| 30 noviembre, 2010
El adviento, como tiempo de preparación para la venida del Señor, constituye un tiempo especial de Gracia, que permite orientar nuestros corazones en todo aspecto, para esperar gozosos y llenos de esperanza la Venida del Señor Jesús. Este tiempo nos invita ciertamente a conmemorar los 3 aspectos fundamentales de esta triple Venida:
En Primer lugar, el Adviento nos llama a conmemorar (como cada año) la Encarnación del Hijo de Dios, en la Santísima Virgen María, por quien Dios se ha hecho Hombre, pasando a dignificar al ser Humano. Esta venida es trascendental, pues es una auténtica irrupción de Dios en la historia de la Salvación del hombre. Dios interviene en la Historia para guiarnos hacia la perfección en Cristo.
En segundo lugar, el Adviento nos llama a poner la atención en Cristo, quien mediante el Santo Sacrificio del Altar viene a nosotros, haciéndose presente realmente mediante las apariencias del Pan y del Vino, y se nos entrega como alimento de vida eterna. En la Santa Misa, donde se lleva a cabo la renovación incruenta del Sacrificio de la Cruz, Jesucristo nos llama a ir hacia Él, para que junto con Él lleguemos al Padre y vivamos en la Eternidad.
Y en tercer lugar, el Adviento nos invita a poner la mirada en los novísimos, es decir, en el tiempo Escatológico. Nuestro Señor Jesucristo ha de venir triunfante y glorioso para Reinar en medio nuestro con toda plenitud, y para Juzgar al mundo por el Fuego, separando la cizaña del trigo, para hacernos ciudadanos del Cielo, y para consumar todas las cosas. Es en este instante en que la Liturgia Terrenal desaparece, pues se une y se hace una misma cosa con la Liturgia Celestial, donde Cristo, revestido de la Majestad de la Gloria, tributa la alabanza al Padre, mostrando sus llagas santas y gloriosas, que son la Justificación por nuestros pecados, para que el Padre nos acepte en su Santo Reino.
Por lo tanto, este tiempo litúrgico que nos ofrece la Iglesia es un tiempo de gracia privilegiado para dirigir nuestra mirada a esta Triple Venida.
Y por ello mismo, la Liturgia recoge en si misma una serie de elementos particulares, que vale la pena destacar.
En este tiempo, predomina un doble sentimiento: Por un lado, la tristeza y la pena en la que el mundo está sumido, pues vivimos lejos del Señor, y necesitamos de su pronta venida, para que redima todo el pecado del mundo. Por otro lado, la Alegría de la pronta venida del Mesías. Dichos sentimientos se ven perfectamente plasmados litúrgicamente: Se omite el Gloria in excelsis Deo, quedando reservado para el día de la Navidad, en el cual conmemoramos la irrupción de Cristo, Señor nuestro, en la Historia de la Salvación. Sin embargo, se conserva el Alleluia, mitigando ese sentimiento de tristeza, pues, aún en la desolación, alabamos al Señor por su grandeza, y le pedimos su auxilio; Así mismo, a causa de la desolación y la tristeza, el color litúrgico corresponde al Morado, para todas las domínicas, salvo la Tercera, en la que se utiliza el Rosado, como símbolo patente de que la Gloria del Señor está por manifestarse pronto (Domínica llamada «Gaudete», por el Introito de la Santa Misa: «Gaudete omnes in Domino»). De la misma forma, los ministros que acompañan al Sacerdote (diácono, subdiácono) no utilizan la vestidura usual (Dalmática y tunicela respectivamente), sino que utilizan Planetas Plegadas. Igualmente, no se pulsa el órgano ni se tocan instrumentos musicales, en señal de ese desierto que acompaña a este tiempo. Lo anterior, solo se ve roto por el Domingo de Gaudete, donde se recuperan todos los signos de alegría y gozo, a la espera del advenimiento del Salvador.
Como vemos, la Liturgia nos propone un camino concreto de Vida, llamándonos la atención sobre el gran misterio de la Encarnación. Así mismo, nos llama a vivir un tiempo de gracia, de penitencia y oración, de reflexión y constante mortificación, para que finalizado este tiempo, podamos vivir con mayor intensidad el misterio de la Triple venida de Nuestro Señor Jesucristo, Salvador del Mundo.
Gaude, Gaude, Emmanuel:
Nascetur pro te, Israel.