Álvaro Berrocal Sarnelli No es exactamente nuevo, pero parece que ha vuelto para quedarse. Se ha utilizado profusamente en España en sentido peyorativo, casi desde el Siglo de Oro: “ese es un maestrillo” o “es usted un Maestro Liendres… que de todo sabe y de nada entiende”. Se ha instalado la visión de que es una profesión fácil, sobrerremunerada y con demasiadas vacaciones (señores, esto último es lo que la hace especialmente sospechosa… El gusto por el ocio es de malas gentes) Los yankees tienen su propio modo de verlo: “el que sabe hacer algo, lo hace. El que no, enseña” En los últimos tiempos hemos visto cómo esta percepción sociológica del enseñante se ha trasladado a la política española. Se critica a un candidato, no por inadecuado o por falto de honradez si no ,sí señores, por ser profesor universitario. Porque, desde su punto de vista, no produce. Es la antítesis del político fiable, el que ha fundado, levantado (y, en la mayoría de los casos hundido) un buen número de empresas. El profesor, y especialmente el profesor universitario es, pues, una clase pasiva. Un chupóptero, que da tres clases a la semana y se rasca la barriga. Esta percepción de la profesión no sería preocupante en un país como el nuestro si no fuera por lo que esconde detrás, por su antítesis. El profesor es sospechoso, porque no produce, y el empresario, confiable, porque genera empleo. Leyendo y oyendo estas afirmaciones me vino a la cabeza un hermoso epíteto que utiliza G.K. Chesterton en uno de los ensayos de La utopía capitalista (Palabra, 2013). Chesterton se refiere a este fenómeno como “la extraña poesía de la plutocracia que impera en la gente por encima de sus propios sentidos”. Señala que en los cuentos tradicionales, tanto los ogros como los reyes malvados, suelen ser a su vez, magos. Con la audacia que le caracteriza, explica que en todo ejercicio del poder hay un componente espiritual, fascinante. Para Chesterton uno de los grandes engaños de las sociedades capitalistas ha sido el de asociar la idea de lo grande con la idea de lo práctico. Lo enorme, lo poderoso, resulta encantador e inmediatamente es asociado en las mentes de los clientes como próspero. No obstante, es fundamental definir cuál es la idea de prosperidad que queremos transmitir; si se trata de una prosperidad que se atiene a las leyes de la naturaleza o bien, de una prosperidad hueca, construida sobre la deuda. La lectura que el británico hace sobre la doctrina social de la Iglesia no consideraría formal y eficaz un sistema que crece artificialmente sostenido por la deuda. Nadie, dice, consideraría razonable que una familia se gestionara como lo hacen las grandes corporaciones y estados, pues esta idolatría de lo enorme y lo elaborado no se encuentra en las estructuras sociales naturales. Los grandes comercios y las grandes estructuras de poder son, en general, excepcionalmente incompetentes y en palabras del autor, “lo serán aún más cuando sean omnipotentes […] ese es el argumento antiguo y sensato contra el monopolio. Necesitan ser omnipotentes porque son incompetentes. Cuando una tienda grande ocupa todo un lado de la calle, lo hace para que los hombres no puedan conseguir lo que quieran y puedan ser obligados a comprar lo que no quieren. El reino del Capitalismo, que tan rápido llega, arruinará el arte y las letras.” Así, arruinado el arte y las letras, y con lo grande, lo monstruoso, lo oligopólico cuaja como ejemplo de triunfo de seriedad y de eficacia. Un profesor universitario, no es nada. Mejor, señor, vote a un empresario.
«Sólo son unos profesores universitarios…»

| 18 febrero, 2015
No es por nada, pero este “si no” debería ir junto:
“Se critica a un candidato, no por inadecuado o por falto de honradez SI NO , sí señores, por ser profesor universitario.”
O sea,
“Se critica a un candidato, no por inadecuado o por falto de honradez sino , sí señores, por ser profesor universitario.”