| 20 octubre, 2014
Del Vatican Insider Adaptar las vías y los métodos “a las crecientes necesidades de nuestros días y a las mutantes condiciones de la sociedad”. Esa es la misión del Sínodo de los Obispos, según dijo el Papa Pablo VI cuando instituyó esa estructura episcopal. Aquellas palabras fueron recordadas hoy por Francisco, justo durante la ceremonia de beatificación de Giovanni Battista Montini y de cierre de la asamblea sinodal dedicada analizar los desafíos actuales de la familia.
Con el recuerdo de esa frase, Jorge Mario Bergoglio explicó indirectamente por qué decidió beatificar a Pablo VI justo este día. Recordó que Montini pedía “escudriñar atentamente en los signos de los tiempos”. Eso fue lo que hizo, en los últimos 15 días, el Sínodo de los Obispos. Incluso en medio de un clima, a veces, de animadas polémicas. Los “padres sinodales” que protagonizaron ese vivaz debate acompañaron al Papa este día en el atrio de la Basílica de San Pedro. La plaza vaticana lució repleta, bajo un intenso sol. Al inicio de la misa tuvo lugar el rito de beatificación del pontífice que guió a la Iglesia entre junio de 1963 y agosto de 1978. La declaratoria fue recibida por la multitud que llenó la Plaza de San Pedro con un aplauso mientras se llevó hasta el altar ubicado sobre el atrio de la basílica vaticana la reliquia, una de las camisetas ensangrentadas producto del atentado que Montini sufrió a manos de un desequilibrado en Manila (Filipinas) en 1970. A un costado, el Papa emérito Benedicto XVI no pasó desapercibido. Llegó temprano y se sentó con los demás cardenales y obispos. Portaba una casulla justamente de Pablo VI. Él, que conoció al beato desde el Concilio Vaticano II y recibió de su parte tanto el cuidado pastoral de la Arquidiócesis alemana de Munich (en marzo de 1977) como el birrete colorado de cardenal, tres meses después. Francisco dedicó su homilía a reflexionar sobre el famoso pasaje bíblico: “Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. “A la provocación de los fariseos que, por así decir, querían el examen de la religión y conducirlo en el error, Jesús respondió con una frase irónica y genial. Es una respuesta de efecto que el señor ofrece a todos aquellos que se ponen problemas de conciencia, sobre todo cuando entran en juego sus conveniencias, sus riquezas, su prestigio, su poder y su fama. Esto sucede en todo tiempo, desde siempre”, aseguró el Papa. En contraparte pidió no tener miedo a responder positivamente a las “sorpresas de Dios”. “¡Él no tiene miedo de la novedad! Por esto, continuamente nos sorprende, abriéndonos y conduciéndonos por caminos impensados”. Estableció que abrirse a su voluntad es dedicarle a él la propia vida y “cooperar en su reino de misericordia, de amor y de paz”. “Aquí está nuestra fuerza, el fermento que hace levar y la sal que da sabor a todo esfuerzo humano contra el pesimismo prevaleciente que nos propone el mundo. La experiencia de Dios no es, por lo tanto, una fuga de la realidad, no es una excusa: es restituir a Dios lo que le pertenece. Es por esto que el cristiano mira a la realidad futura, la de Dios, para vivir plenamente la vida, con los pies bien plantados sobre la tierra, y responder –con valentía- a los innumerables desafíos nuevos”, apuntó. Sostuvo que eso mismo ocurrió en los días del Sínodo que acaba de concluir, porque la Iglesia está llamada, sin retardos, a hacerse cargo de las “heridas que sangran” y a encender de nuevo la esperanza de tanta gente sin esperanza. “Hemos sembrado y continuaremos a sembrar con paciencia y perseverancia”, dijo. Sobre Pablo VI exclamó: “Hacia este gran Papa, con esta valentía cristiana, de este incansable apóstol, ante Dios hoy no podemos sino decir una palabra tan simpe cuanto sincera e importante: ¡Gracias! ¡Gracias a nuestro querido y amado Papa Pablo VI! ¡Gracias por tu humildad y profético testimonio de amor a Cristo y a su Iglesia!”. Y, citando una pasaje del diario de Montini, apuntó: “Quizás el señor me ha llamado y me tiene en este servicio no tanto porque yo tenga alguna aptitud, o para que gobierne y salve la Iglesia de sus presentes dificultades, sino para que yo sufra algo por la Iglesia, y sea claro que él y no otros, la guían y la salvan”.
