Las denominaciones que utilizan en el debate sobre la eutanasia tanto sus defensores como sus detractores tienen en común que apelan al concepto de dignidad.
Pero ocurre, muchas veces, que cuando se habla de dignidad se hace un uso equívoco o meramente formal, haciéndolo depender de la finalidad que su usuario, en cada caso, decida otorgarle. Por eso, se plantea un uso operativo de tal concepto, y en este sentido la pregunta es: ¿es digno el ser humano al final de su vida?
Dicho de forma sumaria, para el pensamiento clásico la dignidad de la persona humana radica en su individualidad original y única (acto de ser). De esta manera, la dignidad humana no es una preeminencia adquirida por razón de alguna actividad, sino lo que se expresa con este concepto es la excelencia del ser humano por el hecho solo de serlo.
En efecto, la dignidad humana corresponde a cada uno de los seres humanos. El ser humano es digno por lo que es. Su excelencia radica en su ser. No se es más o menos humano, más o menos digno, dependiendo del cumplimiento de una serie de requisitos o características. De este modo, el ser humano puede ser considerado como un ser “querido por sí mismo”.
Esta dignidad, por tanto, la poseen todos los seres humanos por solo el hecho de existir, por el hecho exclusivo de ser un ser humano. Es una dignidad intrínseca.
También la dignidad del ser humano ha sido destacada por E. Kant que considera a este como el ser que se propone fines a sí mismo. El término “dignidad”, según él, hace referencia a aquellas realidades que, por su intrínseco y singular valor, no pueden ser sustituidas, ya que aquello que puede ser sustituido no tiene “dignidad” sino “precio”. Por eso, las cosas tienen un precio, pero las personas tienen dignidad, puesto que no pueden ser sustituidas por nada ni por nadie, tienen valor por sí mismas y no son nunca un medio para otra cosa. Las personas no se usan, se respetan, se aman; son siempre fines en sí mismos.
En este sentido, R. Spaemann sostiene que, si la determinación de la dignidad del ser humano viene dada por la aparición de alguna determinación cualitativa, entonces, se desprende la posibilidad de poner precio a la vida humana.
Atendiendo a estas dos corrientes de pensamiento la dignidad humana está en la base de todos los valores humanos, pero ella misma a la vez no es un “valor”. De lo contrario, la dignidad del ser humano se convertiría en objeto de ponderación respecto de otro valor, que, en un hipotético conflicto de valores, la dignidad inherente a todo ser humano podría ser pospuesto por otro.
Así pues, la dignidad humana es el principio ético personal y social por excelencia. Por un lado, se subraya la dignidad humana como principio ético personal, porque el concepto de autonomía del individuo o tiene su referente en la dignidad de todos los seres humanos, independientemente de su estado de salud física o psíquica, o simplemente está vacío de contenido. Si en la práctica, no teóricamente, se sostiene lo contrario, se corre el riesgo en que pueda considerarse que un individuo humano, que tiene disminuida su autonomía (sea esta física o psíquica) o incluso la haya podido perder, carezca de una vida digna, y fácilmente se le pueda despojar de su valor como persona, es decir, de la dignidad de la que se encuentra revestido todo ser humano.