La Figura del Sacerdote [II]

|

«El tema de la Sotana.»

            Sin duda, en los últimos años, podemos evidenciar la ferviente lucha de algunos sacerdotes en contra de la vestidura propia, que en el caso de los sacerdotes “diocesanos” esta representado por la Sotana, y en los clérigos religiosos, por el hábito (ya sea propio, como por ejemplo, en la familia franciscana, carmelita, benedictina, etc., como también la misma sotana, caso que corresponde a los Jesuitas).

<

            Al respecto, he querido comenzar esta segunda parte de las reflexiones sobre la “Paradigmática” figura del Sacerdote, dando curso a este tema, que a mi juicio, es bastante importante.

1.- La Actitud interior del Sacerdote.

            Sin duda, el hecho de ser sacerdote implica muchos derechos y obligaciones. Estas obligaciones suelen ser de carácter jurídico, dependiendo del estado de vida (secular o regular), las cuales se encuentran recogidas en el Código de Derecho Canónico, así como también en las diversas reglas de vida de las principales órdenes monásticas y congregaciones religiosas.

            Sin embargo, también el sacerdote esta afecto a una serie de “obligaciones” de carácter espiritual, como lo son por ejemplo, la celebración de la Santa Misa a diario, la oración de las horas canónicas (Liturgia de las Horas), así como también, la oración personal, la caridad fraterna, la moderación en el vestir y el actuar, entre otras muchas cosas, que sin duda, son parte del arquetipo y, por tanto, de la particular figura del sacerdote.

            Precisamente dentro de esto, se enmarca la actitud interior del sacerdote, en cuanto se refiere a su modo de ser y de actuar, frente a determinadas circunstancias, además de todo lo relacionado con la vida espiritual.

            No sería correcto que un Sacerdote descuidara de estos preceptos menores, argumentando que hay otros más grandes que cumplir, puesto que el sacerdote es una persona integral, y como tal, viene a ser un “Alter Christi”. Por tanto, la figura del Sacerdote, como hemos dicho anteriormente, es una figura que debe mostrar la acción del Plan de Dios Padre en Cristo Jesús por Obra del Espíritu Santo en el ser humano.

            Si tenemos, por ejemplo, a un sacerdote que, por una parte viste como sacerdote, actúa exteriormente como tal y cumple visiblemente con las obligaciones de su estado, ello no sirve de nada si es que no va acompañado de la correspondiente actitud interior que lo mueva a hacer esto por amor a Cristo y a la Santa Iglesia, de la cual forma parte e instrumento.

            Por tanto, tanto lo exterior como lo interior forman un todo indisoluble, y como tal, expresan la unidad de una realidad única, que en este caso es el Ser sacerdote. Por tanto, un Sacerdote no puede dedicarse exclusivamente a una sola dimensión de sus obligaciones, sino que debe potenciar ambas en igual medida, dependiendo de su condición, para ser integral, a la manera de Cristo.

            Teniendo en cuenta este punto muy importante, comenzaré a referirme sobre el tema de lo exterior, que cumple también un papel determinante.

2.- La Sotana, y sus implicancias en la vida sacerdotal.

            Llegando al punto que convoca mi análisis, es importante decir que la vestidura eclesiástica está normada desde los comienzos de la fe cristiana (aunque solo se nombre como necesaria, sin dar formas, medidas o colores). Con el pasar de los años, la iglesia ha adoptado progresivamente diferentes tipos de hábitos religiosos, así como también, de la sotana misma.


            Ahora bien, podemos decir que las “excelencias” de la Sotana, son muchas, las cuales están bellamente expresadas de manos del sr. Jaime Tovar Patrón, texto que pasamos a transcribir, en sus partes fundamentales:

[…]

Hoy en día son pocas las ocasiones en que podemos admirar a un sacerdote vistiendo su sotana. El uso de la sotana, una tradición que se remonta a tiempos antiquísimos, ha sido olvidado y a veces hasta despreciado en la Iglesia posconciliar. Pero esto no quiere decir que la sotana perdió su utilidad sino que la indisciplina y el relajamiento de las costumbres entre el clero en general es una triste realidad.

La sotana fue instituida por la Iglesia a fines del siglo V con el propósito de darle a sus sacerdotes un modo de vestir serio, simple y austero. Recogiendo esta tradición, el Código de Derecho Canónico impone el hábito eclesiástico a todos los sacerdotes (canon 136).

[…] Cuando hace más de 1.500 años la Iglesia decidió legislar sobre este asunto fue porque era y sigue siendo importante, ya que ella no se preocupa de niñerías.

A continuación, el autor enumera algunas de las excelencias de esta vestimenta, que son las que siguen:

1º – La sotana es el recuerdo constante del sacerdote

Ciertamente que, una vez recibido el orden sacerdotal, no se olvida fácilmente. Pero nunca viene mal un recordatorio: algo visible, un símbolo constante, un despertador sin ruido, una señal o bandera. El que va de paisano es uno de tantos, el que va con sotana, no. Es un sacerdote y él es el primer persuadido. No puede permanecer neutral, el traje lo delata. O se hace un mártir o un traidor, si llega el caso. Lo que no puede es quedar en el anonimato, como un cualquiera. Y luego… ¡Tanto hablar de compromiso! No hay compromiso cuando exteriormente nada dice lo que se es. Cuando se desprecia el uniforme, se desprecia la categoría o clase que éste representa.

2º – La sotana facilita la presencia de lo sobrenatural en el mundo

No cabe duda que los símbolos nos rodean por todas partes: señales, banderas, insignias, uniformes… Uno de los que más influjo produce es el uniforme. Un policía, un guardián, no hace falta que actúe, detenga, ponga multas, etc. Su simple presencia influye en los demás: conforta, da seguridad, irrita o pone nervioso, según sean las intenciones y conducta de los ciudadanos.

Una sotana siempre suscita algo en los que nos rodean. Despierta el sentido de lo sobrenatural. No hace falta predicar, ni siquiera abrir los labios. Al que está a bien con Dios le da ánimo, al que tiene enredada la conciencia le avisa, al que vive apartado de Dios le produce remordimiento.

Las relaciones del alma con Dios no son exclusivas del templo. Mucha, muchísima gente no pisa la Iglesia. Para estas personas, ¿qué mejor forma de llevarles el mensaje de Cristo que dejándoles ver a un sacerdote consagrado vistiendo su sotana? […]

3º – La sotana es de gran utilidad para los fieles

El sacerdote lo es no sólo cuando está en el templo administrando los sacramentos, sino las veinticuatro horas del día. El sacerdocio no es una profesión, con un horario marcado: es una vida, una entrega total y sin reservas a Dios. El pueblo de Dios tiene derecho a que lo asista el sacerdote. Esto se les facilita si pueden reconocer al sacerdote de entre las demás personas, si éste lleva un signo externo. El que desea trabajar como sacerdote de Cristo debe poder ser identificado como tal para el beneficio de los fieles y el mejor desempeño de su misión.

4º – La sotana sirve para preservar de muchos peligros

¡A cuántas cosas se atreverán los clérigos y religiosos si no fuera por el hábito! Esta advertencia, que era sólo teórica cuando la escribía el ejemplar religioso P. Eduardo F. Regatillo, S. I., es demasiadas veces una terrible realidad.

Primero, fueron cosas de poco bulto: entrar en bares, sitios de recreo, alternar con seglares, pero poco a poco se ha ido cada vez a más.

[…] Al suprimirla [la sotana], han desaparecido las credenciales y el mismo mensaje. De tal modo que ya algunos piensan que al primero que hay que salvar es al mismo sacerdote que se despojó de la sotana supuestamente para salvar a otros.

Hay que reconocer que la sotana fortalece la vocación y disminuye las ocasiones de pecar para el que la viste y los que lo rodean. […]

5º – La sotana supone una ayuda desinteresada a los demás

El pueblo cristiano ve en el sacerdote el hombre de Dios que no busca su bien particular sino el de sus feligreses. La gente abre de par en par las puertas del corazón para escuchar al padre que es común del pobre y del poderoso. Las puertas de las oficinas y de los despachos por altos que sean se abren ante las sotanas y los hábitos religiosos. ¿Quién le niega a una monjita el pan que pide para sus pobres o sus ancianitos? Todo esto viene tradicionalmente unido a unos hábitos. Este prestigio de la sotana se ha ido acumulando a base de tiempo, de sacrificios, de abnegación. Y ahora, ¿se desprenden de ella como si se tratara de un estorbo?

6º – La sotana impone la moderación en el vestir

La Iglesia preservó siempre a sus sacerdotes del vicio de aparentar más de lo que se es y de la ostentación dándoles un hábito sencillo en que no caben los lujos. La sotana es de una pieza (desde el cuello hasta los pies), de un color (negro) y de una forma (túnica). Los armiños y ornamentos ricos se dejan para el templo, pues esas distinciones no adornan a la persona sino al ministro de Dios para que dé realce a las ceremonias sagradas de la Iglesia.

Pero, vistiendo de “paisano”, le acosa al sacerdote la vanidad como a cualquier mortal: las marcas, calidades de telas, de tejidos, colores, etc. Ya no está todo tapado y justificado por el humilde sayal. Al ponerse al nivel del mundo, éste lo zarandeará, a merced de sus gustos y caprichos. Habrá de ir con la moda y su voz ya no se dejará oír como la del que clamaba en el desierto cubierto por el palio del profeta tejido con pelos de camello.

7º – La sotana es ejemplo de obediencia al espíritu y legislación de la Iglesia

Como uno que comparte el Santo Sacerdocio de Cristo, el sacerdote debe ser ejemplo de la humildad, la obediencia y la abnegación del Salvador. La sotana le ayuda a practicar la pobreza, la humildad en el vestuario, la obediencia a la disciplina de la Iglesia y el desprecio a las cosas del mundo. Vistiendo la sotana, difícilmente se olvidará el sacerdote de su papel importante y su misión sagrada o confundirá su traje y su vida con la del mundo.

Estas siete excelencias de la sotana podrán ser aumentadas con otras que le vengan a la mente a usted. Pero, sean las que sean, la sotana por siempre será el símbolo inconfundible del sacerdocio porque así la Iglesia, en su inmensa sabiduría, lo dispuso y ha dado maravillosos frutos a través de los siglos.

Nota:

Conviene recordar: Muchos sacerdotes y religiosos mártires han pagado con su sangre el odio a la fe y a la Iglesia desatado en las terribles persecuciones religiosas de los últimos siglos. Muchos fueron asesinados sencillamente por vestir la sotana. El sacerdote que viste su sotana es para todos un modelo de coherencia con los ideales que profesa, a la vez que honra el cargo que ocupa en la sociedad cristiana.

Si bien es cierto que el hábito no hace al monje, también es cierto que el monje viste hábito y lo viste con honor. ¿Qué podemos pensar del militar que desprecia su uniforme? ¡Lo mismo que del cura que desprecia su sotana! “

Hasta aquí la brillante ponencia de este autor, caracterizada por la línea de la férrea tradición eclesiástica. Para evitar malos entendidos, y falta de neutralidad he sacado trozos del texto con algunos alegatos, de manera tal que fuera más imparcial. (Sin embargo, los trozos extraídos están señalados en cada lugar con el símbolo […]. Si el lector lo desea, puede buscar en la red el texto completo, para leerlo completamente).

Pese a esto, existen también opiniones disidentes al tema de la sotana, no solo entre los propios aludidos (léase sacerdotes, diáconos, y obispos, religiosos y religiosas), sino que también en los mismos laicos, que no se ven afectados por estas disposiciones para la vida consagrada y el orden sagrado.

Una opinión clásica que podemos encontrar sobre el tema es la que se transcribe a continuación, encontrada en los foros de portales católicos (y que son motivo de sucesivas discusiones de páginas y páginas que sería muy poco prudente transcribir):

¿Hace tal vez el hábito al monje? Totalmente subjetivo, en casos si en casos no.

Jesús fue claro «ID Y PREDICAD MI EVANGELIO», este es vivo y no depende de una sotana.

«por sus obras le conoceréis»

Poco importa la sotana si nuestro ejemplo cunde en nuestros compañeros de camino, si nuestro ejemplo es luz de vida viva, si nuestro ejemplo es huella profunda.

El sacerdote esta en el mundo, pero debe sobresalir por su vida y obra, todos saben donde estamos, como vivimos y eso es evangelio real.

La sotana no nos hace ni mas ni menos fieles a la verdad del compromiso de servir, para estar en la mies debemos estar en mangas de camisa, sembrando, regando y cosechando los frutos para Dios, la sotana estorbara en la cosecha.

En el banquete ofrendamos el Cordero, ahí debemos estar con toda la humildad para que el ara sea ofrenda de vida viva.

La sotana no cambia mi vida, mi vida cambia la sotana, la sotana no me hace sacerdote, me hace sacerdote el ejemplo.

Con esto, de inmediato notamos que, sacando el tema del testimonio y actitud internas del sacerdote, que damos por supuesto y como requisito necesario, este argumento queda en nada: Solo una “Incomodidad”, una “Falta de necesidad”, o un argumento inválido, como “para evitar discriminación”, o bien, “para evitar la posible repulsión que causa la sotana”.

            Sin embargo, podremos ver en el siguiente artículo, la estupidez más supina en torno a las opiniones sobre el tema, que nos muestra la desinformación, el descalabro, y la falta de inteligencia de una persona, que habla sin ningún claro fundamento, y que por caridad, evitaremos dar su nombre. Sin embargo, es importante destacar que muchos de nuestros actuales sacerdotes tienen ideas que se acercan a esta lectura:

En la vida nos topamos con contradicciones clamorosas, escandalosas, flagrantes, impunes que nos desconciertan. Para mí una de esas contradicciones que no he logrado resolver en mi cabeza desde los días de mi infancia es la sotana entallada. Se supone que la sotana es una prenda que simboliza pobreza. Una sotana entallada, suntuosa, coqueta, pija, encargada a un sastre romano de élite es por lo tanto un oxímoron ambulante, una contradicción insalvable, un absurdo ontológico. Es como un harapo de oro, una humildad soberbia, una piedad cruel, una bondad malévola.

La sotana entallada escandaliza por lo que tiene de contradictoria -es como el chiste del que va al psiquiatra vestido de Napoleón y le dice: «Vengo a hablarle de mi hermano, que está loco»- y por lo que esa contradicción incide en un territorio tan sensible, tan fundamental, tan delicadamente humano como es el moral. La sotana entallada apela a la ética cristiana pero para desafiarla estéticamente. Invoca el sacrificio, sí, pero para traicionarlo acto seguido con idéntica publicidad.

La sotana entallada chirría de manera premeditada, o sea que es síntoma, testimonio y símbolo de quien se ha propuesto hacer del propio chirrido un dogma y de la ofensa sensorial de la dentera todo un cuerpo doctrinal.

La sotana entallada no se queda en el clero, sino es una metáfora de todos los credos religiosos y laicos que pervierten, desvirtúan, horterizan su origen altruista, idealista y social.

La sotana entallada es antiestética por antiética, porque deja entrever un sospechoso entusiasmo en su mojigata rebeldía, un garboso regocijo en su reto a la lógica, un feo manierismo de lo farisaico. No es ya que sea hipócrita, sino que va diciendo: «Aprende de lo hipócrita que soy».

Ante este artículo, es mejor no proferir ningún otro comentario, puesto que rayaríamos dentro del límite de la decencia.

Luego, esto reafirma nuevamente que nuestro argumento de la indisolubilidad de las dimensiones internas y externas del sacerdote es totalmente válido para este tema, y por tanto, que debiera ser inculcado como tal. Con ello, no pretendo decir que este argumento sea de mi autoría, pues estoy seguro que es muy anterior, pero sin embargo, quiero recalcar que FUE, ES y SERÁ siempre válido.

3.- La Sotana en el Magisterio Eclesiástico.

            Finalmente, para dar conclusión a este importante tema, corresponderá saber lo que nos enseña la Iglesia, y que ha definido para TODA ella. Para ello, transcribo el presente análisis realizado por el Sr. Pedro María Reyes Vizcaíno.

“El canon 284 del Código de derecho canónico habla del modo de vestir de los clérigos. Este es su tenor literal:

Canon 284: Los clérigos han de vestir un traje eclesiástico digno, según las normas dadas por la Conferencia Episcopal y las costumbres legítimas del lugar.

Mediante la obligación de llevar traje eclesiástico el Legislador pretende que los clérigos sean reconocidos por todos, como signo de su dedicación y entrega, para dar un testimonio a la sociedad.

[…]

El canon 284 indica que los clérigos han de vestir un traje eclesiástico digno. El modo de determinar el traje eclesiástico queda remitido a dos tipos de normas: las indicaciones de la Conferencia episcopal y la costumbre legítima del lugar. Las Conferencias episcopales determinaron en los Decretos de desarrollo del Código el modo de vestir de los clérigos.

Para abundar más, la Congregación para el Clero aprobó el Jueves Santo de 1994 el Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros. En él se incluye un artículo sobre el traje de los sacerdotes:

Artículo 66. En una sociedad secularizada y tendencialmente materialista, donde tienden a desaparecer incluso los signos externos de las realidades sagradas y sobrenaturales, se siente particularmente la necesidad de que el presbítero -hombre de Dios, dispensador de Sus misterios- sea reconocible a los ojos de la comunidad, también por el vestido que lleva, como signo inequívoco de su dedicación y de la identidad del que desempeña un ministerio público. El presbítero debe ser reconocible sobre todo, por su comportamiento, pero también por un modo de vestir, que ponga de manifiesto de modo inmediatamente perceptible por todo fiel -más aún, por todo hombre- su identidad y su pertenencia a Dios y a la Iglesia.

Por esta razón, el clérigo debe llevar «un traje eclesiástico decoroso, según las normas establecidas por la Conferencia Episcopal y según las legítimas costumbres locales». El traje, cuando es distinto del talar, debe ser diverso de la manera de vestir de los laicos y conforme a la dignidad y sacralidad de su ministerio. La forma y el color deben ser establecidos por la Conferencia Episcopal, siempre en armonía con las disposiciones de derecho universal. 

Por su incoherencia con el espíritu de tal disciplina, las praxis contrarias no se pueden considerar legítimas costumbres y deben ser removidas por la autoridad competente.

Exceptuando las situaciones del todo excepcionales, el no usar el traje eclesiástico por parte del clérigo puede manifestar un escaso sentido de la propia identidad de pastor, enteramente dedicado al servicio de la Iglesia.

Este artículo ha sido objeto de una Nota explicativa del Consejo Pontificio para la interpretación de los Textos Legislativos. En ella, después de aclarar que este artículo tiene categoría de Decreto general ejecutorio, y por lo tanto, obliga jurídicamente, da los criterios de interpretación del canon 284 a la luz del artículo 66 del Directorio:

a) Recuerda, también con reenvíos a recientes enseñanzas del Magisterio pontificio en la materia, el fundamento doctrinal y las razones pastorales del uso del traje eclesiástico por parte de los ministros sagrados, como está prescrito en el can. 284

b) determina más concretamente el modo de ejecución de tal ley universal sobre el uso del traje eclesiástico, y así: «cuando no es el talar, debe ser diverso de la manera de vestir de los laicos, y conforme a la dignidad y a la sacralidad del ministerio. La forma y el color deben ser establecidos por la Conferencia Episcopal, siempre en armonía con las disposiciones del derecho universal».

c) solicita, con una categórica declaración, la observancia y recta aplicación de la disciplina sobre el traje eclesiástico: «por su incoherencia con el espíritu de tal disciplina, las praxis contrarias no se pueden considerar costumbres legítimas y deben ser removidas por la competente autoridad».

Pero el canon 284 hace una referencia explícita a la costumbre. 

Se debe indicar que la alusión a la costumbre del canon 284 se refiere al modo de determinar el traje eclesiástico; sólo basta examinar la redacción misma del canon para comprobar que esta costumbre presupone un traje eclesiástico cuya determinación puede hacer la costumbre, por lo tanto, distinto de la manera de vestir de los laicos. Esta es la interpretación del Consejo Pontificio para la interpretación de los Textos Legislativos en la Nota explicativa citada. Pero aún queda por ver el valor de la costumbre canónica en esta materia.

En el derecho canónico tiene especial relevancia la costumbre, hasta el punto de que el canon 23 afirma que tiene fuerza de ley la costumbre que el legislador apruebe, de acuerdo con el propio Código. Existen tres tipos de costumbre, la que es de acuerdo con el derecho (secumdum legem), la que es extralegal (praeter legem) y la contraria al derecho (contra legem). La costumbre contra legem, bajo ciertas condiciones, puede prevalecer contra la ley escrita. A la luz de las notas anteriores, parece claro que la praxis de no llevar traje eclesiástico sólo puede ser considerada costumbre contra legem. Pero es posible plantearse si esta praxis contra legem puede prevalecer contra la ley escrita.

Según el canon 26, para que una costumbre prevalezca contra una ley, es necesario que se haya observado durante treinta años continuos y completos. Pero, de acuerdo con el canon 24 § 2, si la costumbre ha sido expresamente reprobada por el derecho, no puede adquirir fuerza de ley. En este caso parece que se puede incluir la praxis de no llevar traje eclesiástico.

Queda una última precisión: esta norma obliga a los obispos, a los presbíteros y a los diáconos.
No, en cambio, a los diáconos permanentes, de acuerdo con el canon 288.”

Hasta aquí, evidenciamos claramente que esta muy bien definido por la iglesia el uso del hábito eclesiástico, tanto normativamente (como bellamente ha sido expuesto desde el aspecto jurídico eclesiástico), como en cuanto a las costumbres.

            Para finalizar, solo recalcar dos importantes aspectos:

1.- Devolver a la vida de la fe la sacralizad que le corresponde. Este es un tema pendiente para nuestra iglesia, que progresivamente se verá aumentado, en cuanto seamos capaces de reconocer lo sobrenatural que nos rodea: La presencia de Dios en medio nuestro, y de su omnipotente y sempiterna luz de sabiduría y de su amor.

2.- Es necesario, por ello mismo, dar testimonio, al modo que nos pide San Pablo: “A tiempo y destiempo”, haciendo de nuestra propia vida un testimonio, y empleando para ello, todo tipo de herramientas, tanto externas como internas, entre las que se enmarca indudablemente la Sotana (y el hábito eclesiástico, si se quiere ser más general).

            Finalmente, un agradecimiento a tantos religiosos y religiosas, y a los sacerdotes que utilizan (aún) su hábito religioso, o la Sotana, no por aparentar, sino como forma de testimoniar la adhesión y pernetencia a Cristo por medio de la consagración de la vida a Él y el compromiso que han adquirido de servir a la verdadera Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo.

 ORACIÓN POR LOS SACERDOTES

de la Liturgia bizantina

Señor, llena con el don del Espíritu Santo a los que te has dignado elevar al Orden Sacerdotal para que sean dignos de presentarse sin reproche ante tu altar, de anunciar el Evangelio de tu Reino, de realizar el ministerio de tu palabra de verdad, de ofrecerte los dones y sacrificios espirituales, de renovar a tu pueblo mediante el baño de la regeneración; de manera que vayan al encuentro de nuestro gran Dios y del Salvador Jesucristo, tu único Hijo, y reciban de tu inmensa bondad la recompensa de una fiel administración de su orden sacerdotal.

Amén.

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *