Noche de terror en el convento

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Era un convento situado en un pueblo castellano. Quedaba una pequeña comunidad de monjas en uno de los laterales, pero el resto del edificio, de unos 800 años de antiguedad, llevaba tiempo abandonado hasta que un pariente decidió establecer allí una comunidad de ancianos. 
El muchacho llevaba tiempo yendo allí con su familia, siempre de día. Solía jugar al fútbol en uno de los laterales con sus primos. Con ellos, además, a veces iba a pasear por los alrededores para explorar aquellos agrestes parajes. Normalmente la familia cuando se reunía en aquel lugar solía comer en un edificio anexo de reciente construcción, sin embargo nuestro protagonista, de nombre Niko, nunca se había quedado a dormir hasta aquella fatídica noche.
Cómo sus primas iban a volver al día siguiente a su ciudad Niko pidió a sus padres quedarse allí a pasar la velada. Además estaba su tía, con lo cual aunque sus primas salieran de fiesta no tenía porque suceder nada, el niño se sentía protegido. Una vez sus padres se habían ido Niko fue a cenar con su familia. No conocía aquella estancia, era una especie de claustro techado que, de no ser por la tenue luz de algunos faroles, estaría completamente inundado por la oscuridad. Allí estuvieron cenando, riendo y contando interminables anécdotas hasta pasada la medianoche.
Niko siempre que iba al viejo convento sentía que se trataba de un lugar especial, parecía un lugar encantado, aunque nunca le había dado miedo. Sus primas se arreglaban mientras paseaba por el viejo edificio junto a su tía. En los días siguientes recordaba el escalofrío que sintió cuando, al preguntarle cuantos años debían tener aquellas paredes esa edificación, su tía le dijo «es del siglo XIII. No sabía por qué, pero aquella sensación le recorrió todo el cuerpo, fue un sobrecogimiento interno tal como si hubiera notado un fantasma en aquel mismo instante. Sin embargo intentó sobreponerse pensando «no va a suceder nada, debo ser fuerte». Nuestro amigo tenía gran sensiblidad y, desde que le alcanzaba la memoria, siempre había sentido presencias a su lado que, aparentemente, no estaban allí pues no eran visibles. Quizá haber vivido junto a un cementerio marcó su personalidad infantil. Toda su infancia y parte de la juventud la había pasado en un lugar que ya desde tiempos de los romanos había estado poblado.
 La habitación antiguamente había funcionado como sacristía. En ella había dos viejas literas, un armario de cuyas puertas colgaban sendos espejos, tres sillas de madera de roble con un sabor añejo y un baúl cubierto por una manta de color granate. Iluminaba la estancia un candil realizado en cerámica con claras reminiscencias medievales.
Niko se acostó en una litera. A su izquierda se encontraba una vieja vidriera amarilla. Al otro lado debía haber un patio, pero no se intuía mas que la oscuridad. Al poco de apagar la vela su tía se tumbó en la litera contigua mientras decía a su sobrino «buenas noches, hasta mañana».
En el cuarto hacía frío. Niko llevaba un rato en la cama dando vueltas tratando de arroparse lo mejor posible. Echaba de menos aquel «invento» que otra de sus tias, quien vivía en el pueblo de su padre, le daba cuando se iba a dormir pues en aquella casa no había calefacción. Era sencillamente una bolsa de agua caliente. Debía ponérsela a la altura de los pies, sin embargo el chaval prefería colocarse aquella bolsita en su barriga pues, al menos es la impresión que le daba, permitía a su cuerpo retener mejor el calor. Sin embargo la sensación allí era gélida, hacía frío, bastante frío y la ropa de cama se antojaba insuficiente. Por otra parte aun sentía aquella sensación de escalofrío de apenas una hora antes.
Fue entonces cuando lo sintió. Fue como si dos personas comenzaran a dar vueltas alrededor suyo. Escuchó susurros y lo que le parecían pisadas. Se puso alerta. Algo rozó su cama y, de pronto, alguien comenzó a acariciarle el pelo, aparentemente con una intención benévola. Sintió una mano pasando por su cara. Intentó incorporarse y se dio cuenta de que estaba inmovilizado.
En aquel momento un bofetón hizo arder de dolor su mejilla. Comenzó una sucesión de golpes y arañazos a la cual poco después se unió el brusco movimiento de la litera. Niko preso de pánico intentó llamar a su tía, sin embargo le faltaban las fuerzas. No obstante consiguió recobrarlas y la llamó, entonces ella se acercó y le preguntó que le sucedía para haber gritado de aquel modo. El niño dijo que tenía miedo, mucho miedo y que si podía dormir con él, ella asintió. Son pesadillas propias en un niño de ocho años, pensó. Se metió con su sobrino a dormir y tanto los golpes como el temor recientes se detuvieron. Nuestro protagonista las había pasado canutas. No tardó mucho en dormirse pese a que notaba detrás suyo una presencia y un golpe de aire continuado.
Todo iba bien hasta que llegaron sus primas. Su tía, viendo que el crío se había quedado placidamente dormido aprovechó para irse a su litera. Niko se despertó ante los continuados movimientos provocados de la litera, provocados por una de sus primas, quien ya se había aposentado en la cama de arriba y estaba cambiándose. Cesaron los movimientos. La habitación aparentemente estaba en calma.
Pasaron unos minutos. Niko estaba aun despierto. Un golpe de aire le rodeó por completo. Tuvo la sensación de que alguien, detrás suyo, le estaba acariciando la cara. Sin embargo sintió un tortazo y una sucesión de golpes provocados por manos que no podía ver. Volvió la angustia pero también la rabia porque quería que aquello parase, aunque no sabía como hacerlo. Luchaba con todas sus fuerzas rezando el Padre Nuestro, la única oración que conocía aunque, cierto era, la que mas le ayudaba en noches como aquellas.
En un momento la vidriera policromada se iluminó, alguien había encendido (o eso le pareció a Niko) la luz del patio y vio dos figuras con traje talar yendo hacia la vieja sacristía. Fue en ese momento cuando Niko volvió a gritar, esta vez con todas sus fuerzas y venciendo al pánico, para que su tía volviera a dormir con él. Así sucedió. Debían ser las cinco o las seis de aquella fría madrugada de invierno. Con la cercana presencia de su tía consiguió tranquilizarse y dormirse. Otra vez aquellas sensaciones que tanto terror habían provocado en nuestro protagonista cesaron.
Amaneció. La tía se había ido al cuarto de baño cuando Niko despertó. Le dolía el cuerpo como si le hubieran dado una paliza. Cuando su prima le vio le preguntó que le había pasado pues tenía algún moraton y varios arañazos. Niko contó lo que había sucedido y ambos se asustaron bastante. Le acompañó al cuarto de baño y entre su madre y ella lavaron y realizaron alguna cura al muchacho. Nadie se podía explicar que era lo que había podido suceder, lo único que veían claro era que Niko quería marcharse de allí cuanto antes y podían sentir su miedo.
Así hicieron. Apenas desayunaron se despidieron de sus familiares, aquellos que regentaban la residencia de ancianos y marcharon rumbo a la ciudad. Comieron juntos en casa y, ya por la tarde, llevaron al niño con sus padres. Le habían curado las heridas, por ello sus padres apenas notaron nada raro en Niko y él mismo prefirió no contar nada de lo que le había sucedido. De hecho era la primera vez que, sintiendo presencias, había tenido tanto miedo. De hecho, aunque en los años siguientes, tuvo otros episodios de terrores nocturnos, no se pudieron comparar con lo que sucedió aquella noche en el convento.
Niko creció y, un buen día contó su experiencia a un buen amigo, el cual entendía bastante de esas experiencias. Este le dijo que probablemente al tratarse de un convento que antiguamente había sido de estricta clausura femenina algo que en él había rechazó su presencia al tratarse de un varón. El argumentó que allí dormía su tío junto con sus hijos y que no les había sucedido nada. La respuesta la tuvo él mismo cuando se dio cuenta de que ellos dormían en la parte nueva mientras que él pasó la noche en la zona antigua. Aunque ¿Quizá si que habían sentido en alguna ocasión algo pero no se atrevieron a contarlo? En cualquier caso nunca llegó a preguntarlo. Si bien es cierto que, por los hechos que sucedieron en los años posteriores, da la sensación que aquello que había rechazado a Niko consiguió echar a sus familiares. La residencia de ancianos tuvo que cerrar y con ello se marcharon de aquel lugar.
Hoy aquel edificio ya solo funciona como convento. Han pasado muchos años desde entonces y no se ha vuelto a saber de nada raro que haya acontecido en aquel lugar. Quizá haya sitios que, por el motivo que sea, conviene no perturbar, quien sabe. De hecho Niko aunque alguna vez volvió a sentir miedo en ciertos lugares nunca sufrió tanto como aquella noche que pasó en el viejo convento castellano.
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