Creo necesario divulgar la conexión histórica entre fascismo y socialdemocracia, ahora que numerosos católicos son calificados de «fascistas» por rezar el rosario frente a las sedes del PSOE. En defensa de esos hermanos escribo este artículo, como homenaje a su indómita libertad.
La socialdemocracia ha tenido desde su origen un problema con el fascismo. Está obsesionado con él. El socialdemócrata llama «fascista» a cualquiera que se opone a sus planteamientos. Como el meme que circula en X: «No es que cada vez haya más fachas. Es que cada vez llamáis fachas a más gente».
La razón por la que la socialdemocracia llama «fascista» a todo quisqui es un caso de mala conciencia. Porque el fascismo tiene su origen precisamente en la socialdemocracia. La socialdemocracia tiene la conciencia sucia y quiere desviar la atención sobre este hecho que le avergüenza. Es una de las grandes vergüenzas de la historia. Y hay que sacarla a relucir: la socialdemocracia originó el fascismo en su seno. La socialdemocracia es la madre del fascismo. Esta tesis la han sostenido autores tan dispares como José Stalin o Karl Polanyi.
La teoría del «socialfascismo» de Stalin reza así: la socialdemocracia es el fascismo en su estadio primero. La socialdemocracia tiende a apropiarse de las instituciones políticas para controlar toda la sociedad civil. Es un totalitarismo in nuce. El término siguió la práctica de Lenin a la hora de acuñar términos para referirse a sus enemigos. Así, para Ulianov, el término «socialchovinista» significaba «socialista de nombre, chovinismo de hecho». El socialfascismo por tanto significaría «socialismo de nombre, fascismo de hecho». Es por tanto un término crítico en la medida en que pretende caracterizar a los partidos socialdemócratas más allá de la propaganda que ellos ofrecen.
La esencia protofascista de la socialdemocracia se manifestó por vez primera en la República de Weimar. Durante la represión del partido socialdemócrata alemán (SPD) contra los obreros en la Revuelta Espartaquista de 1919. Esta fue sofocada con la intervención del ejército y la actuación de los Freikorps (paramilitares reclutados por el gobierno socialista), en colaboración con el sector mayoritario del partido socialdemócrata. Cientos de personas, entre ellas Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, fueron encarceladas, torturadas y asesinadas por estos grupos, auspiciados por el partido socialdemócrata alemán. El líder socialdemócrata Friedrich Ebert fue quien movilizó estas milicias nacionalistas que actuaban como escuadrones de la muerte. Los socialdemócratas golpearon así a miles de obreros y asesinaron a cientos.
El partido nacionalsocialista de Adolf Hitler (NSPD) absorbió los elementos más jóvenes de esas milicias y las transformó en sus «camisas pardas» (SA). De SPD a NSPD vale consecuentia, digamos. Ernst Röhm, jefe de las SA, militó en los Freikorps. Como cualquier partido socialista Hitler se adueña de la democracia, imponiendo su control totalitario sobre ella, perfeccionando el modus operandi de la socialdemocracia precedente. Hitler era un socialdemócrata con mano dura, por así decirlo. Benito Mussolini era socialista y director del periódico del partido socialista italiano «Avanti!» Da igual si hablamos de Freicorps, escuadristas, escracheros o milicias bolivarianas. De aquellos polvos proceden estos lodos. Desde este punto de vista histórico el fascismo no sería más que una socialdemocracia extrema. Para los menos indulgentes, la socialdemocracia es sólo un socialfascismo, un fascismo en pañales o mantenido a raya.
Esta mala conciencia de la socialdemocracia es la que le hace renegar de su pasado. Tiene que acusar a todos sus adversarios de fascista, para que nadie repare en su parentesco con el fascismo (o socialfascismo). En ocasiones la socialdemocracia trata de lavar su pecado sovietizándose (como el PSOE de Largo Caballero) o por el contrario renunciando al marxismo («La traición de Suresnes») no distinguiéndose entonces de un partido liberal al uso, capitalista y de derechas. Hará lo que sea necesario con tal de ocultar su mugre bajo la alfombra.
Si Deleuze o alguno de estos posmodernos tuvieran narices, tirarían de su habitual desparpajo para decir: la socialdemocracia es el padre edípico del fascismo. Pero no tienen narices, porque estos «intelectuales progres» son socialdemócratas o se benefician de la socialdemocracia como intelectuales orgánicos suyos. La crítica crítica de la crítica olvida criticar su propia crítica, como nos enseñó Marx.
En términos freudianos, la democracia es la madre y la socialdemocracia el padre que impide el incesto de ese hijo suyo que ha engendrado: el fascismo. El fascismo es un perverso polimorfo que quiere lo mismo que su progenitor: beneficiarse a la parienta.
Pero el socialdemócrata olvida que su hijo el fascismo ha salido clavadito a él. El fascismo sólo imita a su padre y desea hacer lo que le ha visto hacer con la democracia: controlarla en exclusiva. El fascismo es sólo su versión mejorada. Ha heredado de su padre el ADN totalitario y su perfil agresivo de escala F. El hijo está convencido de que puede hacer con su madre lo mismo que su padre pero mejor y dejándola más satisfecha.
Que el lector feminista (de tercera ola) o elegetebeico extraiga el resto de consecuencias de esta analogía deconstructiva, y la modifique a su gusto como complejo de Electra o como complejo anti-cisgénero, o como le plazca.
Y que luego siga siendo socialdemócrata si le da la gana, o «salga del armario socialfascista» o convoque un día del «orgullo socialfascista».
Lo que sería más soportable que la ridícula hipocresía de llamar «fascista» a diestro y siniestro, sin llegar a mirarse en el espejo de la historia, pasada y presente.
A los hechos me remito.
Por Desiderio Parrilla Martínez