La entrada triunfal

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Dali Cruz

Entrada Triunfal

La entrada de caridad en la Ciudad Santa.

Comienza la Semana Santa, la semana maior como la llamaba la Iglesia primitiva, con una de las grandes Teofanias del Señor porque como el mismo Jesús dijo si ellos callasen gritarían las piedras. Antes de adentrarnos en el acontecimiento debemos iniciar considerando que esta suceso de la vida de Jesús ha estado muy vinculado al rito hispano-mozárabe y que fue Isidoro de Sevilla quien parece que fue el primero que denomino la celebración litúrgica con el nombre de Domingo de Ramos. Los sucesos, como en la mayoría de los acontecimientos de Jesús, no tienen una cronología precisa y aunque es posible que la entrada de Jesús se produjera el mismo día que se va a celebrar la Pascua en Jerusalén, según San Juan fue cinco días antes. El hecho es que Jesús ha estado unos días en Betania se despide de sus amigos. No soy capaz de imaginar cómo fueron esos últimos minutos con Marta, María y Lázaro. Las personas que se quieren desearían estar siempre juntas pero el deber, el que sea, les obliga alejarse. Su afán sería el de continuar sin separarse y no pueden. El amor de los hombres que por muy grande que sea siempre es limitado recurre a símbolos y puede que Marta, María y Lázaro acudieran a entregar a Jesús un recuerdo sin poder detener la marcha del Maestro pero los tres no saben que lo que ellos no pueden si lo puede Dios. Comienza la ascensión hacia Jerusalen aquella ciudad sobre la que Jesús había llorado y profetizado ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!, Jesús que sin que se le escaparan las lágrimas mientras observaba de nuevo la ciudad y a sus acompañantes. Empieza a recorrer, entre otros sitios, el Valle Cedrón, Monte de los Olivos, Getsemani. A la comitiva se le fue, poco a poco, uniendo peregrinos que iban también a Jerusalen. De hecho cuentan Mateo y Marcos que había una gran muchedumbre que seguía a Jesús. En el último tramo del recorrido hay un episodio q aumenta todavía más la expectación q se había levantado entre los seguidores del maestro. Jesús escucha una voz fuerte q le dice Jesús Hijo de David apiádate de mi. Es Bartimeo el hijo de Timeo, un ciego de nacimiento, que grita ante la noticia del paso de Jesús. El Maestro acude a la llamada y tu fe te ha salvado. En el recorrido empiezan a producirse signos proféticos de la realeza del Mesías como explica el Papa en su libro Jesús de Nazaret con referencia a la entronización del burro y que venían recogidos en la profecía de Zacarías (9,9). Sin embargo hay un detalle de la narración de la subida a Jerusalén en la que merece la pena pararse y que tiene lugar con los signos de realeza de Jesucristo. Cuando llegan los Reyes Magos a Jerusalén y preguntan dónde va a nacer el Rey de los Judíos. La Sagrada Escritura dice que Jerusalén queda alborotada. Ahora de nuevo la ciudad santa hace la misma pregunta ¿Quién es este?, ¿Quién es que está entrando en el Santuario?, y cuenta el evangelista Mateo que los que le acompañaban decían es Jesús el profeta de Nazaret de Galilea y la ciudad, cuenta el recaudador de impuestos, se estremeció. Jerusalén sabe que ha llegado la hora del Mesías, la hora del Rey que viene a tomar posesión de la ciudad Santa. Pero se da cuenta de que no entra con espadas ni palos sino con caridad y el sufrimiento, y es eso es lo q le hace estremecerse a las piedras de Jerusalén. Porque la ciudad Santa, como toda gran ciudad que se digne, quiere que su Rey no entre montano en un humilde pollino y aclamado sólo por unos simples pescadores sino que espera que su Rey entre vítores de los grandes de la ciudad y mujeres y niños salgan a proclamar la victoria de un guerrero q ha sido capaz de derrotar a los desde hace años tienen sometida y prisionera a la Ciudad de la Ciudades. De hecho en la liturgia del Domingo de Ramos había un momento en el que la procesión de entrada llegaba a la puerta de la Iglesia y esta estaba cerrada y no se podía abrir hasta q llegaba el subdiácono y golpeando con un hasta de la Cruz abría las puertas. Cristo hoy también quiere entrar, montado en un humilde animal, en otra ciudad santa: tu alma y va a querer entrar con las mismas armas que un día fueron suficientes para conquistar Jerusalén: la caridad. Por eso hoy le pedimos a Jesús que nos deje acompañarle a entrar en la Ciudad Santa porque queremos contemplar ver como reina de forma definitiva no la ley del egoísmo sino de la generosidad.

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