Como todos los años, los cristianos hemos comenzado a celebrar Adviento, como preámbulo o anticipo de la celebración de la Navidad. Esta última festividad no sólo remite al pasado, a la conmemoración de la Encarnación de Jesucristo, acontecida hace más de 2000 años, sino que también remite al futuro, a la espera de la segunda y definitiva venida del Hijo de Dios a la tierra. Celebrar el Adviento significa entonces fortalecer la certeza de la venida del Hijo de Dios, pero ello conlleva a su vez a fortalecer la esperanza del nuevo cielo y de la nueva tierra que Dios ha de instaurar a través de Él. 1. Bien sabemos que la encarnación divina es el ingreso de Dios en el tiempo: Dios no sólo ha venido a nosotros, sino que se hizo uno de nosotros, para redimirnos de las consecuencias del pecado original efectuado por nuestros primeros padres, Adán y Eva, y que todos los seres humanos heredamos como hijos suyos. Ésta es la inédita novedad aportada por el cristianismo a la historia humana: el Dios que profesamos los cristianos, el Dios de Jesucristo, no adoptó la figura humana, ni tampoco aparentó ser humano, sino que se hizo hombre en toda su realidad, es decir, el Todopoderoso se anonadó, se hizo nada, tal como expresa san Pablo (Flp 2, 7); el Omnipotente se hizo el más dependiente de todos los seres humanos, se revistió de la impotencia del niño, para vencer la vanidad, la codicia y el sentido de poder y violencia de los hombres “adultos”[1]. Para decirlo con palabras de san Juan Pablo II, “la eternidad ha entrado en el tiempo”[2]. ¿Por qué en un momento de la historia humana Dios ha dado este paso? Cur Deus homo? [¿Por qué Dios se hizo hombre?], se pregunta san Anselmo de Canterbury en un famoso texto de su autoría. El acontecimiento de la Navidad de Jesucristo, su anonadamiento, nos lleva a reflexionar cada año sobre esta pregunta y a sumergirnos en las profundidades de su misterio, y en las profundidades de su amor, ya que desde el comienzo de la historia Dios quiso asociar al ser humano a su gloria, aunque no nos necesitara para nada, porque desde siempre, antes de la Creación, Él es Dios. Tal como define el Credo niceno-constantinopolitano, Dios se hizo hombre “por nosotros los hombres y para nuestra redención”. Es decir, la finalidad de la encarnación divina no es la autocomplacencia o el gozo de Dios, sino la redención del hombre y de los hombres de todos los tiempos. También en el momento de la creación Dios compartió con el hombre creado la gloria eterna de la que El ya gozaba desde siempre. No se guardó la gloria para sí, sino que la compartió con la criatura que “engendró” con sus propias manos y por su libérrima decisión, y que en virtud de ello el ser humano resulta ser para siempre imagen y semejanza de Dios, razón por la cual está destinado a gobernar el mundo en nombre de Dios y a crear vida: “Sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla” (Gn 1, 27). En este sentido, en Adviento y en Navidad se pone de manifiesto en última instancia la consumación del designio creador de Dios, para recrear la creación original, devolviendo al hombre y al mundo la condición originaria herida por el pecado original, pero redimida por el “anonadamiento” y la “humillación” divinos. 2. Gobernar el mundo en nombre de Dios constituye uno de los elementos que asemejan al hombre con el Todopoderoso. Esta supone una relación de dominio sobre las cosas creadas, mediante el conocimiento y el trabajo, y una relación horizontal del hombre con sus semejantes, en la que la Justicia social constituye uno de los valores fundamentales de la organización del hombre con los otros hombres, como comunidad. En el actual contexto histórico, esta Justicia social está profundamente dañada en el mundo, a causa de la brutal concentración de la riqueza que ha llevado a cabo una ultraminoritaria plutocracia financiera, de tal modo que 35 millones de personas en el mundo (el 0,7% de la población mundial) tiene en sus manos 116 billones de dólares (el 44% de la riqueza mundial). En el rango inferior, que 3.282 millones de personas en el mundo (el 69,8% de la población mundial) tiene en sus manos 7, 6 billones de dólares (el 2,9% de la riqueza mundial)[3]. Celebrar el Adviento y la Navidad, la encarnación de Dios, significa comprometerse en la lucha por la instauración de la Justicia social en el mundo, para restaurar el sentido originario de la creación. 3. Según datos de organizaciones proabortistas y de la Organización Mundial de la Salud, se matan en el vientre materno más de 43 millones de niños antes de nacer, 27 millones de esas muertes son efectuadas en forma “legal”[4]. Pero aunque estos asesinatos sean “legales”, el dato no deja de ser escalofriante, ya que muestra que el mundo “civilizado” y tecnocrático está asentado y organizado sobre el genocidio de millones de seres humanos inocentes e indefensos que nunca verán la luz. Es decir, la “civilización de la era tecnotrónica” nada sobre un mar de sangre humana.
En uno de nuestros anteriores artículos hemos demostrado[5] quienes y por qué han impulsado desde hace algunas décadas, en un proyecto diseñado al detalle y a largo plazo, este holocausto demográfico: la ultra-minoritaria plutocracia internacional de raíz angloamericana, que están llevando a cabo lo que el papa Pío XI definió en forma precisa como “imperialismo internacional del dinero”. Frente a este ataque contra la vida humana, celebrar la venida del Hijo de Dios significa asumir el compromiso de resistir de todas las maneras posibles esta abominable guerra contra los niños por nacer, quienes son masacrados impiadosamente para que los ricos del mundo puedan disfrutar “en paz” de las riquezas que en la mayoría de los casos se han apropiado en forma rapaz y predadora, la mayoría de las veces mediante guerras, corrupciones y violencias de todo tipo. Bien podemos concluir entonces diciendo que prepararnos para la Navidad del Señor nos lleva a la adoración contemplativa, sumergiéndonos en el acto de amor de Dios que viene a nosotros para nuestra redención, y por otro lado nos lleva inevitablemente a cuidar, proteger y acrecentar la creación divina, a través de la evangelización de las culturas y del compromiso político. Como nos ha enseñado magistralmente san Juan Pablo II[6], el Adviento/Navidad de Jesucristo nos obliga a todos los fieles laicos creyentes a asumir un compromiso político fiel al mandato evangélico. Escuchar/celebrar a Jesucristo nos convoca a trabajar en la viña del Señor, que es el mundo entero. Jesucristo mismo nos convoca ser “sal de la tierra y luz del mundo”, es decir, signo de la alianza de Dios con los hombres y presencia luminosa que guía a los demás hacia Dios. En este sentido, el compromiso político de los fieles laicos es esencial e irrenunciable para la labor misionera y evangelizadora: “Para animar cristianamente el orden temporal […] de ningún modo los fieles laicos pueden abdicar de la participación en la ‘política’”, es decir, de la multiforme acción “destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común”[7]. Respecto a la evangelización de las culturas, san Juan Pablo II nos ha enseñado que “una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida”[8]. Parafraseándolo, podemos afirmar que la celebración del Adviento y de la Navidad del Hijo de Dios que no se compromete políticamente con la defensa de la creación y de la promoción de la justicia es una fe trunca, una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada y no fielmente vivida. [1] Joseph Ratzinger, El rostro de Dios, Ediciones Sígueme, Salamanca 1983, p. 22. [2] Juan Pablo II, Tertio millenio adveniente, n. 9. [3] Credit Suisse, Global Wealth Report 2014, p. 24. [4] 45 millones de abortos en el año 1995, 43,8 millones en el año 2008, según el Guttmacher Institute, Hechos sobre el Aborto inducido en el Mundo, Enero 2012. [5] En http://infovaticana.com/quarracino/2014/10/09/geopolitica-del-aborto-el-grupo-rockefeller-el-herodes-contemporaneo/ [6] Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal Christifidelis laici (1989). [7] Ibidem, n. 42. [8] Juan Pablo II, Carta autógrafa sobre la fundación del Pontificio Consejo para la Cultura, 1982.
Adviento, Justicia Social y Militancia Pro-vida

| 13 diciembre, 2014