Dos críticas laicas a Bergoglio. Sobre emigración y populismo

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En este mes de agosto, el Papa Francisco ha sido rebatido sobre dos de los puntos más famosos de su predicación. Y de una manera insólita: las críticas, de hecho, no han llegado desde dentro de la Iglesia, sino desde fuera, desde voces autorizadas de la opinión pública laica; en la polémica no se ha dicho explícitamente su nombre, aunque era evidente que las críticas estaban dirigidas también hacia él.

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El primer punto atañe al fenómeno migratorio. En los días pasados, una sentencia de la magistratura italiana y un llamamiento firmado por un cierto número de intelectuales de ultra-izquierda han equiparado los centros de acogida de los inmigrantes que desde las costas libias se embarcan hacia Italia a «campos de concentración», y el rechazo a una acogida indiscriminada a un «exterminio de masa» análogo al de los judíos por parte de los nazis.

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Estas equiparaciones no son algo nuevo. En varias ocasiones, en los últimos tiempos, se ha recurrido a palabras como «lager», «exterminio», «holocausto», para denunciar el trato reservado a los inmigrantes por parte de quienes no quieren acogerlos sin reservas.

Pero esta vez, en concomitancia tanto con la decisión tomada conjuntamente por el gobierno italiano y las autoridades libias de poner un freno a los embarques de migrantes, llevados a cabo hasta ahora de manera impune por las organizaciones criminales en detrimento de la vida de muchos de ellos, como con el apoyo firme a esta decisión por parte del presidente de la conferencia episcopal italiana, el cardenal Gualtiero Bassetti, la aberrante equiparación de la «no acogida» de los inmigrantes al exterminio de los judíos no ha pasado inobservada, generando un saludable torbellino de críticas.

A decir verdad, ninguno de los críticos ha nombrado expresamente al Papa Francisco. Pero también él, no hace mucho, había definido como «campos de concentración» a los campos de acogida de los inmigrantes de Grecia e Italia.

Lo había hecho en la homilía pronunciada el 22 de abril en la basílica romana de San Bartolomé en la Isla Tiberina, durante una ceremonia en memoria de los «nuevos mártires» de los siglos XX y XXI.

Y esa frase había reforzado aún más el retrato actual que se hace del Papa Francisco a propósito de la inmigración: el Papa de la acogida ilimitada de todos, siempre y a toda costa.

Pero es verdad que Francisco, a este respecto, ocasionalmente ha dicho también lo contrario. Por ejemplo, en una de sus ruedas de prensa en el avión cuando, volviendo de Suecia el pasado 1 de noviembre, elogió la «prudencia» de los gobernantes que ponen límites a la acogida, porque «no hay sitio para todos».

Como es también verdad que el cardenal Bassetti habló con el permiso previo del Papa -el cual, a su vez, acababa de tener un encuentro privadocon el primer ministro italiano, Paolo Gentiloni- cuando, el pasado 10 de agosto, apoyó la línea dura del gobierno de Roma contra «quien explota de manera inhumana el fenómeno migratorio» organizando embarques de Libia hacia Italia.

Pero queda el hecho que estas rectificaciones no han comprometido la imagen de Francisco que se ha impuesto en los medios de comunicación: la del paladín de la acogida indiscriminada. Debemos preguntarnos si esto es sólo obra de los medios de comunicación o también suya, vista la aplastante preponderancia de sus llamamientos a la «acogida y basta», respecto al exiguo número de elogios a la «prudencia» en el gobierno del fenómeno migratorio.

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El segundo punto de la predicación del Papa Jorge Mario Bergoglio que ha acabado siendo blanco de las críticas tiene que ver con el conjunto de su visión política, hostil a la globalización, en la que ve prevalecer los efectos perversos, como a las políticas liberales, que tacha con frecuencia de «economía que mata».

En un editorial publicado el 26 de julio en el «Corriere della Sera», un economista de reconocida autoridad internacional como Francesco Giavazzi, docente en la Universidad Bocconi de Milán y en el Massachusetts Institute of Technology, ha individuado precisamente en estas dos hostilidades el origen de las actuales oleadas populistas: son de derechas cuando el origen del malestar se atribuye a la globalización (Donald Trump en los Estados Unidos, Geert Wilders en Holanda, Marine Le Pen en Francia…) y de izquierdas cuando el malestar, en cambio, se atribuye a políticas liberales (Syryza en Grecia, Podemos en España, Bernie Sanders en los Estados Unidos…).

La «tormenta perfecta» de estos años, según Giavazzi, es que tanto el populismo de derechas como el de izquierdas se han unido en un común «rechazo de las élites», es decir, de las instituciones políticas y económicas.

Giavazzi no lo ha escrito. Pero este rechazo es el mismo que anima la visión política global del Papa Francisco, enunciada sobre todo en esos «manifiestos» suyos que son los discursos que dirige a los «movimientos populares». Un rechazo que extiende sistemáticamente al establishment eclesiástico.

Un rechazo que, sin embargo, no tiene futuro, según Giavazzi. Porque tanto los populistas de derechas como los de izquierdas, «tienen en común una visión a breve término que, cuando va bien, se limita a retrasar los problemas al día siguiente, lo que hace que se agudicen». Y cita el ejemplo de la «revuelta contra las políticas liberales llevadas a cabo en Argentina durante la presidencia Menem, en los años noventa, que causaron la vuelta del peronismo en el gobierno».

No ha mencionado a Bergoglio, pero también éste ha sido llamado en causa. Quien sabe, tal vez ha tomado nota.

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Se puede añadir que en estos últimos días, después del ataque terrorista en Barcelona, el Papa Francisco ha sido criticado también por un tercer motivo: su rechazo a nombrar las raíces islámicas de este terrorismo, que él ha reducido por enésima vez a un simple acto de «violencia ciega«.

En este caso las críticas han estado dirigidas de manera explícita hacia él, nombrándolo. Tal como había sucedido, por razones distintas y desde lados opuestos, contra Benedicto  XVI, que en la memorable lección de Ratisbonahabía identificado y denunciado las raíces de violencia inherentes en el islam. Hecho por el que le hicieron pagar un alto precio.

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