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El cardenal Sarah tiene de su parte al Papa. Pero se llama Benedicto

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En francés, el cardenal Robert Sarah ha publicado su último best-seller sin el prólogo de Benedicto XVI, que tampoco estaba en la versión inglesa del libro.

Pero hete aquí que sí está en la edición alemana, aparecida en las librerías en estos días. Y pronto estará en la edición italiana, que Cantagalli pondrá a la venta a finales de junio; mientras que las ediciones francesa e inglesa la publicarán en las próximas ediciones.

«Con el cardenal Sarah, un maestro del silencio y de la oración interior, la liturgia está en buenas manos»; con estas palabras concluye Benedicto XVI su texto, redactado con su diminuta caligrafía en la semana de Pascua.

El título original del libro es «La force du silence» y el pasado mes de octubre www.chiesa publicó en cuatro idiomas algunos de sus pasajes más penetrantes.

Escribe ahora Benedicto XVI:

«Debemos agradecer al Papa Francisco haber nombrado a dicho maestro espiritual como  cabeza de la congregación que es responsable de la celebración de la liturgia en la Iglesia».

Sin embargo, no es un misterio que Jorge Mario Bergoglio ha confinado al cardenal Sarah a dicho cargo para neutralizarlo; desde luego, no para promoverlo. De hecho, lo ha privado de cualquier autoridad efectiva, lo ha rodeado de hombres que se oponen a él, e incluso ha dado marcha atrás en público de sus intenciones de llevar a cabo la «reforma de la reforma» en campo litúrgico.

Intenciones que, por su parte, Benedicto XVI apoya plenamente cuando, en el prólogo, denuncia «los peligros que amenazan continuamente la vida espiritual, incluso de sacerdotes y obispos, y también de la propia Iglesia, en la que no es algo infrecuente que la Palabra sea reemplazada por una verborrea que diluye la grandeza de la Palabra».

He aquí, a continuación, el texto íntegro del prólogo del «Papa emérito» al libro del cardenal Sarah.

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PRÓLOGO

Desde que leí por primera vez las Cartas de San Ignacio de Antioquia en los años 50, un pasaje de su Carta a los Efesios me conmovió particularmente: «Más vale callar y ser [un cristiano] que hablar y no ser. Está bien enseñar si aquel que habla hace. No hay, pues, más que un solo maestro, aquél que ha hablado y todo ha sido hecho, y las cosas que ha hecho en el silencio son dignas de su Padre. Aquél que posee en verdad la palabra de Jesús puede entender también su silencio, a fin de ser perfecto, a fin de obrar por su palabra y hacerse conocido por su silencio» (15, 1f). ¿Qué significa esto de escuchar el silencio de Jesús y conocerle a través de su silencio? Sabemos por los Evangelios que Jesús, a menudo, pasaba las noches solo «en la montaña» orando, conversando con su Padre. Sabemos que su discurso, su palabra, venía del silencio y sólo podía madurar en él. Por lo que es razonable pensar que su palabra sólo puede ser correctamente comprendida si nosotros, también, entramos en su silencio, si aprendemos a escucharla desde su silencio.

Ciertamente, para poder interpretar las palabras de Jesús se necesita tener un conocimiento histórico que nos enseñe a comprender el tiempo y el lenguaje de esa época. Pero esto, por sí solo, no es suficiente si queremos comprender el mensaje del Señor en profundidad. Cualquiera que lea hoy los comentarios a los Evangelios, cada vez más densos, al final se queda decepcionado. Aprende muchas cosas que pueden ser útiles sobre esos días y muchas hipótesis que, en última instancia, no contribuyen en nada a la comprensión del texto. Al final uno siente que en ese exceso de palabras falta algo esencial: entrar en el silencio de Jesús, del que nació su palabra. Si  no podemos entrar en este silencio, siempre escucharemos superficialmente la palabra, sin comprenderla en su totalidad.

Mientras leía el nuevo libro del cardenal Robert Sarah, todos estos pensamientos atravesaban de nuevo mi alma. Sarah nos enseña el silencio, a ser silenciosos con Jesús, nos enseña la verdadera quietud interior y, de esta forma, nos ayuda a captar la palabra del Señor de nuevo. Habla poco sobre sí mismo, pero de vez en cuando podemos alcanzar a ver su vida interior. Cuando responde a la pregunta de Nicolas Diat: «¿Alguna vez le han resultado las palabras demasiado molestas, demasiado pesadas, demasiado ruidosas?», dice: «En mi oración y en mi vida interior siempre he sentido la necesidad de un silencio más profundo y completo. (…) Los días de soledad, de silencio y de ayuno absoluto han sido un gran apoyo. Una gracia increíble, una lenta purificación y un encuentro personal con (…) Dios. (…) Los días de soledad, silencio y ayuno, con el único alimento de la Palabra de Dios, permiten al hombre cimentar su vida sobre lo esencial». Estas líneas hacen visible el manantial del que vive el cardenal, y que da a su palabra su profundidad interior. Desde esta posición ventajosa él puede ver así los peligros que amenazan continuamente la vida espiritual, incluso de sacerdotes y obispos, y también de la propia Iglesia, en la que no es algo infrecuente que la Palabra sea reemplazada por una verborrea que diluye la grandeza de la Palabra. Me gustaría citar sólo una frase que puede convertirse en un examen de conciencia para cada obispo: «Puede suceder que un sacerdote bueno y piadoso, cuando es elevado a la dignidad episcopal, caiga rápidamente en la mediocridad y se preocupe de los éxitos mundanos. Agobiado por la carga de los deberes que le corresponden, preocupado por su poder, su autoridad y las necesidades materiales de su cargo, lentamente pierde interés».

El cardenal Sarah es un maestro espiritual, que habla desde las profundidades del silencio con el Señor, desde su unión íntima con Él, por lo que realmente tiene algo que decir para cada uno de nosotros.

Debemos agradecer al Papa Francisco haber nombrado a dicho maestro espiritual como  cabeza de la congregación que es responsable de la celebración de la liturgia en la Iglesia. Es verdad que para la liturgia, como para la interpretación de las Sagradas Escrituras, es necesario un conocimiento especializado. Pero también es verdad que la especialización puede, en última instancia, dejar de lado lo esencial en la liturgia, a no ser que esté arraigada en una unión profunda e íntima con la Iglesia orante, que continuamente aprende del Señor mismo qué es la adoración. Con el Cardenal Sarah, maestro del silencio y de la oración íntima, la liturgia está en buenas manos.

Benedicto XVI, Papa emérito

Ciudad del Vaticano, en la Semana de Pascua 2017

Comentarios
7 comentarios en “El cardenal Sarah tiene de su parte al Papa. Pero se llama Benedicto
  1. La autoridsd para mí la tiene Benedicto XVI, PAPA EMÉRITO.
    Es que nadie puede echar a este » Papa»? O exizten intereses de ls poderosos de este mundo que lo mantienen?El NOM?
    Domina éste – el NOM- – el gobierno de la IGLESIA( masonería, comunismo…?
    Parece ser que SÍ..
    DDIOS MÍO, VIRGEN MARÍA, SALVA A TU IGLESIA.!

  2. Benedicto (Bendito – Bendecido) llega justo (alguno más grande que él lo envió) para decir la verdad de aquello que es esencial en la Iglesia, la Liturgia, lo hace referido a una persona concreta que tiene una función especialísima, única, es la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, qué significa eso, originariamente eran dos Dicasterios, fueron reunificados por S. Juan Pablo II con la Constitución Apostólica Pastor Bonus, publicada el 28 de junio de 1988, Juan Pablo II las ha reunido nuevamente en un único Dicasterio con la denominación “Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos”. Finalidad y competencias. Se ocupa de todo aquello que concierne a la Sede Apostólica sobre la promoción y la reglamentación de la Liturgia y, en primer lugar, de los Sacramentos.
    Promueve la acción pastoral litúrgica en todo aquello que se refiere a la preparación y la celebración de la Eucaristía, de los otros Sacramentos y de los sacramentales, así como la celebración del domingo y de las otras fiestas del año litúrgico y la Liturgia de las Horas.
    En síntesis del oficio sacerdotal, en palabras del papa Pío XII en su encíclica “Mediator Dei”: “La liturgia no es solamente la parte exterior y sensible del culto, ni mucho menos el aparato de ceremonias o conjunto de leyes y reglas…, es el ejercicio del oficio sacerdotal de Cristo”. Con todo respeto creo que ese oficio sacerdotal de Cristo es un oficio muy serio. Hay una diferencia esencial entre «Hagan esto en memoria Mía» y hagan lo que quieran para gusto de ustedes o para sentirse creativos. El Mismo Benedicto había explicado la seriedad sacramental en la audiencia general del 14 de abril de 2010. «Para comprender lo que significa que el sacerdote actúa in persona Christi Capitis —en la persona de Cristo Cabeza—, y para entender también las consecuencias que derivan de la tarea de representar al Señor, especialmente en el ejercicio de estos tres oficios, es necesario aclarar ante todo lo que se entiende por «representar». El sacerdote representa a Cristo. ¿Qué quiere decir «representar» a alguien? En el lenguaje común generalmente quiere decir recibir una delegación de una persona para estar presente en su lugar, para hablar y actuar en su lugar, porque aquel que es representado está ausente de la acción concreta. Nos preguntamos: ¿El sacerdote representa al Señor de la misma forma? La respuesta es no, porque en la Iglesia Cristo no está nunca ausente; la Iglesia es su cuerpo vivo y la Cabeza de la Iglesia es él, presente y operante en ella. Cristo no está nunca ausente; al contrario, está presente de una forma totalmente libre de los límites del espacio y del tiempo, gracias al acontecimiento de la Resurrección, que contemplamos de modo especial en este tiempo de Pascua.
    Por lo tanto, el sacerdote que actúa in persona Christi Capitis y en representación del Señor, no actúa nunca en nombre de un ausente, sino en la Persona misma de Cristo resucitado, que se hace presente con su acción realmente eficaz. Actúa realmente y realiza lo que el sacerdote no podría hacer: la consagración del vino y del pan para que sean realmente presencia del Señor, y la absolución de los pecados».

  3. Lo que el cardenal Sarah está diciendo no fue comprendido por Benedicto porque parecería que Sarah tiene a la revelación y a la Palabra de Dios como Objeto de contemplación, ver en silencio sin discurso racional, una contemplación que supone el don de sabiduría y la oración, escuchar la Palabra de Dios tal como es haciendo de Ella, el dato revelado dado, el elemento de juicio y ordenación que interpela la vida humana, social y litúrgica. En cambio, Benedicto habla de interpretar la verdad revelada, lo que supone que el hombre no toma a la Revelación como un dato dado, como lo dado por Dios y que lo interpela, sino como palabra humana sujeto de razonamiento y discurso desde la perspectiva del estudioso, y por lo tanto de estudio subjetivo. Mientras la mirada de Sarah es objetiva la de Benedicto es subjetiva y relativa con respecto a la Revelación.

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