«Perseguido»: el control de la población mediante la televisión

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Sin duda, resulta sorprendente ver cómo a veces las películas de ciencia ficción han acertado en sus diferentes profecías acerca del futuro. En ocasiones, no se trata de haber recreado con exactitud un ambiente general determinado, sino en haber sido certeras a la hora de proponer pequeños detalles que se han convertido en realidad. Por ejemplo, en el pasado año 2001 no vivimos la conquista del espacio ni el nacimiento de una nueva humanidad (ese famoso, inquietante y discutido feto del plano final), como nos proponía la cinta homónima de Stanley Kubrick, ni en 2015 vimos las autopistas de coches aéreos que nos mostraba Regreso al futuro II (Robert Zemeckis, 1989); pero hoy en día vemos que ha triunfado el transhumanismo sobre el que nos advertían Gattaca (Andrew Niccol, 1997) y La isla (Michael Bay, 2005), que, sin embargo, era una suerte de macguffin que servía para desarrollar el entramado principal de ambas cintas.

 

La película que hoy traemos a colación, Perseguido (Paul Michael Glaser, 1987), bien podría situarse dentro del segundo grupo de vaticinios que nos ha legado la ciencia ficción cinematográfica. En efecto, pese a que esté ambientada en el presente año 2017, lo cierto es que el marco estético que nos ofrece difiere notablemente del que ven nuestros ojos; así, es más parecido a la distopía urbanística de Blade Runner (Ridley Scott, 1982) que a la realidad que podemos comprobar en nuestro día a día. No obstante, propone varios detalles argumentales que pueden ser desapercibidos por el espectador si este le otorga mayor interés a la acción del film que a su provechosa sinopsis: control de la población mediante el poder mediático, cultura del ocio fundamentada en los reality shows y, sobre todo, divulgación de la mentira a través del televisor. Para comprenderlo mejor, veamos el prólogo con el que comienza este magnífico largometraje protagonizado por Arnold Schwarzenegger.

 

 

 

«En el año 2017, la economía mundial se ha colapsado. Escasean la comida, los recursos naturales y el petróleo. Un estado policial dividido en zonas paramilitares impone su ley con mano de hierro. La televisión es controlada por el Estado, y un sádico concurso llamado Perseguido se ha convertido en el programa más popular de la historia. Las artes y los medios de comunicación están censurados. Aunque no se permiten disensiones, un pequeño movimiento de resistencia ha conseguido sobrevivir en la clandestinidad. Cuando los gladiadores de alta tecnología no bastan para sofocar las ansias de libertad del pueblo, se imponen métodos más directos«. Probablemente, el autor de esta última frase haya querido recurrir a la ironía para su advertencia sobre el futuro que nos espera, ya que, si de algo nos alerta el film, es de las noticias capciosas y subliminales mediante las que nos controlarán los respectivos Gobiernos de nuestras naciones (en la película, un Gobierno dictatorial universal).

 

Ciertamente, ya desde sus primeros compases, podemos conocer las intenciones del film en este sentido: Schwarzenegger es un militar rudo, pero bonachón, que se niega a cumplir unas órdenes injustas, es decir, tirotear a una masa enfervorecida y desarmada que clama por un plato de comida. Este desacato lo conduce a prisión, de la que solo conseguirá redimirse si participa en el programa televisivo citado, donde los participantes deberán huir de un grupo de sangrientos perseguidores. Allí descubrirá que su historia ha sido tergiversada por los mass media, ya que estos, a pesar de haber salvado a aquel grupo de manifestantes, lo presentan como un vil asesino que quería acabar con ellos mediante el uso de las armas; para más inri, los citados medios han alterado las imágenes del momento y las han mezclado con otras de su propia elaboración, de manera que el mismo pueblo al que quería salvar el bueno de Arnold ve ahora a este como un cruento criminal, por lo que opina que su mejor destino es la muerte.

 

Como vemos, lo que plantea la película es que, a través de los medios de comunicación, especialmente de la televisión, un héroe puede ser convertido en enemigo del pueblo, mientras que un enemigo del pueblo puede ser convertido en su héroe. ¿Le suena al lector esta falacia?, ¿cree que está lejos de la realidad que vivimos? A bote pronto, se me ocurren dos ejemplos de sorprendente calado que demuestran la actualidad del hecho: por un lado, el que nos ofrece el famoso Che Guevara, cuya efigie se ha convertido en un icono popular hasta en el colectivo LGTBI, pese a que matara con sus propias manos a decenas de homosexuales por el simple hecho de serlo (aquí); por el otro, el que nos propone Arnaldo Otegi, que hoy es presentado como un símbolo de paz y diálogo en el proceso secesionista de Cataluña respecto de España, a pesar de su pertenencia a la banda terrorista ETA, que no se ha caracterizado por ninguna de las dos cosas en sus más de cincuenta años de historia (aquí). Pero, si analizamos mejor el hecho, nos tropezamos hoy con dos casos de flagrante manipulación social: el gobierno de Trump en Estados Unidos y la citada secesión catalana.

 

 

 

Respecto del gobierno de Trump, ya dediqué un artículo en este mismo blog: Están vivos (aquí).  En él, y a raíz de la homónima cinta del gran John Carpenter, intentaba demostrar cómo los medios de comunicación mundiales, en el marco de las elecciones norteamericanas, procuraron el constante beneplácito de la candidata demócrata, Hillary Clinton, y la debacle electoral de aquel; para ello, no vacilaron en inventar los logros de la primera y en deplorar los del segundo. Tan acertada fue esta campaña mediática que todo el mundo pareció convencerse de que Trump acarrearía a la humanidad su propia destrucción, mientras que Clinton conduciría a esta un estado de tolerancia y perfección nunca visto (una vez más, el feto final de 2001. Una odisea del espacio); sin embargo, y como afirmaba en dicho artículo, los americanos demostraron que todavía no ceden a las imposiciones ideológicas provenientes de la televisión, sino que aún pesan dentro de ellos sus propias convicciones, por lo que, como el título de aquel film, se puede decir que están vivos.

 

Pero ¿qué podemos decir en cuanto a la independencia de Cataluña? Sin lugar a dudas, estos meses hemos asistido a una verdadera guerra mediática de buenos y malos cuyo campo de batalla ha sido el telespectador. En efecto, desde que comenzó el pretendido proceso de escisión respecto de España, y con el propósito de ganar adeptos para la causa, la persona que encendiera su televisor a la hora del noticiario podía contemplar las brutales imágenes de la Policía Nacional golpeando a la población, irrumpiendo violentamente en los colegios electorales, o cebándose sin piedad en mujeres, ancianos y niños; sin embargo, y a medida que avanzaban los días, esa misma persona podía constatar que la mayor parte de dichas imágenes (tal vez todas) eran falsas: así, las famosas palizas policiales se correspondían con otros hechos acontecidos en otros momentos (alguno de ellos, incluso protagonizado por los mismísimos mossos d´esquadra); la violencia en los colegios electorales era instigada por los independentistas y no por la Policía Nacional, que hasta se tenía que refugiar de los asaltos de aquellos; la mujer a la que le habían roto los dedos estaba fingiendo; la anciana que acusaba a los agentes de haberla tirado por la escalera, realmente se había caído sola por ella unos minutos antes, y el niño al que la policía quería pegar estaba siendo usado en verdad como escudo humano por su padre (para más información, pincha aquí). Estas flagrantes mentiras alcanzaron tal paroxismo que, una vez descubiertas, los media de todo el mundo tuvieron que pedir perdón por haberlas creído y divulgado (aquí).

 

Sin embargo, y a pesar de este estropicio, los medios de comunicación catalanes han persistido en su particular guerra mediática, intentando imponer al televidente su propio concepto de buenos y malos, con el fin de obtener la victoria respecto de España. Para ello, incluso han recurrido a la influencia que la televisión ejerce sobre los niños; de esta manera, y en un programa dedicado al público infantil, ha promovido la idea de denominar «presos políticos» a los impulsores del independentismo de Cataluña, como si fueran mártires de un proceso secesionista legal y justo (aquí). Así pues, ¿no estamos viviendo el mismo panorama social y mediático que nos propone la cinta Perseguido? Imaginemos a esos niños dentro de unos años: ¿no creerán a pie juntillas lo que ese programa infantil les ha dictado y pensarán, consecuentemente, que España es un enemigo a batir, como los telespectadores del film creían del sufrido Arnold Schwarzenegger? En el largometraje, Richard Dawson, presentador del reality show homónimo afirmaba que llevaban muchos años diciéndole a la gente a quién tenían que odiar y a quién tenían que adorar: ¿no es lo mismo que están haciendo con nosotros respecto de la política de Trump (pese a que nos digan que está elaborando leyes racistas, homófobas y machistas… aún no hemos visto ninguna), a la presunta secesión de Cataluña y a tantas otras cosas? Lamentablemente, sí.

 

 

 

Por suerte, si la película acertó en cuanto a este control mediático sobre la población mundial, también lo hizo respecto de aquellos que desean vivir al margen de él. Ciertamente, vemos en el film que existe un numeroso grupo de personas que se ha reunido en torno a este ideal, de manera que son los rebeldes de la función, cuyo único objetivo consiste en derrocar los mass media y en evidenciar así la verdad informativa. Por supuesto, el rebelde de hoy es aquel que no da credibilidad a las llamadas fake news o que pone en tela de juicio cualquier tendencia universal que nazca de los medios de comunicación; en este caso, los votantes de Trump (si han acertado en su decisión o no, es cosa de ellos) y los miles de catalanes que salen a las calles para reivindicar la unidad de España: unos y otros demuestran que no se someten al pensamiento único dictado por la televisión, es decir, que son libres.

 

Como decía al principio del texto, tal vez Perseguido no acierte plenamente en su presentación ambiental del futuro, que es nuestro presente; sin embargo, atina a la hora de denunciar ese control mediático que aquí hemos analizado, pues es posible que en los años ochenta, fecha de estreno del film, ya hubiera dado sus primeros pasos. A mi juicio, uno debe de estar alerta respecto de cualquier información que le llegue, puesto que puede formar parte de ese intrincado entramado que pretende inculcarnos el concepto de buenos y malos que interese en cada momento; debe tener criterio propio y contrastar las noticias, puesto que, sin saberlo, puede caer irremediablemente en el grupo de personas que repite lo que la televisión le sugiere. De esta manera, y por el contrario, se sumará al grupo de rebeldes que pretende ser libre y que, pese a la insistencia de los medios, procurará vivir conforme a la verdad.

 

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