Quadragesima A.D. MMIX

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«Memento, homo, quia pulvis es, et in púlverem revertéris.» (Gen. III, 19)
Con el Miércoles de Ceniza (Feria Quarta Cinerum) inicia uno de los Tiempos más importantes en la Liturgia, que corresponde a la Cuaresma. Es un tiempo privilegiado para preparar nuestro corazón y nuestro ser entero a los Misterios de la Redención humana que tienen su momento cúlmen en el Viernes Santo, día en el que Nuestro Señor Jesucristo muere en la Cruz, pagando por nuestros pecados el precio más grande posible: su Preciosísima Sangre.
A continuación, una breve reflexión sobre el significado de este Miércoles de Ceniza, tomada del libro «Doce Nos Orare» de Fr. Joaquín Sanchis Alventosa, O.F.M. con algunos comentarios del editor.
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«Ninguna función litúrgica más tétrica e impresionante para el mundano que la de hoy. Para nosotros no deja tampoco de serlo. Es grave el tono que adopta la Liturgia, y es seria asimismo la enseñanza de encubre la ceremonia de la Imposición de la Ceniza. Despertando la conciencia de nuestra nada, nos introduce la Iglesia en el santuario cuadragesimal, cuya puerta santa se abre hoy solemnemente. Aprovechemos día de tanta riqueza litúrgica. [Nótense dos cosas: Primero: cuadragesimal se refiere a la Cuaresma; Segundo: La idea es que la liturgia de Miércoles de Cenizas sea notablemente sobria, de manera de representar la idea del tiempo de cuaresma, que es de reflexión, profunda conversión, y claramente, las prácticas cuaresmales del Ayuno y la Abstinencia. Sin embargo, en muchos lugares, con el famoso pretexto de que la Misa es una Fiesta Muy alegre la Cuaresma es un tiempo de preparación a la alegría Pascual, y no habiendo una debida preparación para vivir TODOS los misterios que se conmemoran en la Semana Santa, se transforma en algo totalmente diferente (y que puede ir en detrimento de la fe de las personas).]
I.- Hemos de acabar en polvo.-«Acuérdate, hombre, de que eres polvo y en polvo te has de convertir.» Así habla hoy la Iglesia a todos los mortales. Iguales palabras dirige al rey en su palacio que al leproso en su mísera y asquerosa camilla. Verdaderamente nadie escapará a la acción devoradora de la muerte. Ni los cuerpos regalados de los voluptuosos, ni las bellezas admiradas por el mundo. Los gusanos se cebarán un día en los cuerpos muelles y roerán implacables la tez sedosa bruñida de vanidad, no menos que las carnes macilentas de un mendigo. ¿Para qué, pues, tanto mimo y regalo? ¿Interesa acaso dar suculento pasto a los gusanos? ¿A qué tanta vanidad y presunción? ¿No ha de acabar todo cuerpo en polvo de la tierra? Un puñado de polvo se pisotea con desprecio; nadie se cuida de él, a no ser para arrojarlo a la basura. Y ¿seguiremos rindiendo culto sacrílego al cuerpo, cortejándolo y cumpliendo sus deseos ilícitos, o por lo menos, mimándolo con demasía?.
 [Es curioso que al leer la primera parte, vemos que esta meditación, escrita hace más de 50 años, toma una gran actualidad. Y es porque la palabra de Dios siempre es actual. Y cuanto más en los tiempos en que el pueblo le vuelve la espalda a su Dios…].
 
II.- Consagrados en penitentes.- La imposición de la ceniza es resto de un rito antiquísimo, de la antigua disciplina penitenciaria. En los albores de la cristiandad, los pecados públicos eran castigados públicamente, y hasta con exclusión del gremio de la Iglesia los más graves. La Cuaresma era el tiempo de pública reconciliación. Al principio de ella recibían los penitentes el vestido de la penitencia: el saco y la ceniza. En Roma tenía lugar esta ceremonia imponente en la iglesia de Santa Anastasia. Desde allí dirigíanse en procesión los penitentes, junto con los catecúmenos y los demás fieles, al templo de Santa Sabina, donde se celebraban los oficios divinos. Esa procesión repetíase todos los días de la Cuaresma, sólo que se cambiaba el punto de reunión de los fieles (iglesia de la colecta) y el punto donde se celebraba la Misa (iglesia estacional). A la primera parte de la Misa – la instructiva – asistían todos; llegado el ofertorio, penitentes y catecúmenos abandonaban el templo, como indignos de asistir al santo sacrificio.
Al enfriarse la piedad de los fieles, cayó en desuso la pública penitencia; pero el rito de la imposición de la ceniza subsistió. Desde entonces, ya no se reduce a los públicos pecadores. Todos, justos y pecadores, nos acercamos a recibir el hábito de penitentes, porque todos, sin excepción, hemos pecado.
Cuando te llegues, pues, hoy a recibir la ceniza, piensa en el valor de esta ceremonia. Con ello, declaras que vas a sustituir, durante la Cuaresma, al grupo de penitentes del antiguo rito. Imagínate la impresión que aquellos fervorosos penitentes harían en el ánimo de los romanos que contemplaban su cotidiana procesión, y procura durante este santo tiempo despertar análogos sentimientos en los ángeles que contemplarán diariamente tus ejercicios cuaresmales. Recibe la ceniza con plena conciencia de tu natiraleza pecadora, con la convicción de que en este día se te consagra en penitente; y aprovecha luego la Cuaresma para hacer frutos dignos de penitencia. Las sentidas oraciones y las plásticas instrucciones de la Liturgia cuaresmal renovarán en ti los sentimientos que hoy te inspira la seria y grave ceremonia a la que asistes. Forma ya firmes resoluciones para el santo tiempo que comienza. Mira con qué ejercicios de penitencias lo santificarás y justificarás el hábito de penitente que hoy vistes.
[A medida que leemos más esta reflexión encontramos la invitación que nos hace la liturgia para este tiempo de Cuaresma. Debemos justificar el hábito de penitentes del que nos revestimos durante la cuaresma, y Hoy, es tiempo de ver como hacerlo.]
III.- La larga cuaresma de la milicia terrena.– Toda la vida de los hombres se mueve entre aquel triste miércoles de cenizas primero, cuando nuestros padres Adán y Eva escucharon la sentencia divina que les arrojaba del paraíso, y oyeron la voz terrorífica de «Polvo eres, y en polvo te has de convertir», y aquel otro día en que las trompetas de los ángeles apocalípticos despertarán a todos los mortales del sueño de la muerte, anunciando el día de la resurrección. La vida del hombre es, pues, una larga Cuaresma, tiempo de penitencia. Por eso ningún otro ciclo litúrgico habla tan directamente a nuestras almas como el presente, el tiempo del destierro babilónico. El espíritu humano no se aviene con gusto a esta verdad; canta con mayor placer las notas jubilosas del Aleluya que las graves del Parce Domine. Pero ésa es la realidad, y a ella nos hemos de atener. Alimenta, por tanto, el espíritu de penitencia que debe acompañarte durante toda la existencia terrena. Los cantos y las oraciones litúrgicas te ayudarán admirablemente a ello. Al escuchar hoy las palabras que acompañaron a la sentencia de condena de nuestros primeros padres, oye tu propia sentencia, y procura obrar cual conviene a tu estado de castigo, a fin de que algún día se te abran las puertas de la terrible cárcel de corrección, caigan de tus pies y manos los grullos que te aherrojan, y se convierta en copiosa bendición la sentencia que un día contra ti se fulminó.»
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La anterior reflexión, realmente dice de manera muy sencilla y clara lo que es la cuaresma, y nos invita a ser partícipes de este tiempo que la liturgia nos ofrece para preparar el corazón al gran Misterio de la Redención humana, en la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.
 Ps. LXVIII, 17. 
Exaudi nos, Domine, quoniam benigna est misericordia tua: secundum multitudinem miserationum tuarum respice nos, Domine.
Ps. LXVIII,2.
Salvum me fac, Deus: quoniam intraverunt aquae usque ad animam meam.

Escúchanos, Señor, pues compasiva es tu gran misericordia; no escondas a tus siervos tu luminoso rostro.
Sálvame Tú, mi Dios; no me sumerjan y me ahoguen las aguas.
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