Mientras se reconocen nuevos derechos a la persona, no siempre se protege la vida, como un valor primario, y como el derecho básico de todos los hombres. Hay un peligro: que pierda el médico su identidad, como siervo de la vida, al servicio de la vida. El objetivo final del médico es siempre la defensa y la promoción de la vida.
‘La apertura a la vida, está en el centro del verdadero desarrollo. No hay verdadero desarrollo, sin esta apertura a la vida’. Si se pierde la sensibilidad personal y social para acoger una nueva vida, otras formas de acogida, también provechosas, se marchitan. ‘La acogida de la vida forja las energías morales, pues capacita para la ayuda recíproca’.
Deshumanizados: Mentalidad consumista y materialista. Hoy hay una mentalidad generalizada de búsqueda de beneficios: la ‘cultura de los residuos’. Eso ahora esclaviza los corazones y las mentes de muchos. Pero tiene un precio de pago muy alto: requiere eliminar seres humanos, sobre todo si son físicamente y socialmente más débiles.
Nuestra respuesta a esta mentalidad es un «sí» decidido, sin vacilar, a la vida. “El primer derecho de la persona humana es su vida. También tiene otros bienes (algunos de ellos son más preciosos), pero la vida es la condición fundamental para todos los demás” (Declaración sobre el Aborto, 18/11/1974).
Las cosas tienen un precio y se venden, pero la gente tiene dignidad, que es un valor mucho mayor que el de las cosas, y no existe dinero que lo pueda pagar.
Muchas veces nos encontramos en situaciones en las que vemos lo que cuesta menos es la vida, especialmente a los más indefensos, es decir, los discapacitados, los enfermos, los niños no nacidos, los niños, los ancianos, que es la vida más indefensos.
En la fragilidad humana se invita a cada uno a reconocer el rostro de Dios, que en su carne humana ha experimentado la indiferencia y la soledad, que a menudo condena a los más pobres, tanto en los países en vías de desarrollo, como en sociedades opulentas.
Cada niño no nacido, pero injustamente condenado a ser abortado, tiene el rostro de Jesucristo, el rostro de Dios, que antes de que él naciera, y luego recién nacido, tiene el rechazo experimentado en el mundo. Y cada persona mayor –ya he hablado sobre el niño: vayamos a los ancianos, otro punto-, todos los ancianos, enfermos, incluso al final de sus días… lleva el rostro de Cristo. ¡No se pueden desechar, con la ‘cultura del derroche’! ¡No se les puede descartar!
Debemos cuidar la vida humana en su fase inicial, en todas sus fases y en cualquier edad, como algo sagrado y siempre de calidad. Y no por una cuestión de fe -no, no- ¡sino por la razón, por un discurso de la ciencia!
Ninguna vida humana tiene más importancia que otra, ya que hay una vida humana cualitativamente más importante que otra. La credibilidad de un sistema de atención de la salud, se mide no sólo la eficiencia, sino también por la atención y el amor hacia las personas, cuya vida es siempre sagrada e inviolable.