La gran noticia judicial de estos días que parecen preapocalipticos (pues incluso se nos anuncia la posibilidad de un viaje del papa a Rusia), la focalizamos en EEUU, y no precisamente por una resolución firme emitida por su más alto Tribunal Federal, sino por un mero borrador de una decisión que, en principio, tendría que dictarse públicamente a fines de junio. Se trata, como todos ya conocen, de la filtración de una sentencia que revocaría el derecho actual de las mujeres gestantes a triturar o a envenenar al ser humano que llevan en su vientre; criminal derecho (valga el oxímoron) que está vigente en los EEUU (y por extensión en toda la Europa, antes cristiana) desde la década de los setenta del pasado siglo.
Dicho documento manifiesta con total claridad lo siguiente:
«Consideramos que (las Sentencias Roe y Casey) deben ser anuladas. La Constitución no hace ninguna referencia al aborto, y tal derecho no está protegido implícitamente en ninguna previsión constitucional».
En resumidas cuentas, el aborto deja de ser un derecho.
Una noticia tan luminosa para la causa del bien, se ha recibido mayoritariamente en nuestras sociedades con el rostro indignado de quien se cree objeto de una brutal injusticia. Protestan las televisiones, las radios, los periódicos (en internet o en papel); braman los progres, las feministas, los ateos, los católicos mundanos (es decir, casi todo el mundo). Sólo escasísimos medios de comunicación -generalmente de ámbito específicamente cristiano- han mostrado su alegría por lo que acertadamente se considera como una seria esperanza de acabar (o, al menos, restringir severamente) con el que -a mi juicio y al de algunos otros- es el mayor crimen perpetrado en la historia de humanidad desde los inicios del pecado del hombre. Sorprendentemente, Roma -que podría pedir a todas las Iglesias del mundo la celebración simultánea de un Te Deum por tan maravillosa noticia- se calla, aunque probablemente lo haga por su alabada prudencia, pues hablamos de un mero trabajo preliminar, y es cierto que no debemos vender la piel del oso antes de cazarlo. Confío, por tanto, en que repiquen universalmente las campanas si en junio se confirma, con una resolución firme, ese mero borrador.
Son tres las consideraciones que me suscita esta magnífica noticia. La primera ya la he apuntado, y es la práctica unanimidad de los grandes medios de masas en criticarla con dureza extrema; poco o más o menos, como si ese borrador pretendiera que hay que volver a los tiempos de la segregación racial en los EEUU. La insistencia con la que se presenta esa filtración como una restricción de derechos fundamentales, demuestra el grado de abyección (moral pero sobre todo intelectual) al que se ha llegado desde nuestro civilizado mundo occidental. El aborto es, en su más pura esencia, la entronización del poder absoluto (hasta matar cruelmente) del fuerte sobre el débil, es decir, la mayor injusticia que la conciencia de la humanidad ha reconocido desde siempre, el antiderecho y el mal por excelencia. La comparación con los genocidios perpetrados el pasado (fundamentados en la mayor fuerza de unas naciones o razas sobre las demás), aunque se usa con exceso y a veces con poca precisión, no deja de tener cierta verdad. Todo se activa al deshumanizar a la víctima, al ser humano (eso es también el feto) despojado de su elemental dignidad como miembro de la especie humana, y que va a ser sacrificado en el altar de un Moloc llamado «progreso». Y lo más terrible es que la gran mayoría de occidentales ha aceptado tan monstruoso y homicida error, aunque jamás les pasara por mientes cometer un aborto. Pero el Libro de los Proverbios (17,5), no sólo considera abominable al que hace un acto injusto (como el aborto), sino también al que lo justifica:
«El que justifica al impío, y el que condena al justo, ambos son igualmente abominación al Señor».
Y también me gustaría recordar a estos que omiten el juicio condenatorio sobre el aborto (muchos de los cuales son bautizados), la dureza de la Biblia contra ese tipo de prácticas, a las que asocia con la idolatría y los sacrificios rituales de inocentes:
«homicidas despiadados de sus hijos, banquetes canibalescos de carnes humanas y de sangre; a esos iniciados, salidos de en medio de una bacanal, y padres asesinos de seres indefensos» (Sab. 12,5-6). o
«Luego no bastó el errar en el conocimiento de Dios, sino que además viviendo en grande guerra de ignorancia, a tamaños males saludan con el nombre de paz. Pues celebrando iniciaciones infanticidas, o misterios clandestinos o locas orgías de ritos exóticos, ya ni las vidas, ni los matrimonios guardan limpios» (Sab. 14, 22-24).
La segunda consideración radica en la excepcionalidad del hecho mismo de la filtración, algo insólito -según los expertos- en la historia judicial de los EEUU. Como toda filtración, su origen puede estar en una indiscreción (o una negligencia) o sencillamente haber sido deliberadamente realizada, lo que implica intencionalidad y mala fe. Esta última posibilidad es la que, a mi juicio, resulta la más probable, porque la polémica del asunto, y la división que se ha producido en torno a él, quizás haya motivado la emisión de ese globo sonda para calibrar la respuesta de la ciudadanía. Y, dependiendo de ésta, confirmar o modificar más adelante la referida resolución. Si eso es así, el Tribunal Supremo de los EEUU estaría actuando no en base a principios sino a percepciones mediáticas, lo que es una prueba clara de perversión del derecho. Parece como si los jueces estuvieran curándose en salud con lo siguiente: hemos intentando ser justos, de acuerdo, pero si la mayoría de nuestros ciudadanos no lo entiende así, deberemos ser injustos». Ojalá yo esté equivocando, y tengan arrestos de ratificar en junio este borrador.
Que eso pase en EEUU, por lo visto, es anormal. Que ocurra constantemente en España es usual. Y no sólo filtraciones. La deseada sentencia del Tribunal Constitucional sobre la ley de barra libre sobre el aborto que promulgó ZP (pronunciar su nombre completo resulta maléfico) sigue, año tras año, en un cajón de sus salas, y aunque casi todos le echan la culpa a los magistrados (es un decir) que la componen, parece olvidarse que el primer responsable de ese malicioso retardo fue el actual partido líder de la oposición, el PP.
En efecto, en la época del primer gobierno de Rajoy, el PP tuvo la última mayoría absoluta de la democracia española, y éste se negó a derogar las leyes ideológicas de ZP (aborto, ideología de género, memoria histórica y gaymonio). Y es obvio que, viendo la desidia y falta de principios del político pontevedrés, los magistrados (es un decir) del Tribunal Constitucional llegaron a la siguiente y lógica conclusión: «si quien, estando en la oposición, recurrió por inconstitucional la norma que reconoce al aborto como derecho, se niega a derogarla ahora que ha obtenido mayoría absoluta, cómo tiene la desfachatez de echarnos a nosotros el muerto encima de una declaración de inconstitucionalidad por la que nos van a machacar los medios de comunicación desde Irún hasta Tarifa».
Es la misma lógica cobarde, si nos fijamos con atención, que ha llevado a alguien de ese Tribunal Supremo estadounidense a tirar por el suelo el prestigio de tal alta institución, filtrando el susodicho borrador. La justicia y el derecho no como reyes sino como esclavos, guiados no por la verdad sino por el miedo.
La tercera y última consideración que quiero hacer es acerca de la actitud del anciano presidente de esa poderosa nación, que es un bautizado católico, y suele frecuentar (generalmente cuando hay cámaras de por medio) el sacramento de la Eucaristía, y al que todavía nadie competente le ha negado el acceso a los sacramentos. Pues este sujeto no ha perdido tiempo para afirmar con toda claridad y de manera pública -con escándalo de todos los católicos que compartimos con él la gracia del bautismo- que:
1º.- Combatirá cualquier sentencia que elimine o restrinja el aborto.
2º.- El aborto es un derecho de las mujeres.
3º.- Tomará todas las medidas necesarias para garantizarlo en todo el país, pese a la actitud rebelde de algunos Estados de la Unión.
Lo ha manifestado de diversas maneras y se queda tan pancho. Y casi nadie se ha dirigido a él para echarle en cara el mal que está haciendo con sus palabras y sus actos. Yo soy católico y abogado (aunque no experto en derecho canónico), pero el sentido más elemental de justicia debería llevar al obispo de su diócesis a excomulgarle -y de manera explícita y pública, esto es ferendae-, por arrastrar al mal, obstinadamente y con escándalo, a muchos fieles de buena fe, e incentivar posturas consideradas como contrarias a la fe y a la moral católicas. ¿Se puede dudar de que promover públicamente el crimen del aborto como un derecho, desde la posición alta e influyente que tiene encomendada un presidente católico de una poderosa nación, es burlarse explícitamente de las creencias católicas y hacerle un daño importante a la credibilidad de la fe cristiana? Los fieles estamos hartos de que se nos arguya que el aborto sólo implica la excomunión de quienes participan directamente en el mismo -quien procura el aborto, si éste se produce- (canon 1398 Código de Derecho Canónico)-, cuando el propio derecho canónico habla de excomunión en caso de herejía (Canon 1364).
La defensa pública del aborto como un derecho no sólo contradice la moral católica, sino incluso los contenidos de la fe -es por tanto una herejía-, pues se niega de plano la verdad católica de que Dios crea las almas directamente desde el mismo momento de la concepción, y cierra la posibilidad de bautizarse a muchos seres humanos que son eliminados antes de que puedan nacer, lo que puede poner en peligro su salvación. Aunque la más moderna teología – véase lo dicho por el buen papa Benedicto XVI- consideró que las víctimas del aborto serían acogidas por la dulce misericordia de quien dijo: «dejad que los niños se acerquen a Mí», la cuestión no está definitivamente cerrada, es decir, hay un riesgo de que esos niños no alcancen la meta de estar eternamente junto a Dios. Que alguien que se define como católico haya promovido tal maldad, no sólo debería ser explícita y públicamente excomulgado, sino limitarle el levantamiento de esa excomunión al cumplimiento de unas gravísimas penitencias durante el tiempo que le restase de vida.
Pero eso ya sabemos que no sucederá.
Excelente análisis.
Abrazo