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TODA UNA VIDA AL SERVICIO DE LA IGLESIA

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Merecida jubilación

«Nunca creí que llegara ese momento en que el Obispo aceptara la jubilación después de cincuenta años de ministerio sacerdotal»

         Fue una cosa muy sencilla: En la sobremesa de la clausura del curso pastoral en un Arciprestazgo, el Arcipreste comunica a los compañeros los nombramientos que acaba de comunicarle el Vicario Episcopal de la zona. Mira al de más edad de la mesa y le dice que el Obispo acaba de nombrar un nuevo párroco para su parroquia y que él pasa a la más que merecida jubilación, llevando una capellanía de monjas.

         Ya estaba presente cuando hace más de cuarenta años que llegaron estos sacerdotes a la parroquia de mi pueblo. Dos hermanos de un par de años de diferencia. Jóvenes, apenas alcanzaban la cuarentena de años. Ilusión, energías, formas renovadas y renovadoras, tremendamente fraternales con los sacerdotes anteriores, hermanos de los sacerdotes, parecidos, muy parecidos al Buen Pastor de Jesucristo. Por entonces no faltaron lágrimas en sus ojos. Tenían todo el tiempo por delante, aunque el Obispo les había dicho que iban de paso, para un año. Y han pasado 41.

         La providencia divina ha querido que estuviera sentado a su lado en este otro momento emotivo, que hace que los ojos vuelvan a humedecerse. Las circunstancias han cambiado, pero la ilusión y las ganas de trabajar siguen enteras después de tan gran desgaste a través de estos años al servicio fiel a la Iglesia. Quizás hayan fallado las formas, que éstas no hayan sido las más apropiadas. Buen trabajo por parte del Arcipreste, que con todo cariño le comunica la decisión episcopal. Pero hasta este momento no me consta que el Obispo de su diócesis haya hecho una pequeña llamada a sus sacerdotes para decirles un simple “¡Gracias, don Juan; gracias, don Guillermo!”. Todavía no es tarde.

         Estos momentos cree uno que nunca llegarán. Más de cincuenta años al servicio de la Iglesia, donde han vivido toda clase de cambios eclesiales, han visto pasar a varios obispos por su diócesis; predicaciones, confesiones, bautizos, primeras comuniones, confirmaciones, bodas, dirección espiritual, vocaciones sacerdotales –entre ellas la mía-, entierros llenos de emoción y de lágrimas… En el camino al servicio de la Iglesia se han dejado padres, hermanos, familiares, amigos íntimos… Pero han ganado “cien veces más” en hermanos y amigos… Han acertado y se han equivocado. Han pedido perdón y han sido merecedores de nuestro aprecio y respeto. Generosos y fraternales. Amigos de todos. Constructores de paz y de serenidad. Enemigos de los escándalos y de echar leña al fuego. Toda una historia que tocará a otros escribirla, porque bien merece la pena hacerlo.

         Ahora toca descansar y servir a la Iglesia, a la que tanto aman, de otra manera, quizás desde la humildad de una capellanía del Asilo de Ancianos del mismo pueblo; desde un confesionario, desde un pequeño micrófono para seguir transmitiendo el alegre mensaje del Evangelio. Ahora les viene el mejor momento para seguir apoyando con su oración constante y su fidelidad a los que, por el momento, nos toca seguir tirando de las riendas de esta Iglesia a la que queremos con toda el alma.

         No nos paremos en el paño de lágrimas de lo que ha tenido que ser y no ha sido, de lo que tenía que hacerse y no se ha hecho. Una mirada atrás sólo para dar gracias a Dios por todo el tiempo que os ha concedido para sembrar y regar. Una mirada de reojo a los que hemos aprendido de vosotros la constancia y la fidelidad. Una mirada hacia delante porque la Iglesia sigue necesitando de la riqueza que lleváis dentro. Una mirada al cielo para elevar plegarias y súplicas por los “heridos de guerra” que se hayan podido quedar en el camino inconscientemente. Una mirada alrededor para que desde la humildad os dejéis querer con los múltiples detalles humanos que van a llover sobre vosotros de aquí hasta que se materialice el relevo.

         Esa llamada se recibirá o no. No importa, en el fondo. La llamada os la está haciendo Dios, dándoos las gracias por la inmensa riqueza que estáis dejando en el difícil surco que todos los días abre la Iglesia en la tierra de este mundo.

         Desde aquí, desde este cura que os quiere, desde los límites más cercanos entre dos diócesis: “¡Gracias, gracias, gracias por todo!”

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