En 1591, tras la muerte de Fray Luis de León, al abrir su ataúd para iniciar su proceso de beatificación, encontraron arañazos en el interior del féretro y las uñas del fraile en carne viva. Este macabro descubrimiento levantó sospechas sobre si, en sus últimos momentos, el fraile habría caído en la desesperación y renunciado a Dios, lo que llevó a cerrar su proceso sin declararlo santo.
Curiosamente, en la actualidad, encontramos un paralelismo con el obispo Ángel Pérez Pueyo, cuyas uñas destrozadas parecen reflejar un estado similar de ansiedad y angustia. En su caso, la tensión constante derivada de sus conflictos con el Opus Dei y su gestión en la diócesis de Barbastro-Monzón parecen estarle pasando factura. Sus decisiones controvertidas y el distanciamiento de Torreciudad lo han llevado a un estado de nerviosismo palpable, como si en cada decisión estuviera arañando su propia paz interior. Como Fray Luis, sus uñas en carne viva parecen contar la historia de un hombre al borde, atrapado entre sus propios dilemas y la presión de sus responsabilidades.
De hecho, las señales de su nerviosismo están a la vista de todos. En una reciente fotografía en la que se puede ver al obispo Pérez Pueyo saludando al Papa Francisco, resulta imposible no fijarse en el estado lamentable de sus uñas, que delatan un hábito compulsivo y parecen ser el reflejo de una batalla interior que se libra entre él y la institución que debería apoyar. Su conocida guerra contra el Opus Dei, intentando excluir a Torreciudad de la lista de santuarios con indulgencia plenaria, es uno de los síntomas más evidentes de su afán por imponer su voluntad en un terreno donde sabe que tiene poco que ganar. En lugar de colaborar con la institución, se ha empeñado en abrir frentes que solo contribuyen a agravar su situación, lo que desemboca en una creciente ansiedad.
Este nerviosismo no solo se refleja en la manera compulsiva en la que el obispo se devora las uñas, sino también en la dramática caída del número de peregrinos a Torreciudad, uno de los santuarios más emblemáticos de su diócesis. En la 32ª Jornada Mariana de la Familia celebrada en septiembre, se registró un 66% menos de asistentes en comparación con ediciones anteriores. A pesar de que en el santuario se esforzaron por mantener la buena relación con el obispo, el distanciamiento de Pueyo ha hecho que muchos fieles «voten con los pies» y busquen otros lugares para manifestar su devoción.
No son pocos los que, desde dentro de la Iglesia, consideran que Pueyo está en una situación insostenible. Hay quien sugiere que sería mejor asignarle algún puesto alejado de las miradas públicas, como encargado de pequeñas cofradías en pueblos apartados o incluso en un discreto destino como coordinador de la Pastoral del Sordo y del Mudo. Así, su impacto sería mínimo y, de paso, podría recuperar algo de paz interior, evitando morderse más las uñas en el proceso.
Lo cierto es que, con tantas tensiones y conflictos abiertos, el obispo podría beneficiarse de algún remedio de farmacia que le ayude a no morderse las uñas. Tal vez, un esmalte con sabor desagradable le ayudaría a mortificarse un poco, algo que no le vendría mal dadas las circunstancias. Porque, después de todo, su comportamiento actual refleja más ansiedad que serenidad, y como pastor de su diócesis, debería proyectar tranquilidad y confianza, no nerviosismo y discordia.
La situación en Barbastro-Monzón parece cada vez más compleja, y el tiempo dirá si Pueyo logra recomponer su figura o acaba relegado a una capilla remota. Mientras tanto, el rastro de sus uñas sigue siendo un recordatorio de que el estrés y las malas decisiones pueden acabar manifestándose incluso en los detalles más pequeños.