Para el papa Francisco el 2017 comenzó amargo. Su popularidad sigue siendo alta, pero sin que haya un ascenso similar de la práctica religiosa. En América Latina, directamente se registran derrumbes.
Es clamoroso el caso de Brasil, donde los que declaran pertenecer a la Iglesia Católica han descendido en los últimos dos años del 60 al 50% de la población, según una muy reciente y detallada encuesta de Datafolha.
Hace apenas medio siglo, en Brasil se decía católica la casi totalidad de la población. En el 2000 el porcentaje había descendido al 62% y se estabilizó allí. Pero ahora de nuevo cae bruscamente, justamente mientras en Roma reina por primera vez un Papa latinoamericano.
El único continente en el que los católicos continúan creciendo a ritmo sostenido es el África subsahariana. Pero la Iglesia africana, con sus obispos y cardenales, es también la más dura antagonista de los cambios que el papa Francisco puso en movimiento. Paradójicamente, el Papa llamado desde los confines del mundo, con la voluntad de renovar la Iglesia, debe apoyarse en las extenuadas y vacías Iglesias nacionales del viejo continente, en primer lugar la de Alemania, para poner en práctica su programa, pero encontrándose precisamente con la resistencia tenaz de las jóvenes y fervientes Iglesias africanas.
También dentro de la curia romana esta fractura es visible a simple vista. El cardenal predilecto de Jorge Mario Bergoglio es el octogenario Walter Kasper, alemán, mientras que el más opuesto a él es el guineano Robert Sarah, héroe y faro para gran parte de la Iglesia Católica, no sólo de África.
En los dos sínodos convocados en el 2014 y en el 2015 el papa Francisco percibió personalmente las resistencias a las innovaciones que quería introducir, en ese terreno minado que es el cuidado pastoral de la familia.
Para domar a los opositores hizo una jugada astuta, como cándidamente reveló a posteriori un protegido suyo, el arzobispo Bruno Forte, cuando mencionó estas palabras textuales dichas a él por el Papa durante el sínodo: «Si hablamos explícitamente de comunión a los divorciados que se han vuelto a casar, no sabemos qué desorden podemos llegar a provocar. Entonces no hablemos de modo directo, hazlo de tal forma que estén presentes las premisas, después yo extraeré las conclusiones».
De hecho, es exactamente lo que sucedió. Bergoglio no dijo nunca claramente que quería admitir a la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar, acto jamás permitido anteriormente por la Iglesia Católica. Pero le dio cuerda a los paladines de la innovación, con los alemanes a la cabeza. Y archivado el doble sínodo sin vencedores ni vencidos, él mismo se ocupó de extraer los resúmenes en la exhortación apostólica «Amoris laetitia», en la que deslizó las novedades queridas por él en un par de sibilinas notas a pie de página, entre lo dicho y lo no dicho.
Pero justamente ese «desorden», palabra suya, que logró evitar en el sínodo, Francisco lo ha visto surgir después, porque las ambigüedades deliberadamente introducidas por él en «Amoris laetitia» han desatado una ingobernable explosión de interpretaciones teóricas y de aplicaciones prácticas contradictorias.
Con el resultado, por ejemplo, que en la diócesis de Roma se admite la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar y que viven «more uxorio», mientras que en la diócesis de Florencia todavía no; en San Diego sí y en Filadelfia no. Y así en todo el orbe católico, donde entre diócesis y diócesis y entre parroquia y parroquia se aplican ya las prácticas más diferentes y opuestas, y todas se remiten a la respectiva lectura de «Amoris laetitia».
No sólo están en juego los sí o los no a la comunión, sino el final de la indisolubilidad del matrimonio y la admisión del divorcio también en la Iglesia Católica, como ya está sucediendo entre protestantes y ortodoxos.
Cuatro cardenales, el italiano Caffarra, el estadounidense Burke y los alemanes Meisner y Brandmüller, éstos últimos en la postura opuesta a la de otros connacionales suyos, han pedido públicamente al Papa que resuelva con una palabra de una vez por todas las «dudas» doctrinales y prácticas puestas en circulación por «Amoris laetitia».
Francisco no ha respondido hasta ahora. Ni lo podrá hacer, a menos que se contradiga a sí mismo.
(Traducción en español de José Arturo Quarracino, Temperley, Buenos Aires, Argentina)
———-
Claudio:
El plan de la masonería eclesiástica: Relajamiento de los mandamientos de Dios, de los sacramentos de la Eucaristía, Confesión y Matrimonio para asimilar a las sectas protestantes y formar una nueva Iglesia Universal donde cada quien crea lo que quiera.
He leído el discurso del Papa a la Rota Romana, su contenido no pareciera estar dirigido a un conjunto de juristas, sino a la pastoral familiar. En ese discurso el Papa dice que «también la preparación para el matrimonio debe convertirse en una parte integral de todo el procedimiento de matrimonio sacramental, como un antídoto para evitar la proliferación de celebraciones matrimoniales nulas o inconsistentes». Tengo la impresión personal que el Papa cree que existe una «enfermedad» que hay que prevenir, consiste en «evitar la proliferación de celebraciones matrimoniales nulas o inconsistentes». Por lo tanto también cree que de hecho hay una gran cantidad de matrimonios que no existen como sacramento, que no son válidos. Da por sentado que es una verdad claramente visible la proliferación de celebraciones nulas. Eso supone una gravísima responsabilidad eclasial, que no se resuelve a posteriori, que debe ser prevenida y «antidotada». El antídoto para el Papa es el catecumenado, un camino de discernimiento de carácter preventivo. Si esto es así qué hemos estado haciendo con el sacramento del matrimonio ?. Por otra parte se incluye una figura distinta a la nulidad, aparece equiparada a la inconsistencia. Pero claro el Papa es el Papa y no aclara ni explica qué es la inconsistencia matrimonial, lo que originará otro debate, ahora en lo jurídico, qué es la inconsistencia en el matrimonio que lo haría no válido ?, se trata de una modificación a las causales del CIC sobre nulidad o se abre una nueva puerta para valorar los sacramentos, esa inconsistencia es aplicable a los demás sacramentos ?. Recemos………..
Pregunto: por qué ha hecho el Papa todo esto ?, qué razón puede llevar a un pontífice a convocar un Sínodo si el contenido ya estaba definido con anterioridad ?, por qué no plantear su posición con claridad y no por debajo de la mesa ?, qué motivos llevaron a Bruno Forte a intentar engañar a los Padres Sinodiales ? cómo es posible que no advertir que con maniobras y trapisondas no se iba a conseguir otra cosa que una división profunda sobre el Sacramento de mayor jerarquía ?. Y finalmente cómo se repara el daño tremendo que es convertir a la Iglesia en una serie de «Supermercados» que compiten por vender un producto, compre en la sucursal N° 3 que allí venden lo que no se vende en la sucursal N° 17 ?.
Encontrará Cristo Fe en su segunda venida ?
Si esto no lo arregla Cristo………….
Con la Amoris la Iglesia Católica se convierte en la mayor hipócrita del mundo. Dice que sí a la indisolubilidad del matrimonio y, simultáneamente, dice que sí a la comunión de los adúlteros. O lo uno o lo otro, en aplicación del principio elemental de no contradicción. Jesucristo no fundó una Iglesia hipócrita; eso es de fariseos. Jorge Mario a la calle.
Y en el Opus Dei, ¿ sí o nó ? La Prelatura, como tal, no ha dicho esta boca es mía, como si no le concerniera, pero, si San Josemaría Escrivá definió el Opus Dei como una gran catequesis, no tiene más remedio que pronunciarse. Y está tardando, demasiado, contribuyendo a la confusión reinante. No puede seguir mirando para otro lado. Hay pecados de omisión.