No hay dos personas iguales. Todos somos harto diferentes: en pinta, talla, edad, peso… A cada uno nos gustan cosas muy diversas: nos comportamos de modos muy distintos. Pero hay cuestiones que son objetivamente malas y rechazables, siempre y para todos, como destruir molestar, ofender… ‘Perfecto’, no hay ninguno: todos tenemos defectos. Ahora bien: hay dos tipos de personas:
- los que conocen sus deficiencias: saben en qué fallan, en qué molestan y en qué son desagradables. Saberlo, es ya un gran paso: sólo les falta esforzarse por cambiarlo.
- los que ignoran sus vicios: piensan que son prácticamente inmejorables, ¡son muchísimo mejores que los demás! Van de perdonavidas. Son muy creídos.
Le dice un hombre ebrio a una mujer: “¡Fea¡” Ella responde: “¡Borracho!” Contesta el beodo: “Sí, ¡pero a mí mañana se me pasa!” (Error: mañana, se volverá a pillar otro pedo de órdago). Conocer en qué fallamos, es fundamental, cierto. Pero no basta con eso sólo. Todos hemos oído ya mil veces advertirnos nuestros errores y decirnos qué es lo que hacemos mal. –Además de saber en qué fallamos, ¡hay que esforzarse en corregirlo! ¡Cambiar, o al menos intentarlo!
- Hay gente que pide perdón cuando incordia, o te molesta, o hace algo que te fastidia. Intenta deshacer el daño causado, porque quiere repararlo, remediarlo: Intenta mejorar.
- Pero otros no se disculpan jamás, y prácticamente esperan que tú les des las gracias por fastidiarte, con su genial ocurrencia, harto desagradable. Se empecinan en no vencerse.
Ponen excusas: “Es que yo soy así”, “Es mi carácter”, “Es mi forma de ser” o es que “Así somos los de mi pueblo”. –¡Pues civilízate un poco antes de salir de tu pueblo! Piensa antes un poco, hombre, a ver si al resto les gusta o les fastidia. Con cierta edad, ya se es suficientemente mayorcito para reformarse algo, y para haber aprendido a comportarse sin herir ni molestar. En el fondo, el afán por corregirse, es consecuencia de saber ser humilde y sencillo. Los que son engreídos y ególatras, está felices y autosatisfechos consigo mismos… ¡hasta enamorados de sus propios defectos! ¿Son defectos suyos? Pues entonces, ¡necesariamente son magníficos! Quien no lucha por superar sus fallos de carácter, por vencer sus defectos, por mejorar en sus roces en la convivencia, se convierte en un insoportable tocanarices, inaguantable e insufrible. Y como nadie vive aislado… al final, la gente se acerca a ti o te rehúye, te rechaza o te busca, según cómo tú te comportes, según el agrado o el disgusto que tú les provoques al tratarles. – Consejo para cambiar nuestros defectos: 1. Enterarnos. Preguntar a los que nos quieren y bien conocen, en qué nosotros les molestamos. 2. Conocernos. Descubrir en qué fallamos y por qué, y ponerlo en una lista donde poder verlo. 3. Examinarnos. Ver un día nuestro habitual, para descubrir dónde fastidiamos al resto. 4. Esforzarnos. Proponernos, a diario, metas concretas para mejorar nuestro carácter: sonreír… 5. Vigilarnos. Llevar un control: ver si realmente mejoramos, o empeoramos. Si ganamos nuevos amigos, o perdemos los anteriores. Si viene gente a vernos, o si no nos buscan ni por error. 6. Auto criticarnos. No perdonarnos ni una sola: pedir siempre perdón, rectificar, reparar… 7. “Juventud” es vida y agilidad, avance y crecimiento: ansia de crecer y afán de progresar. El “Viejo” no admite educación = anquilosado y petrificado, agarrotado y con arterosclerosis (endurecimiento de las arterias), incapaz de cambiar sus visión anticuada, trasnochada y caducada. –Tú, en cambio, mejora siempre, que nada te frene nunca ¡sin parar! ¡Sé siempre joven!