| 27 octubre, 2014
Del Vatican Insider “La corrupción es un mal más grande que el pecado. Más que perdonado, este mal debe ser curado”. Palabras duras, netas, de una claridad meridiana. Las pronunció el Papa durante una audiencia con juristas de diversas partes del mundo. Pasaron casi desapercibidas, en un discurso donde la atención la captó su condena a la pena de muerte. El origen de la particular visión de Francisco sobre el hombre de poder y corrupto hunde sus raíces en su natal Argentina. Aquí algunas claves para entenderla, con un apartado dedicado a los Kirchner.
“La corrupción se volvió natural, al punto de llegar a constituir un estado personal y social ligado a la costumbre, una práctica habitual en las transacciones comerciales y financieras, en las licitaciones públicas, en toda negociación que involucre agentes del Estado. Es la victoria de las apariencias sobre la realidad de la insolencia impúdica sobre la discreción honorable”, dijo Jorge Mario Bergoglio en su encuentro con representantes de la Asociación Internacional de Derecho Penal, la mañana de este jueves 23 de octubre. En la Sala de los Papas del Palacio Apostólico Vaticano unas 30 personas de diversas nacionalidades siguieron el mensaje del pontífice, pronunciado en italiano. El tema de la corrupción pareció quizás secundario en un discurso que se concentró principalmente en las deficiencias comunes a los sistemas de justicia en la mayoría de los países del mundo. Llamó la atención, sobre todo, el crudo retrato que Francisco trazó del corrupto. Según él, “existen pocas cosas más difíciles que abrir una brecha en el corazón de un corrupto”. Constató que, cuando la situación personal del corrupto se vuelve complicada, “él conoce todas las escapatorias para escapar como hizo el administrador deshonesto del evangelio”. “El corrupto atraviesa la vida por los atajos del oportunismo, con el aire de quien dice: ‘Yo no fui’, llegando a interiorizar su máscara de hombre honesto. Es un proceso de interiorización. El corrupto no puede aceptar la crítica, descalifica quien la hace, busca disminuir a cualquier autoridad moral que pueda ponerlo en discusión, no valora a los demás y ataca con el insulto a cualquiera que piensa en modo distinto. Si las relaciones de fuerza lo permiten, persigue a cualquiera que lo contradiga”, dijo. Y agregó: “La corrupción de expresa en una atmósfera de triunfalismo porque el corrupto se cree un vencedor. En ese ambiente se pavonea para disminuir a los otros. El corrupto no conoce la fraternidad o la amistad, sino la complicidad y la enemistad. El corrupto no percibe su corrupción. Ocurre un poco lo que sucede con el mal aliento: difícilmente quien lo tiene se da cuenta, son los demás los que se dan cuenta y tienen que decírselo. Por tal motivo difícilmente el corrupto podrá salir de su estado por remordimiento interno de la conciencia”. Es difícil desligar estas reflexiones de la experiencia argentina del Papa. Son pensamientos profundos que él mismo desarrolló hace muchos años, cuando vivió en la provincia de Córdoba un “exilio forzado” entre 1996 y 1998. Fueron consecuencia de una historia desgarradora, que conmocionó a la Argentina: El salvaje asesinato en 1990 de la joven María Soledad Morales a manos de los “hijos del poder” de Catamarca, una provincia del norte del país. Esas ideas Francisco las fue completando en los años siguientes, hasta que terminaron convirtiéndose en el libro “Corrupción y pecado”, publicado en Argentina en 2005 y en otras partes del mundo en 2013, a raíz de su elección como obispo de Roma. Las reflexiones del hoy Papa se gestaron en una coincidencia temporal con el ascenso al poder de los Kirchner en Argentina. Primero con el presidente Néstor y después con su esposa, también mandataria, Cristina Fernández. Todos recuerdan cómo, siendo arzobispo de Buenos Aires y presidente de la Conferencia Episcopal, Bergoglio se convirtió en blanco de las críticas y de la hostilidad del gobierno. No pocas veces la autoridad moral de la Iglesia fue blanco de descalificaciones, sobre todo cuando se refería a temas como la pobreza y la justicia social. La poca tolerancia a la crítica, la persecución al distinto y el espíritu prepotente triunfalista, según el Papa, son características del corrupto que ejerce el poder. Pero, al mismo tiempo, son los principales motivos de queja de opositores y medios de comunicación contra el actual gobierno argentino. Situaciones similares se repiten, por ejemplo, en Bolivia y Venezuela. Aún más significativas fueron las frases de Francisco sobre la corrupción si se piensa que, entre quienes lo escuchaban, estaba el juez de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Eugenio Raúl Zaffaroni, quien debe a Néstor Kirchner su nombramiento en el máximo tribunal de Argentina y al cual, no pocos analistas, consideran directamente “kirchnerista”. Es el mismo juez que en julio de 2011 fue denunciado por la organización argentina La Alameda porque en 6 de los 15 departamentos de su propiedad se ejercía la prostitución. El letrado alegó que desconocía el uso dado a los inmuebles porque otros los administraban. No obstante, el escándalo terminó con una causa contra Zaffaroni por violación a la Ley de Profilaxis de las Enfermedades Venéreas. Claro que al hablar de corrupción el Papa no se refirió a ese juez. Pero, claro, sus palabras tan descriptivas son -cuanto menos- sugerentes. Sobre todo considerando que el pontífice es amigo muy cercano y ha trabajado codo a codo con Gustavo Vera, histórico líder de La Alameda y al cual recibe en Santa Marta cada cuatro meses, la última vez hace unas semanas. Por lo pronto, ante los juristas Francisco denunció que “la escandalosa concentración de la riqueza global es posible a causa de la connivencia de los responsables de la cosa pública con los poderes fuertes”. Y consideró que “la corrupción es ella misma también un proceso de muerte: cuando la vida muere, existe corrupción”. “¿Qué puede hacer el derecho penal contra la corrupción? Son ya muchas las convenciones y tratados internacionales en materia y han proliferado las hipótesis de delito orientadas a proteger no tanto a los ciudadanos, que en definitiva son las víctimas últimas –en particular los más vulnerables-, cuanto a proteger los intereses de los operadores de los mercados económicos y financieros”, señaló. “La sanción penal es selectiva. Es como una red que captura sólo los peces chicos, mientras deja los grandes libres en el mar. Las formas de corrupción que se necesita perseguir con la mayor severidad son aquellas que causan graves daños morales, sea en materia económica y social –como por ejemplo graves fraudes contra la administración o el ejercicio desleal de la administración- como en cualquier obstáculo interpuesto al funcionamiento de la justicia con la intención de procurar la impunidad por las propias fechorías o por las de terceros”, apuntó.
