Sin entrar en valoraciones sobre la actuación política de Adolfo Suárez me gustaría escribir unas líneas sobre el día de ayer, cuando acudí al velatorio del recientemente fallecido ex presidente español. No conocí la época de Adolfo Suárez como presidente del Gobierno, pues nací un poco antes de aquel verano en que un Naranjito se coló en nuestros televisores anunciando que se aproximaba el Campeonato del Mundo de fútbol que iba a celebrarse en España. Pero, como aficionado a la Historia que soy, siempre he tenido curiosidad por lo que sucedió antes de nacer yo. Me gustaba escuchar de pequeño las historias vitales de mis mayores. Las andanzas de mis abuelos en la Guerra o la época en que mis padres se casaron y fundaron un colegio al sur de Madrid, a principio de los setenta, con los últimos años de vida de Franco, los años de inquietud que siguieron su muerte. Siempre me gustó escuchar como vivieron mis mayores eso que se ha dado en llamar la Transición Española, sobre todo ese 23F del 81, con el Golpe de Estado. Por otra parte, mi padre conoció personalmente a la esposa de Adolfo Suárez, Amparo. Por ello, reconozco que la figura de Suárez me resultaba ciertamente simpática, sin entrar en valoraciones políticas como digo. La verdad, no pensaba ir al velatorio. Más que nada porque no me iba a dar tiempo, por la mañana iba a ir al gimnasio, luego tenía que hacer algunas tareas personales y por la tarde tenía clase. Pero fue precisamente en el gimnasio donde, viendo las pantallas de televisión (hay varias, junto a las maquinas de «cardio») donde al ver la gente que acudía al Congreso pensé «se trata de un momento histórico, creo que debo ir). Por ese motivo, en cuanto terminé de comer me dirigí en metro hasta Banco de España. Aunque me bajé en Sevilla, pues no sabía exactamente donde empezaba la fila. Acerté, cuando llegué (14:30) estaba la fila cerca de la boca de metro por donde salí. Llegué justo a tiempo, y nunca mejor dicho. Me puse detrás de un señor muy alto que llevaba paraguas. Yo me había dejado el mio en casa, pensaba que no llovería. Llovió poco, pero llovió, así que me vino bien refugiarme bajo el paraguas de ese señor, muy simpático el hombre. Como imaginaba que tardaría tiempo en llegar hasta el Congreso saqué mi rosario y me puse a rezarlo. Cuando terminé una señora me preguntó si era franciscano. Era católica, me dijo, y le había llamado la atención que en el rosario tuviera la Tau franciscana. Le dije que sí, que soy franciscano seglar (en mayo si Dios quiere hago la Profesión Perpetua) y estuvimos dialogando el resto de la espera. Después hubo una interesante tertulia sobre Adolfo Suárez y su labor en la que participamos personas de diversas edades, mientras bajábamos por la calle de Los Madrazo, continuábamos por el Paseo del Prado y subimos por la Plaza de las Cortes. Eramos personas de diferentes edades, yo creo que el más joven, lo cual hizo interesante desde un punto de vista sociológico la conversación. No obstante, todos coincidíamos en que se trataba de una personalidad histórica de gran trascendencia y que, probablemente, sin su actuación la historia de España en los últimos cuarenta años hubiera sido diferente. Como anécdota,ya en la Plaza de las Cortes, junto a una cervecería aledaña al Congreso, una chica se quiso colar en la fila fingiendo que veía algo en su teléfono móvil. Se puso justo delante del señor alto, que iba leyendo el periódico, y yo no me di cuenta. Sin embargo, una señora que pasó por ahí le dijo a la chica que «que poca vergüenza tienes«, pues vio como saltaba una valla para colarse. Al final tuvo que irse. La verdad, un poco de morro le echó, pues nosotros estuvimos dos horas y media aguantando la fila, con ratos donde llovía, y esa chica al querer colarse no fue demasiado educada. Tras subir la escalera que da acceso a la puerta principal del Congreso, llegamos al «salón de los pasos perdidos», donde se realizó el velatorio de Adolfo Suárez. Pensaba que iba a haber sido en el hemiciclo, donde estuve una vez con el colegio (y vi los ya míticos agujeros provocados por los disparos de los guardias civiles). Reconozco que me impactó pasar delante del ataúd donde se encontraba el cuerpo sin vida del ex presidente. El ataúd estaba cerrado y cubierto con la bandera de España. Sobre todo sentí sobrecogimiento al darme cuenta de que me encontraba delante de un pedazo de la historia de mi patria. Me fijé en la gente que se encontraba allí, pero solo reconocí a Rosa Diez (quien se me quedó mirando un buen rato, quizá le parecí atractivo o algo) y a Adolfo Suárez Illana. Había mas gente, alguno de ellos me sonaba su cara pero no me acordaba de su nombre. Por cierto, como detalle curioso, mi madre me contó por la noche que estaba en la capilla ardiente Rosa Diez. No se si se pasó todo el día allí, si se fue o volvió. Pero me llamó la atención. Salí del Congreso y ya me dirigí al lugar donde estoy cursando el Máster en Periodismo Social tras despedirme de las personas con las que compartí dos horas y media hasta que llegamos al velatorio de Adolfo Suárez. Como digo, me gustó el haber acudido al velatorio de una personalidad importante de nuestra historia. Por otra parte, no creo que vaya al Congreso a velatorios de otros ex presidentes españoles, salvo que algún amigo mio llegue en el futuro a tal alto cargo. Sobre todo creo que lo importante es que oré por el alma del primer Presidente de la Democracia y recé también por nuestra España, este país donde algún día reinará el Sagrado Corazón de Jesús. Tengo esa fe.
Un franciscano seglar en el Congreso de los Diputados
| 25 marzo, 2014