Foreign Affairs Latinoamérica “Es claro que Francisco opera con principios de conducción destinados a recuperar el poder de decisión de la Iglesia imponiendo su agenda. Para ello va construyendo una relación particular con sus fieles, que impida interferencias en las líneas de comunicación y de mando. Es un conductor que transmite seguridad y confianza. Está en condiciones de convertirse en un ícono de alcance mundial.” Hoy esas palabras parecen una obviedad, casi un lugar común. No lo eran en septiembre de 2013, apenas 6 meses después de la elección de Jorge Mario Bergoglio como vicario de Cristo. Sin embargo, para esa fecha, en Argentina ya existía quien aseguraba que la imprevista fama del Papa “venido del fin del mundo” no sería pasajera. Ni casual. Aquellas proféticas consideraciones quedaron plasmadas en un informe secreto redactado entonces por un observador aparentemente marginal, un exmilitante peronista convertido, con los años, en un estudioso del pensamiento político y social originado por Juan Domingo Perón. El reporte, compilado por aquel hombre de 60 y tantos años, Norberto Monestés, se convirtió rápidamente en material de consumo de algunos círculos intelectuales católicos argentinos y, a finales de ese año, terminó en el escritorio del mismo Francisco, en El Vaticano. Habían pasado pocos meses de la elección papal y la Iglesia católica parecía sacudida por un terremoto de alta intensidad cuyo epicentro estaba en Roma, pero sus réplicas se hacían sentir en los cinco continentes. En cuestión de días, el nuevo Pontífice fue capaz de modificar sensiblemente el clima de asedio mediático que envolvía a la Santa Sede. Atrás habían quedado los años de tensión que caracterizaron el papado de Benedicto XVI, opacado por varios escándalos, entre ellos el robo y la filtración a la prensa de documentos confidenciales del Papa, bautizado como “vatileaks”.
El papado ya no será lo mismo
| 17 marzo, 2015