglo, fue forzada por la Diócesis de Scranton, ya dirigida por Mons. Martino, a sumarse a un acuerdo total por U$ 450.000, de los cuales le correspondía aportar U$ 55.000, una cifra insignificante para los montos usuales en estos casos y que se explica porque los abogados acusadores carecían de pruebas mínimamente sólidas para pretender más dinero de la Society o para desechar el acuerdo propuesto e iniciar el juicio civil. La Society of Saint John impuso como condición para firmar el acuerdo que los acusados dejaran asentada por escrito, una vez más, su inocencia, y que el acusador, por su parte, renunciara de igual modo a cualquier otra campaña posterior de acusaciones u a otra acción civil. Se ve que en todas partes, «por la plata baila el mono», sin importar el engaño al público ni el descrédito de los inocentes. Yendo ahora a los bailarines de Ciudad del Este, el 23 de julio de este año, en la causa 2014-6130 del Juzgado Penal de Garantías Nº 6 de Alto Paraná, la fiscal a cargo, María Graciela Vera Colmán, ha solicitado se desestimen y archiven, por carecer en absoluto de cualquier sustento probatorio, las acusaciones iniciadas ¡telefónicamente! ante la Fiscalía por una radio de Asunción contra el Presbítero Urrutigoity «por supuesto abuso sexual en niños, no mencionando nombre de víctimas… además de no identificar… dirección y/o fecha (o) lugar en que ocurriera el hecho denunciado». Todo provino de las diatribas hechas – y grabadas – en un programa de Radio Unión por el conocido denunciante serial Javier Miranda quien, intimado por la fiscal a comparecer para «declaración testifical», jamás se presentó ni envió evidencia alguna, confirmando así sus innegables condiciones actorales. Pastor, y no mercenario que huye ante lobos, Mons. Livieres se mantuvo siempre inflexible en la defensa de inocentes. En el caso del Padre Carlos, lo hizo incluso frente a aquellos que, aún reconociendo la justicia del caso, encontraban imprudente, primero su recepción en la Diócesis, y, luego, su promoción a distintos cargos, ya que tales acciones implicarían poner en peligro la imagen de la gestión y la «carrera eclesiástica» del Obispo. Sin embargo, Monseñor Rogelio juzgó más realista y acertado aprovechar los recursos humanos concretos que la Providencia le ponía a mano. A pesar de la ocasional algazara mediática y protesta clerical, el Vaticano respetó la decisión del Obispo y, luego de un prudente tiempo de espera y experiencia en la nueva Diócesis, autorizó la incardinación del Padre Carlos en Ciudad del Este por medio de su Representante, el Nuncio Apostólico en el Paraguay, con el consentimiento del Obispo excardinante. Además, ese mismo año emitió la carta laudatoria dando su consentimiento a la elevación como Sociedad de Vida Apostólica de las Comunidades Sacerdotales de San Juan. En lo que respecta al juicio del Pueblo de Dios en la Diócesis, los seminaristas, sacerdotes, religiosos y laicos de la Diócesis en su conjunto apoyaron y apoyan al Obispo y al sacerdote, siendo después de casi 10 años testigos directos de su ejemplar ministerio y sus cualidades humanas y honestidad moral. Estos apoyos no hay que suponerlos. Han quedado plasmados, para quien quiera examinarlos, en manifestados escritos y firmados a la prensa y al público general. Lo que es más, cuando llegó la hora de nombrar a un nuevo Vicario General, consultados los sacerdotes y los dirigentes laicos, casi por unanimidad propusieron al Padre Carlos como el candidato de su elección. Aunque él mismo se opuso a la idea por parecerle imprudente, el Obispo confirmó respaldó la decisión de su presbiterado y laicado. Cabe destacar finalmente que, cuando Mons. Livieres se enfrentó a verdaderos casos de corrupción o violaciones del celibato sacerdotal, en cualquiera de sus formas, no dudó en proceder, incluso frente a fuertes presiones, conforme a derecho, castigando proporcional y medicinalmente a los culpables. 8. MONS. PASTOR CUQUEJO El Arzobispo de Asunción se sumó públicamente a una nueva ola de ataques contra el Padre Carlos, al afirmar ante la prensa que su caso no estaba claro y que podría, en calidad de Arzobispo Metropolitano, solicitar a la nueva administración en Roma que reabra la investigación de la Congregación para la Doctrina de la Fe cerrada in limine bajo Benedicto XVI por falta de acusación de menores. Indignado, Mons. Livieres le respondió en el terreno en el que se había pronunciado el Arzobispo. Lo hizo porque sus reiteradas aclaraciones eran descreídas abiertamente y porque se pedía contra toda justicia la reapertura de una investigación sin que hubiera nuevas acusaciones ni nuevos elementos de juicio. La piedra tirada por Mons. Cuquejo estaba dirigida no sólo a poner en duda la probidad de lo actuado por Mons. Livieres, sino de la misma Santa Sede. Sin rodeos de su parte, aunque quizás con exceso, señaló al Arzobispo la incongruencia de alegar escándalo y solicitar investigaciones públicas cuando el mismo Mons. Cuquejo había sido no sólo acusado, sino procesado por actividad homosexual, y no por terceras personas, sino por implicados directos. 9. NUEVAS COMUNIDADES Como suele criticarse a padres con más de dos hijos, se ha cuestionado el número de vocaciones sacerdotales y de los nuevos carismas laicales y religiosos, planteando una falsa oposición entre cantidad y calidad. Incrédulamente, algunos se preguntan si es posible que Dios bendiga tan generosamente a una Diócesis, o si la multiplicación es más bien fruto de la negligencia y el afán de estadísticas. El árbol se juzga por sus frutos. El juicio del pueblo sobre sus nuevos pastores es muy positivo y están encantados con los variados servicios que les proveen las comunidades religiosas y los movimientos laicales. Claramente, siempre se puede hacer más y mejor. Seguramente la Visita Apostólica aportará sugerencias y correcciones que permitan llegar aún más lejos. Pero es innegable que Ciudad del Este, hasta hace poco conocida por su contrabando y otros tráficos, se ha ido convirtiendo en un centro de vitalidad espiritual, religiosidad y cultura reconocido en el país. Es difícil recorrer las calles de la ciudad sin observar jóvenes sotanas y hábitos religiosos. Cada fin de semana, hay unas 2.000 personas que salen de sus periferias y pobrezas humanas para participar de retiros de conversión y formación, organizados mayormente por laicos acompañados de sus capellanes. Por su parte, los múltiples cursos de formación para dirigentes sobre Biblia, liturgia y catequesis cuentan con gran participación de asistentes. 10. TEMAS ECONÓMICOS Nos ocupamos ahora de los alegatos relacionados con las finanzas. Dos son los cargos en este rubro: la malversación de las donaciones otorgadas por la Binacional Itaipú y la dilapidación del patrimonio inmobiliario de la Diócesis. Itaipú donó a la Diócesis una importante cantidad de dinero (unos U$ 300.000) que el Obispo destinó por completo a la manutención del Seminario. Fue acusado por el Sr. Javier Miranda de malversación de fondos y de estafa a los pobres y necesitados de la región. Mons. Rogelio justificó su decisión señalando que los futuros sacerdotes serían los más efectivos agentes de cambio social y, por lo tanto, que era el mejor modo de servir a los pobres en el largo plazo. La Justicia del Paraguay le dio la razón a Mons. Rogelio en todas las instancias, incluída la Corte Suprema, reconociendo la razón de su proceder y comprobando que se había gastado hasta el último centavo en cubrir las necesidades de la Iglesia, sin desviaciones a bolsillos de particulares. Siempre bajo la urgencia de conseguir los fondos para pagar por la educación de casi 200 seminaristas y el desarrollo de pastorales cada vez más activas y variadas, es decir, en orden a capitalizar espiritualmente a su Diócesis, el Obispo, sin rentas disponibles por ser muy reciente la creación de la misma, procedió a vender algunos inmuebles que no tenían usos pastorales ni producían otros beneficios económicos. Lo mismo habían hecho sus predecesores, incluso sin haber tenido Seminario propio que mantener. A pesar de esto, el Sr. Miranda lo denunció como una maniobra dolosa e irresponsable. De todos modos, para buscar una solución definitiva a esta precariedad económica, el Obispo, siguiendo la recomendación que había recibido por parte del Nuncio Apostólico al asumir su cargo, ha comisionado a laicos calificados el estudio y ejecución de proyectos que produzcan rentas en el futuro para cubrir al menos el 75% de los costos operativos estimados. 11. JAVIER MIRANDA La nota tragicómica de esta saga le corresponde a Javier Miranda, un agitador político poco familiarizado con el rigor de la verdad. Autoproclamado «Presidente de los Laicos del Alto Paraná», aunque no lo siga ningún movimiento laico, viene acusando tan obstinada como contradictoriamente a Mons. Rogelio y a sus colaboradores de los crímenes más variados, llegando en sus fabulaciones a afirmar en la prensa que tenía pruebas fehacientes de que el Obispo había contraído en un casino de Uruguay una deuda por millones de dólares (sic). Aunque desautorizado por los hechos –y hasta por los falibles tribunales humanos– sigue siendo títere útil de ciertos grupos de izquierda y de los oponentes eclesiásticos de siempre. Eso sí, con éxito y apoyo popular escasísimo. 12. QUE LA HISTORIA NO SE REPITA El crecimiento y pujanza del Pueblo de Dios en el Paraguay fue cruelmente mutilado a raíz del injusto proceso y supresión de los misioneros jesuitas a fines del siglo XVIII. También ellos fueron acusados por eclesiásticos cuestionables en alianza con poderosos lobbies y políticos. Los que apuestan a que la historia se repita ahora en nuestra Diócesis pueden llevarse la sorpresa de descubrir que, esta vez, el Obispo de Roma es un heredero de esos jesuitas calumniados y suprimidos, dispuesto a escribir la historia de un modo nuevo. __________ El mismo texto en lengua original en la página web de la diócesis de Ciudad del Este con, además, capítulo por capítulo, los vínculos a la documentación correspondiente: > Resumen explicativo… __________ Traducción en español de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares, España.

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