¡Ay de aquellos que hagan daño a uno de mis pequeños! Jokin Ceberio in memoriam

|

jokin-ceberio-el-caso
Jokin Ceberio Laboa
Amanecía en la bella localidad guipuzcoana de Hondarribia. Casi nadie por la calle. Algunos ya se habían levantado para ir a trabajar o a los centros de estudio. En lo alto de una muralla se encontraba, sentado, un niño que contemplaba el aún oscuro cielo mientras dudaba si debía llevar a cabo aquello que llevaba días pensando. Recordaba el dolor sufrido durante, por lo menos, un año, el tiempo transcurrido desde aquella fatídica jornada en la que, por no poder acceder al baño (durante las clases estaban cerrados) se hizo de vientre encima. Fue entonces cuando comenzó todo, aquel 15 de septiembre de 2003 se fue a casa llorando. Primero fueron las risas de sus compañeros del Instituto Talaia, donde estudiaba, posteriormente desprecios como no querer sentarse a su lado o gestos como si oliese mal cuando pasaba delante de sus compañeros de clase, aquellos que antes habían sido amigos suyos. El curso discurrió entre burlas, insultos, collejas. Además, el muchacho veía como le hacían el vacío en los recreos. Antes había participado en los juegos que se organizaban durante las horas de recreo, ahora comenzaba a sentir la soledad, casi sin darse cuenta la oscuridad había llegado a su vida. Finalizó el curso, comenzó el verano. Jokin Ceberio, como se llamaba, fue a un campamento con compañeros de clase, entre los cuales se encontraban algunas de esas personas que le hostigaban en el colegio. A pesar de los meses transcurridos desde aquel 15 de septiembre, sus compañeros seguían burlándose de él, burlas que se acompañaban de collejas e insultos. Llevaban casi un año sometiéndole a una situación de violencia y acoso escolar que iba cambiando el semblante de un niño hasta entonces risueño y extrovertido. Es probable que Jokin ya tuviera lesiones psicológicas al finalizar el curso 2003-2004. En aquel campamento, fue sorprendido, junto a sus acosadores, fumando porros. A simple vista, quien no conozca el tema, podría pensar que lo hizo conscientemente. Yo he sufrido acoso escolar, sé lo que es que te obliguen a hacer algo que no quieres “pues si no te cosemos a collejas”. Por ello siempre he tenido la teoría de que le obligaron a hacerlo. Máxime si tenemos en cuenta que, cuando el monitor escribió a los padres para advertirles sobre lo que habían hecho sus hijos, Jokin fue el único que no interceptó la carta, por lo que sus padres se enteraron de lo ocurrido. Esto provocó que la madre de uno de sus acosadores acusase a Jokin, hablando con su madre, de haber “roto la armonía del grupo de amigos por no esconder la carta”. Nefasta actitud, desde luego. Pero, como veremos, padres de algunos de los acosadores trabajaban en el Instituto Talaia. Tal como cuento en mi artículo “Jokin Ceberio: cuatro años después” durante el verano Jokin sufrió algún intento de agresión además de constantes insultos cuando se encontraba por la calle con sus hostigadores. Pero fue tras el 11 de septiembre, una fecha marcada como maldita en el inconsciente colectivo, cuando el menor de los Ceberio se vio cuesta abajo y sin frenos. Finalizaban las fiestas de Hondarribia con el tradicional Alarde. Jokin, que formaba parte de una compañía musical, vio como sus compañeros de cuadrilla (alguno perteneciente a su propia compañía) le sometieron a golpes provocándole moratones. Los siguientes días las palizas continuaron, con la participación no sólo de los nueve jóvenes que serían condenados (y posteriormente absueltos), sino de otros agresores que se les unieron. Todo esto fue minando la ya débil resistencia psicológica de Jokin, un muchacho sensible a quien le estaban haciendo un daño terrible, algo que ningún niño debería padecer. Comenzó el curso el 14 de septiembre. Ese día le sometieron a una brutal paliza consistente en collejas y bofetadas. Al día siguiente padeció otra paliza en el gimnasio, cuando chavales de todo el instituto le cosieron a balonazos (con balones medicinales, quién los ha utilizado saben el daño que pueden hacer si te golpean). Escribía en mi artículo que “Creo que aquel día Jesús sufrió con él y por los pecados de quienes conducirían a la muerte a Jokin”, pues en esos días, como sabemos, se celebraba la festividad de la Exaltación de la Santa Cruz. Llegó el 15 de septiembre, acaso el día en que la humillación se elevó a su grado máximo. Era la fecha en que se conmemoraba el aniversario de la “cagada” de Jokin. Hay que tener muy mala leche y ser muy mala persona para hacer lo que aquellos chavales hicieron ese día. Llenaron toda la clase de papel higiénico y, cuando Jokin entró al aula, le tiraron rollos de papel higiénico (al modo de los hinchas en el fútbol) ante la risa general de todos los alumnos. Para colmo, posteriormente, la profesora obligó a Jokin a recoger todo el papel en medio del jolgorio personal. El niño comenzó a sentirse derrotado, había perdido toda esperanza y las lesiones psicológicas eran demasiado fuertes para un muchacho de tan sólo 14 años de edad (hubiera cumplido quince el 24 de septiembre). Quizá en aquel duro momento, en medio del llanto interior, tomó la decisión que posteriormente llevaría a cabo. Aquel día era miércoles. El jueves no fue a clase, el viernes tampoco. Escribía en mi artículo que, posiblemente, se fue a recorrer con su bicicleta las calles de su pueblo y, quien sabe, quizá a inspeccionar la muralla, buscando algún lugar donde no le pudieran encontrar cuando todo hubiera acabado. Quería, ante todo, evitar el sufrimiento a los suyos, por ello no dijo de lo que le ocurría hasta el crítico momento. Pensaba que de otra manera quizá su familia iba a sufrir más si descubrían lo que estaba viviendo en el Instituto o, posiblemente, no quería ser acusado de chivato (no lo olvidemos, era un niño).  Desde el instituto llamaron a sus padres para notificar que el chico no había acudido a clase. Fue entonces cuando Jokin contó lo que le estaba ocurriendo a sus padres, quienes le instaron a denunciar a sus agresores. Pero el niño, muerto de miedo, les respondió de una manera cruda y clara que refleja el sufrimiento interior que estaba experimentando: “¿Qué queréis, que me maten a hostias?”.  Perdonadme que cite textualmente, a veces la realidad hay que contarla en toda su verdad, por muy dura que sea y aunque haya cosas que nos desagraden. Creo que es una frase que refleja la desesperación que Jokin tenía cuando la expresó, quizá en esas siete palabras se reflejó la rabia y el sufrimiento interior que estaba viviendo. El 20 de septiembre, con la venia de sus padres y del instituto, no acudió a clase. Al día siguiente se había convocado una reunión en el instituto con la otra parte: los agresores y sus padres. Siempre me ha sorprendido que la única decisión que tomó el instituto, acaso el único consejo, fue decir a Jokin “el martes llévate el móvil, por si tienes problemas”. Diez años después me sigo preguntando, y lanzo la pregunta al aire, como harían los profetas bíblicos: ¿No hubiera sido mejor la expulsión de los alumnos agresores? ¿No os dais cuenta de que, aún hoy, seguís enviando a Jokin (los niños acosados actualmente) al matadero? Permitir que los agresores permanecieran, impunes,  en el instituto fue, como dije en su momento, “enviarle, temblando como un corderito, ante la jauría de lobos que le esperaban lamiéndose las fauces”. Hace falta saber mucho de psicología para conocer la mente de una persona adulta, cuánto más para poder ayudar a un muchacho de apenas 14 años de edad que tenía un fuerte trastorno disociativo que provocó una reacción depresiva aguda cuya evaluación hubiera precisado una terapia, dirigida por un psiquiátrica, con el fin de ayudarle a superar los efectos de la experiencia traumática vivida. Aquella tarde conversó por última vez, con una amiga suya, dándole señales de lo que iba a ocurrir. Hablaban sobre las agresiones que había padecido, mostrando impotencia «Yo no puedo darles, porque luego será peor«. El resto de la conversación, según informó el Diario Vasco, aparentemente giró en torno a cuestiones propias de adolescentes, pero Jokin iba intercalando comentarios de índole muy diferentes como «Adiós reina mía,  yo ya no pinto nada aquí, mi vida es una ruleta que da vueltas perdiendo el control, cuando me marche no me olvidaré de ti». Posteriormente, haciendo referencia a la clase de religión comentó que «Habrá que morirse para saber» y «Me voy a tirar por la muralla a ver qué pasa después de morir, ya te visitaré si palmo». Pero una frase cruda que refleja especialmente su impotencia fue «Prefiero morir como un cobarde que vivir cobardemente«. Quizá esta chica no se dio cuenta de lo que estaba sucediendo o, podría ser, no veía capaz a su amigo de llevar a cabo su plan. Lo último que hizo Jokin, antes de acostarse, fue escribir en su Chat de Internet: «Libre, OH libre seré cuando paren mis pies». Probablemente aquella noche no durmió, seguramente pensando sobre su decisión, consciente del gran dolor que iba a causar a sus seres queridos. Pero, seguramente meditaba, había sufrido demasiado para ser tan sólo un niño ¿Qué había hecho para merecer tanto sufrimiento? ¿Como era posible que sus compañeros, antaño amigos, fueran tan crueles con él?  Miedo, rabia, impotencia, lágrimas, cuerpo dolorido, eso había sido su vida durante, al menos, un año. Todo eso le había provocado un fuerte trastorno psicológico que le hizo incapaz de ver otra salida. Alrededor de las 6 de la mañana se encaminó, con su querida bicicleta como única y última compañera, en dirección a la muralla. Subió por uno de los laterales, tomó impulso, corrió, se le pasaron miles de recuerdos por su cabeza, momentos felices también, pero sobreabundaban (debido al daño psicológico) los malos momentos, aquel 15 de septiembre de 2003 con las burlas de sus compañeros cuando llegó a clase con el pantalón manchado, el tortazo que le propinó Olatz, las risas de Asier mientras vigilaba que no llegase ningún profesor cuando le pegaban, los puñetazos de Hodei, los empujones de Josu, también cuando Hodei que le rompió el aparato de ortodoncia, las «chetas» (tortazos) de Iker y Ion, las burlas y collejas de sus compañeros de clase, el silencio cómplice de los demás. Siguió corriendo, lleno de rabia y dolor, los ojos llenos de lágrimas  y el cuerpo cubierto por un sudor frío, acompañado de un fuerte estremecimiento. Había saltado, todo se terminaba. O quizá no, quizá Dios, que es un Padre justo le acogió en su inmensa y Divina Misericordia. Al fin y al cabo Jokin era tan sólo un niño que ya no era dueño de sus actos, le controlaba el trastorno psicológico que otros le habían provocado.  Libre, OH libre seré cuando paren mis pies, lo había dejado escrito. Su cuerpo fue encontrado a las siete de la tarde. Días después se manifestaron miles de personas en Hondarribia con el lema “Nik Jokin” (Yo soy Jokin). Todo aquello provocó una fuerte conmoción social pues la sociedad empezó a darse cuenta de que lo que ocurría en los colegios e institutos, aquello que muchos llamaban “un juego de niños” era en realidad una situación de violencia y acoso escolar, como bien explican los profesores Iñaki Piñuel y Araceli Oñate en su Informe Cisneros X sobre el acoso escolar en España. Jokin, como hemos visto, había aguantado mucho. Nadie en el instituto supo (o quiso) ayudarle. Los profesores, tres de los cuales eran padres de los agresores) hicieron la vista gorda, como se supo en el juicio, ante las constantes agresiones y, además, le humillaron públicamente. Sus compañeros de clase o bien se metían con él o bien no se atrevían a defenderlo. Fallaron a Jokin, le fallaron sus profesores, le fallaron sus compañeros, le falló la sociedad. Esa misma sociedad que sigue fallando, a día de hoy, a los niños que padecen acoso escolar. Jokin podría haber recurrido antes a su familia, por supuesto, pero el miedo a represalias le paralizó, además no quería que sufrieran por saber lo que estaban viviendo y que las personas que debían tutelarle durante las horas escolares no hacían nada por ayudarle.  Esto le ocurre hoy en día a un 23% de nuestros menores de edad, les estamos fallando, como hicimos con Jokin. Aún hoy sigue habiendo colegios que, ante una situación de bullying optan por cambiar al niño acosado de centro ¿Acaso Jokin tenía que ir a clase pidiendo perdón a sus agresores por ser inocente? ¿Acaso los niños que hoy sufren acoso y violencia escolar son culpables de sufrir lo que viven a diario? No. Más bien habría que decir, en el caso de Jokin, que los ocho chavales reconocidos como agresores le incitaron al suicidio, se lo provocaron, aunque, como hemos visto, hubo más, pues en el acoso y violencia escolar participaron alumnos de todo el Instituto Talaia e incluso otros jóvenes del pueblo. Pese a que los políticos prometieron planes para prevenir y actuar ante el acoso escolar, en los últimos diez años han sido los estudiantes que se han quitado la vida debido a este drama social. Además son muchas las personas que padecen trastornos psicológicos debido a las consecuencias del acoso y violencia que viven en las aulas.  Como he comentado, durante los últimos meses de 2004 y también en 2005 la sociedad experimentó una fuerte convulsión. En Hondarribia se manifestaron más de 15.000 personas (en un pueblo de 20.000) con el lema «Nik, Jokin (Yo soy Jokin) cuyas imágenes se pueden ver en el Txoko de Jokin. Muchas personas comenzaron a darse cuenta del drama social que es el acoso escolar y también muchos, quienes lo hemos sufrido, por fin pudimos poner nombre a la realidad que vivimos en colegios e institutos: bullying o acoso y violencia escolar. De alguna manera la muerte de Jokin ha servido para concienciar a una sociedad que antes veía esas situaciones como «un juego de niños» y pensaba que era normal que el gordito o el «friki» fueran despreciados y/o marginados por sus compañeros. Aún queda mucho por hacer, pero se están haciendo cosas sobre las que me gustaría escribir en próximos artículos. En este artículo he querido recordar a Jokin Ceberio Laboa, sobrino del periodista Miguel Ángel Ceberio, quien se suicidó en su querida Hondarribia hace ya diez años. Imagino que este domingo 21 de septiembre, como en los años pasados, se oficiará una misa funeral en la iglesia de la Marina. Fue un niño inteligente, buen estudiante, un muchacho sensible a quien le llevaron hacia un precipicio que no pudo superar. El acoso escolar deja profundas huellas no sólo físicas, sino sobre todo a nivel psicológico y emocional, que pueden durar toda la vida. Secuelas psicológicas que un niño, si no pide ayuda, no puede por sí solo afrontar. Después de Jokin vinieron otros menores que se quitaron la vida debido al acoso escolar. También ha habido casos de colegios que tomaron la nefasta decisión de cambiar al acosado de centro, en vez de expulsar a los agresores. Pero también hay cada vez más iniciativas como el proyecto BeatBullying y otros similares que forman a menores para que actúen como tutores de compañeros suyos más jóvenes, ayudando con ello a prevenir el acoso escolar. Siguen siendo muchos los niños que padecen acoso y violencia escolar en España. Demasiados, aunque también diría esto si tan sólo hubiera un caso en nuestro país. Los Jokin Ceberio de hoy están clamando pidiendo que les ayudemos. Yo en su momento le hice una promesa a Jokin, y quiero renovarla. Pondré todas mis fuerzas para combatir y ayudar a erradicar lo que considero una de las peores lacras que padecen los niños españoles: el acoso escolar. Dijo Jesucristo «Ay de aquellos que hagan daño a uno de estos mis pequeños…», pues yo lanzo ese mismo grito a través de estas letras, pero no sólo dirigido hacia los agresores, sino al conjunto de toda la sociedad. Pues todos, con nuestros actos, con la pérdida de valores, con los silencios, con las frases estúpidas carentes de significado alguno («juego de niños», «siempre ha habido gente en clase a la que pegaban o de la que se reían»…), repito, todos somos culpables de que siga existiendo acoso y violencia escolar. Y todos somos responsables de luchar por erradicarlo. Se lo debemos a Jokin, Cristina, Daniel, Carla, Albi y tantos otros que vieron sus vidas truncadas debido al acoso escolar, o a sus consecuencias. Nik Jokin. Yo soy Jokin, al menos lo fui durante ocho años. Como franciscano seglar debo defender a los más débiles, los niños lo son, especialmente si padecen una forma de violencia así. No te preocupes, amigo Jokin, quiero ayudar a erradicar tal como te prometí el acoso y la violencia escolar. Descansa en paz, Jokin. Finalizo pidiendo a los lectores una oración por Jokin Ceberio, por todos los niños que han muerto víctimas del acoso escolar y también por todos los que a día de hoy lo padecen.

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *