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Basta de proselitismo, es tiempo de «Silencio». También para las misiones católicas

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A partir del 12 de enero, en las salas cinematográficas de Italia y de otros países se proyectará la última y esperada película de Martin Scorsese, «Silencio«, preestrenada en Roma hace un mes con un público selecto formado en buena medida por jesuitas, después de la audiencia que el papa Francisco le concedió al famoso director (ver foto) el 30 de noviembre.

La trama de la película está basada en la novela del mismo título del escritor católico japonés Shusaku Endo (1923-1996). Ambientada en el siglo XVII, en plena persecución anticristiana, sus protagonistas son dos jesuitas que van a Japón a buscar a un hermano suyo, Christovao Ferreira, que había sido provincial de la Compañía de Jesús y del que llegan noticias de que ha apostatado. Efectivamente, es lo que ha sucedido. Y al final también uno de estos dos, Sebastian Rodrigues, abjurará con la intención de salvar de una muerte atroz a otros cristianos.

El «silencio» del título es el de Dios ante el martirio de esos primeros cristianos japoneses. Y de hecho el libro, antes que la película, es una maraña de preguntas capitales sobre las razones de mantenerse firme o no en la fe en una época de martirio extremo. Los jesuitas que abjuran lo hacen por misericordia hacia esos simples cristianos que, por el contrario, están dispuestos a sacrificar su vida por fidelidad a Cristo. Y como apóstatas son recompensados con un puesto de prestigio en la sociedad japonesa de la época, a la que se someten. Las cuestiones planteadas son de gran espesor y profundidad. Y son resaltas por la reseña de la novela de Endo escrita en 1973 por el jesuita Ferdinando Castelli, publicada de nuevo íntegramente en el último número de «La Civiltà Cattolica».

Asombra, sin embargo, que dichas cuestiones queden circunscritas a una crítica literaria, aunque sea apreciable. De hecho, poco es lo que aflora de ellas en las otras intervenciones del gran bombo publicitario orquestado por «La Civiltà Cattolica» para el estreno de la película.

En el penúltimo número de la revista de los jesuitas de Roma –que según su estatuto se imprime con el control previo de la Santa Sede y que se ha convertido en el espejo del pensamiento del Papa Francisco–, el director padre Antonio Spadaro ha publicado un coloquio con Martin Scorsese que ocupa 22 páginas, en el cual, sin embargo, a «Silencio» se le dedica poco más de una página y en el que el director de la película declara que el personaje más interesante es, en su opinión, Kichjjiro, el acompañante de los dos jesuitas protagonistas, «siempre débil» e incline a traicionarlos y al que, sin embargo, precisamente el jesuita que abjura le da las gracias, al final, como «maestro»:

> «Silence». Intervista a Martin Scorsese

A esta reducción de las cuestiones capitales que subyacen en «Silencio» le ha dedicado el obispo auxiliar de Los Angeles, Robert Barron, este comentario crítico en una entrada del blog «Word on Fire«:

«Lo que me preocupa es que todo este centrarse en la complejidad, la polivalencia y la ambigüedad de la historia esté al servicio de la élite cultural de hoy, que no es muy distinta de la élite cultural japonesa [de hace cuatro siglos] que se ve en la película. Lo que quiero decir es que el establishment laico dominante siempre prefiere a los cristianos que dudan, que están inciertos, divididos y ansiosos por privatizar su religión. Y, viceversa, es demasiado incline a descalificar a las personas fervientemente religiosas como peligrosas, violentas y, déjenmelo decir, no muy inteligentes. Bastaría volver a escuchar el discurso de Ferreira a Rodrigues sobre el supuesto simplismo existente en el cristianismo de los laicos japoneses para eliminar cualquier duda sobre lo que estoy diciendo. Me pregunto si Shusaku Endo (y quizás también Scorsese) no nos ha invitado, en realidad, a apartar la mirada de los sacerdotes y dirigirla, en cambio, hacia ese maravilloso grupo de laicos valientes, devotos y entregados, que han sufrido durante mucho tiempo y que han mantenido la fe cristiana en las condiciones más difíciles imaginables y que, en el momento decisivo, han dado testimonio de Cristo con la propia vida. Mientras Ferreira y Rodrigues, con toda su formación especializada, se convertían en los cortesanos en manos de un gobierno tirano, esa gente sencilla seguía siendo una espina en el flanco de la tiranía.

«Sí, lo sé, lo sé, Scorsese muestra el cadáver de Rodrigues en su ataúd sujetando un pequeño crucifijo, lo que demuestra, supongo, que el sacerdote siguió siendo, de alguna manera, cristiano. Pero insisto, éste es precisamente el tipo de cristianismo que gusta a la cultura hodierna: totalmente privatizado, escondido, inocuo. Vale, entonces de acuerdo, tal vez un medio viva’ para Rodrigues, pero un ‘hip hip hurra’ gritado a pleno pulmón para esos mártires crucificados a la orilla del mar».

*

Pero volviendo a «La Civiltà Cattolica», lo que más asombra es la actualización que hace del suceso histórico narrado en «Silencio».

En el último número de la revista hay un artículo sobre lo que debería ser hoy «la misión en el Japón secularizado«, en el que el autor, el jesuita japonés Shun’ichi Takayanagi, considera que «un cambio de paradigma respecto al concepto de misión y a los modos de ejercerla» es obligatorio.

De hecho, según el padre Takayanagi, el tipo de misión en uso también en Japón hasta hace pocos decenios, cuyo «fin era obtener resultados visibles y concretos, es decir, un gran número de bautizados»,  hoy no sólo «ya no es posible», sino que está superado y tiene que ser sustituido por completo.

Escribe:

«Aunque la ‘misión’ obtuvo un gran resultado en Japón en el siglo XVI, actualmente no es posible alcanzar un éxito similar porque nuestro tiempo está caracterizado por un rápido progreso de la cultura material y por un elevado nivel de vida. Precisamente por esto, la anticuada concepción de la misión, que procede de la época colonial occidental del siglo XIX y sobrevive en el subcosciente de muchos misioneros, extranjeros y autóctonos, debe ser sustituida por una nueva concepción del pueblo con el que y para el que se trabaja. La nueva estrategia del anuncio del Evangelio debe convertirse en expresión de la necesidad de religión de los hombres de hoy. El diálogo debe profundizar nuestra concepción de las otras religiones y de la común exigencia humana de valores religiosos».

Por consiguiente, según «La Civiltà Cattolica», el «anticuado» concepto de misión, es decir, «hacer proselitismo y proporcionar conversos a la Iglesia», debe ser sustituido por el «diálogo». Sobre todo en un país como Japón en el que es normal «ir a un santuario sintoísta y participar en las fiestas budistas y, también, en una liturgia cristiana en Navidad», sin esa «extraña obligación de seguir un determinado credo religioso» y «en una atmósfera cultural vagamente no monoteísta».

En la parte final de su artículo el padre Takayanagi subraya que los japoneses, aunque están muy abiertos al pluralismo religioso, «se quedan turbados ante ese episodio brutal que puede ser atribuido a raíces religiosas», islámicas pero no sólo.

Y comenta:

«Ciertamente, la religión puede hacer crecer y madurar a los hombres, pero en casos extremos la pertenencia a una religión también puede pervertir la naturaleza humana. ¿Es capaz el cristianismo de impedir el fanatismo y esta especie de perversión? Ésta es para nosotros una pregunta acuciante, que debemos plantearnos en el ejercicio de nuestra actividad misionera. La historia pasada del cristianismo, a este respecto, no es ciertamente intachable. […] En concreto, algunos intelectuales japoneses, aunque de manera vaga y casi inconsciente e inspirándose a la cultura politeísta japonesa, empiezan a preguntarse si las religiones monoteístas pueden mostrarse, en última instancia, verdaderamente tolerantes hacia los miembros de otras religiones. […] Estos intelectuales consideran que el terreno cultural politeísta del sintoísmo japonés puede asegurar un enfoque suave hacia las otras religiones».

El 4 de enero se publicaron amplios pasajes de este artículo de «La Civiltà Cattolica» en «L’Osservatore Romano«.

Lo cual no debe sorprendernos. Porque ya en otras ocasiones «L’Osservatore Romano» ha hecho apología de un paradigma de misión cuyo fin es la «común exigencia humana de valores religiosos», como el que propugna ahora la revista dirigida por el padre Spadaro.

En concreto, el 26 de abril de 2016 el periódico del Papa publicó, firmada por Marco Vannini, la reseña de un libro de Jan Assmann, «Il disagio dei monoteismi», que iba precisamente en esa dirección.

Vannini no es católico. Sobre él la «Civiltà Cattolica» escribió en 2004: «Excluye la transcendencia, suprime las verdades esenciales del cristianismo y, a través del neoplatonismo, llega inexorablemente a la gnosis moderna».

En lo que respecta a Assmann, famoso egiptólogo y teórico de las religiones, su tesis capital es que los monoteísmos, todos, con a la cabeza el judeocristianismo, son por esencia exclusivos y violentos ante otros credos, al contrario de los antiguos politeísmos, por esencia pacíficos.

Pues bien, en «L’Osservatore Romano» Vannini no se distanció mínimamente de la postura de Assmann, más bien al contrario:

«En nuestro mundo globalizado la religión puede encontrar su lugar sólo como ‘religio duplex’, es decir, religión de dos pisos, que ha aprendido a concebirse como una entre las muchas y a mirarse con los ojos de las otras, sin perder nunca de vista el Dios escondido, ‘punto transcendental’ común a todas las religiones».

En resumen, es tiempo de «Silencio» también para las misiones católicas. A pesar del decreto «Ad gentes» del Concilio Vaticano II, de la exhortación apostólica «Evangelii nuntiandi» de Pablo VI y de la encíclica «Redemptoris missio» de Juan Pablo II.

(Traducción en español de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares, España)

Comentarios
6 comentarios en “Basta de proselitismo, es tiempo de «Silencio». También para las misiones católicas
  1. Fred, suscribo todo lo que dices con un matiz. Creo que Bergoglio, desde que es Francisco, todavía es más Bergoglio y más demoledor. Ha convertido los fines en medios y los medios en fines. Su lenguaje de la misericordia, la inclusión, los puentes, el diálogo, el discernimiento, la acogida, el encuentro, etc, sin un porqué y un para qué, además de puro aburrimiento, es inconcluyente.

  2. Acabo de leer una reseña del libro «La Iglesia Traicionada» de Antonio Caponetto, escrito en 2010. El cual dedica un capitulo entero al Cardenal Bergoglio, que conocía muy bien. La personalidad de Bergoglio es la misma que Francisco: es la esencia del relativismo, le molesta hablar de verdades, todo es liquido, todo es fluido, todo es negociable. No es de extrañar que dijera que no se sentía identificado con los 3 temas innegociables enunciados por Benedico XVI (defensa de la vida, la familia y la educación).

    Bergoglio siempre dispuesto a dialogar y exaltar lo bueno que tienen los que odian a la Iglesia catolica, a los politicos que promulgan leyes anticristianas, por esto recibe a dictadores como Maduro, Castro, personajes siniestros como Bonafini, o Emma Bonino, a la vez que rechaza recibir al esposo de Asia Bibi, a las Damas de Blanco o las esposas de los presos políticos de Venezuela. En cambio con los cristianos que defienden todo lo católico, son obtetivos de sus criticas: son obsesivos, son intransigentes, no tienen misericoria, etc.

    Consciente o inconscientemente esto solo tiene un objetivo: la voluntad de altos jerarcas de la Iglesia Católica de destruirla desde dentro, ya que son unos relativistas que, so capa de misericordia y dialogo, derriban el Magisterio milenario, para congraciarse con el mundo.

    El silencio de las misiones, es una derivada más de esta visión relativista, (no olvidemos que en el viaje a America Latina arremetió contra los españoles misioneros de este continente), ahora se sustituye el «id y bautizad a todas las gentes en el nombre del Padre, Hijo y Espiritu Santo», por el «id a dialogar con todas la gentes», que lo importante es que se sientan bien ellos mismos, y como dice Francisco, la primera regla es : «vive y deja vivir», y por tanto, el mandamiento de «amarás a Dios sobre todas las cosas», hay que adaptarlo al mundo moderno.

  3. Dialogar por dialogar es una aburrimiento morrocotudo. Si estamos convencidos de que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre y que ha fundado una única Iglesia, la católica y apostólica, lo que tenemos que hacer es cumplir el mandato imperativo del mismo Jesucristo de anunciar sin complejos y con sencillez la buena nueva que nos salva a todo el mundo, incluídos protestantes, musulmanes, etc.

  4. Otra lectura: El artículo estaría bien centrado si se hubiera partido de la afirmación siguiente: «el ecumenismo al igualar las religiones se transforma en un politeísmo cuya exigencia es el abandono de la religión verdadera para aceptar todas las religiones». Luego, el autor podría haber tomado la obra «Silencio» como un ejemplo de abandono de la religión católica en la búsqueda de la armonía y del diálogo con el mundo anticristiano y con la modernidad actual. La apostasía del catolicismo se llevaría a cabo a través de un ecumenismo y terminaría en un politeísmo en el cual se aceptan todas las creencias como valiosas siempre que se desconozca la existencia de un Dios verdadero que exige una determinada fe, un determinado culto y una determinada manera de obrar para ser salvados. Es un volver al politeísmo de la Roma antigua en que los nuevos dioses eran aceptados siempre que no se dijera que se trataba del único Dios verdadero, los japoneses politeistas no han descubierto nada nuevo. En definitiva, una involución hacia el paganismo en búsqueda de una religión más cómoda y sin exigencias. Hacia allí dirige nuestra jerarquía la nave, hacia esas tempestades vamos impulsados por viejos progresistas.

  5. Scorsese, sin darse mucha cuenta, ha plasmado en los protagonistas de su película, padres Ferreira y Rodrigues, el retrato más dramático del clero y la jerarquía de hoy. Como el japonés débil que no podía dejar de apostatar, yo también digo: qué desdicha que me haya tocado vivir este tiempo…

  6. Al final tendremos que pedir perdón y permiso los católicos por nuestras firmes creencias; en cambio los materialistas ateos, marxistas o hitlerianos, causantes de un centenar de millones de muertos, no tienen necesidad de pedir perdón. Pero, si en Roma ya no son muy creyentes, lo mejor que pueden hacer es dejar libre la sede, para que la ocupe quien de verdad cree en Jesucristo y su Iglesia y el mandamiento de la evangelización de todo el mundo.

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