PUBLICIDAD

El tesoro de Sierra Madre

|

El 14 de enero de 1957, nos dejaba para siempre el gran intérprete Humphrey Bogart. Los cinéfilos de todo el mundo habrán conmemorado este triste aniversario mediante la recuperación de alguno de sus títulos más conocidos, como El halcón maltés (John Huston, 1941), Casablanca (Michael Curtiz, 1942) y La reina de África (John Huston, 1951). Sin embargo, también fue protagonista de otros largometrajes que hoy han sido olvidados, pero que se sitúan en el mismo nivel de calidad que aquellos, como son, por ejemplo, Llamad a cualquier puerta (Nicholas Ray, 1949) y Horas desesperadas (William Wyler, 1955).

 

Por mi parte, he recuperado una película que podría ubicarse entre ambos grupos: El tesoro de Sierra Madre (John Huston, 1948). En efecto, se trata de un título protagonizado por Bogart muy conocido, pero que, a la vez, se aleja del estereotipo que él mismo mostró a lo largo de su filmografía. De esta manera, mientras que en los primeros nos acostumbró a una imagen de galán misterioso, en los segundos rompió con ella, principalmente en la obra de Wyler y en la que hoy nos ocupa.

 

 

 

Nos encontramos en el año 1925. Humphrey Bogart es un vagabundo exiliado en México que anhela desesperadamente un trabajo con el que ganarse la vida. Pese a que la suerte no parezca acompañarlo, cierto día conoce a Walter Huston, que afirma conocer la ubicación de un tesoro. Ni corto ni perezoso, pues, se alía con él y con Tim Holt para encontrarlo y, de este modo, enriquecerse. Pero la camaradería que los une al principio se irá truncando a medida que vayan excavando dicho tesoro, y los irá convirtiendo en unos enemigos desconfiados.

 

Como hemos dicho, se trata de un film atípico en la carrera del conocido actor, ya que lo aparta de la imagen de galán que él mismo había forjado. Además, aquí elabora un interesante papel que profundiza en el camino que recorre el hombre hacia la maldad. Con este propósito, acomete al personaje desde dos ángulos: en primer lugar, el que se corresponde con la primera mitad de la cinta, es decir, aquel en el que lo vemos necesitado de una dignidad que parece haber perdido; en segundo lugar, el que se desarrolla en su siguiente tramo, es decir, el que describe su sometimiento al dinero. De este modo, pasa de ser un hombre generoso y entrañable a convertirse en un ser avaricioso y desconfiado.

 

 

 

Podemos ver, por tanto, que se trata de una metáfora intemporal. Ciertamente, el dinero como causa de corrupción siempre ha formado parte del interés humano. El mismísimo Señor ya advierte acerca de él en el Evangelio, donde asegura que el respeto a este y el que se le debe a Dios son incompatibles. Por eso, aunque se desarrolle a principios del siglo pasado, puede ser vista en cualquier momento de la historia, ya que siempre hallaremos en ella un paralelismo con nuestra propia experiencia.

 

Como sacerdote, de hecho, he tenido la oportunidad de atender a personas que han sufrido lo indecible a causa del dinero. Pero, sin ir más lejos, es probable que muchos de los lectores hayan padecido sus mismas consecuencias: familias que se rompen por una herencia mal repartida, amistades que desaparecen para siempre y un largo etcétera que no cabría en este espacio. Por eso, la figura de un Bogart que se va convirtiendo en avaro y desconfiado no está lejos de la realidad que vivimos cada día.

 

A mi juicio, se trata de un film excepcional que merece ser visto en este año en el que cumplimos seis décadas sin Humphrey Bogart. En él, descubriremos una faceta atípica en la carrera del actor y hallaremos una acuciante alegoría de la esclavitud monetaria que siempre nos acecha. Por este motivo, su plano final siempre quedará impreso en la memoria del espectador: el cardo que, como una tácita advertencia, asoma por la boca del saco de oro…

 

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *