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¿LOS JÓVENES ESPAÑOLES CREEN EN LA REENCARNACIÓN DE LAS ALMAS MÁS QUE EN LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS?

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Noviembre es el mes de las ánimas, dedicado a orar por las almas de los difuntos para que, si no están ya, descansen en el gozo eterno de Dios que es amor y misericordia, o sea, como vulgarmente se dice, para que lleguen al “cielo”, una luce piena d´ amore (Dante), más un modo como se es plena y eternamente feliz que un lugar donde se está. Nos brinda la oportunidad para –por contraste- reflexionar sobre la creencia en la reencarnación de las almas tan divulgada ahora también en los países tradicionalmente cristianos a pesar de ser incompatible con la revelación y la fe cristiana. En la primera edición de mi obra El enigma del hombre (Eunsa, Pamplona 1978) dediqué alusiones esporádicas a la reencarnación de las almas, no un apartado específico. En cambio, en su tercera edición (año 1999) me vi como obligado a dedicarle un epígrafe (pp. 364-367). Si hace pocas décadas se preguntaba a un español sobre la reencarnación de las almas, reaccionaba como ante algo que no le iba y lo hacía sin necesidad de ulterior justificación y explicación. Ahora ya no suele ocurrir así. Más aún, se ha debilitado tanto la capacidad de reacción ante algo tan exótico y oriental, desconocido en el occidente europeo durante unos dos mil años, que la indiferencia se ha trasformado en curiosidad e incluso en fascinación. No sé hasta qué punto las encuestas reflejan la realidad sociológica de los creencias religiosas, pero, según una, sería menor el número de jóvenes españoles (entre 23-24 años de edad) creyentes en la resurrección de los muertos (24%) que en la reencarnación de las almas (28%)[1]. Aunque no reflejara la realidad, al menos detecta la irrupción de la religiosidad oriental en los países tradicionalmente cristianos. Otras denominaciones.- Aunque menos usados, la “reencarnación de las almas” es designada asimismo por otros nombres: metempsicosis, compuesto de los términos griegos –sis (= “acción” de) “traspasar” ( metá = “más allá”) “el alma” (= psykhé, castellanizado “psique, de donde “psiquiatría, psicología”); metensomatosis o “acción” de ir el alma de cuerpo “en” (gr. en) “cuerpo” (= sôma, sómatos); transmigración de las almas; palingenesía o “(de) nuevo” (pálin, griego) “generación, nacimiento” (genesía, gr.). En el budismo y en los ámbitos de su influjo se usa “renacimiento” (= “nuevo-nacimiento”), pues reduce el hombre a un conglomerado de fenómenos bioquímicos y psíquicos en sucesión y cambio continuo sin un principio vital o alma. Por analogía, si bien impropiamente, suele usarse “reencarnación” en escritos sobre el budismo e incluso la fórmula totalmente inadecuada: “reencarnación de las almas”.

  1. EN QUÉ CONSISTE LA REENCARNACIÓN DE LAS ALMAS

En el instante de su concepción y nacimiento, según los creyentes en la reencarnación, el niño no viene a la tierra  como un libro en blanco, en el cual irá luego escribiendo su biografía a lo largo de su existencia. Su mente no sería tamquam tabula rasa in qua nihil est depictum/scriptum, “el encerado en el que nada se ha escrito” todavía, adagio de impronta aristotélica. Al revés, el libro de la vida sería como un palimpsesto (pálin = “de nuevo”, psên = “raspar”), o sea, un pergamino en el cual se han ido escribiendo y raspando innumerables biografías de la misma alma, generalmente olvidadas e invisibles menos la actual. No obstante, en algunos casos de iluminación (Buda, etc.,) el interesado podría recordar algunas de sus existencias anteriores, como si se echa un determinado líquido, es posible ver lo escrito debajo y aparentemente borrado del todo en un palimpsesto. Según la reencarnación, el alma que, al morir, no está purificada del todo, abandona su cuerpo actual y se encarna en otro, vivifica otro cuerpo humano o no humano y así tantas veces cuantas necesite para estar plenamente purificada. El cuerpo sería como el vestido que se tira cuando está sucio o inservible para revestirse de otro nuevo. Casi cada escuela calcula de modo distinto la duración de la serie de reencarnaciones de la misma alma. Un sector amplio enseña que el alma necesita 8.400.000 reencarnaciones o existencias en otros tantos cuerpos para lograr su total “purificación” (hinduismo) o “liberación” (budismo).

  1. LAS CIRCUNSTANCIAS DE LA APARICION´DE LA CREENCIA EN LA REENCARNACIÓN

2.1. ¿Dónde y cuándo? Esta creencia apareció en la India. De ahí que sea creída por los hindúes y por los miembros de las religiones desprendidas del hinduismo, a saber, el budismo y el jinismo[2]. Fueron los musulmanes persas los primeros en llamar “hindúes/indios” a los que vivían al sur del río “Sindhu”, de donde “hindú, Indo, indio”. Si no se añade alguna especificación (apache, americano), la palabra “indio” designa a los habitantes de la India; “hindú” suele reservarse para nombrar a los que profesan la religión mayoritaria de la India, el hinduismo[3]. La creencia en la reencarnación de las almas apareció en torno al siglo VIII a. C. con el segundo bloque de libros sagrados del hinduismo: los Úpanisades (singular Úpanisad), llamados también Vedanta (=”fin del Veda”) por ser la parte última o mas reciente del Veda. La reencarnación no figura en los Vedas existentes a partir del año 1.500 a. C., cuyas creencias relativas al más allá de la muerte coinciden con las de los griegos de la época arcaica (poemas homéricos, Hesiodo)[4]. Los 17 Úpanisades más importantes pertenecen a los siglos VIII-III a. C.; los restantes (casi 2000) se extienden desde entonces hasta el siglo XX. El autor del titulado Sadvidya murió en 1951. 2.2. ¿Por qué apareció? La estructura cíclica del universo y de sus “cosas” El agua a punto de hervir parece en estado permanente e inalterable. En cuanto rompe el hervor, las burbujas salpican toda la superficie. Luego toda la cantidad acuosa se mueve en una especie de oleaje marino. Así puede imaginarse la religiosidad hindú cuando, en los siglos VIII-VII a. C., marginó el estado precedente, el de religión étnico-política, politeísta, etc., y afloró una serie de creencias estructuradas alrededor de una conceptualización cíclica de todo con el panteísmo recubriéndolo, también lo conservado del pasado. Tal vez se partió de la observación del desarrollo cíclico de las fases de la Luna (nueva, creciente, llena, menguante y vuelta a empezar) y de las estaciones en las zonas templadas de la Tierra –las entonces conocidas- (invierno, primavera, verano, otoño y vuelta a empezar) que tuvieron un influjo tan decisivo en la religiosidad telúrico-mistérica. Lo cierto es que, en torno a los siglos VIII-VII a. C. (primeros Úpanisades), adquirió una fuerza nueva la concepción de los ciclos cósmicos: edad de oro, de plata, de bronce, de hierro[5] y vuelta a empezar tras ser reabsorbido todo por Átman-Brâhman, lo Uno todo, lo divino panteísta e impersonal. Se trata de ciclos eterna e ininterrumpidamente repetidos. Entonces brotó la novedad de la creencia en la reencarnación de las almas (un alma vivificadora de un cuerpo durante su ciclo existencial: infancia, juventud, madurez, ancianidad y vuelta a empezar en otro cuerpo, etc., hasta que totalmente purificada desemboque definitivamente en el océano de Átman-Brâhman). Cuatro son asimismo las castas[6] estructuradoras de la sociedad india. Algunos occidentales elogian y hasta dicen simpatizar con la reencarnación de las almas porque sería el antídoto más eficaz contra cualquier clase de racismo como si la posible subsistencia del alma de un familiar o ser querido en el cuerpo de un negro, de un inmigrante, etc., obligara a respetar más a los socialmente marginados Pero no caen en la cuenta de que, en la India, esta creencia ha sido y, en gran medida, sigue siendo compatible con las castas, modelo del más extremado y duradero racismo étnico-político, religioso y sociocultural. Además, el alma de una mujer solo logra la fusión en y con Átman/Brâhman si ha llegado a ser Brâhmani, mujer de la primera casta, la de los brahmanes (brâhmana en sánscrito), y tras vivificar el cuerpo de un brahmán (sacerdote o intelectual) en la reencarnación siguiente. En fin, toda la actividad humana esta regida por la ley del karma (palabra gramaticalmente neutra en sánscrito, que significa “acción” de todo tipo, incluida la mental y la verbal). El karma positivo o negativo (en teología cristiana diríase “mérito-demérito” aunque no hay plena sinonimia) acumulado a lo largo de cada existencia es lo que, como por peso inercial, lanza al alma a su reencarnación en un cuerpo de categoría superior o inferior. La vida moral, en el hinduismo, está regulada no por la voluntad de un ser superior, Dios, ni por la bondad o malicia objetiva de las obras en sí mismas, sino por la ley del karma, que de algún modo es inercial, mecánica. “Es mejor la propia acción (el karma específico de su casta y subcasta en la actual reencarnación), aun imperfecta, que la ajena (la de otra casta, aunque sea superior), aun bien cumplida[7]”, o sea, uno no puede cambiar de estado, profesión y situación personal, sino tras la muerte en la reencarnación posterior. La ley del karma, el fatídico desarrollo de las reencarnaciones y la posibilidad de salirse del férreo sistema de las castas convirtiéndose en sâdhu (= “renunciante, asceta”, unos 11 millones actualmente en la India) explican que, dentro del hinduismo, no se hayan planteado la llamada “cuestión social”, ni organizaciones de promoción social, ni haya habido ninguna revolución a pesar de las enormes desigualdades socioculturales, al menos las inherentes a las castas y a los parias, mantenidas durante unos 4.000 años. 2.3. Algunas justificaciones de la reencarnación Desde la perspectiva hindú y budista la creencia en la reencarnación responde a algunas cuestiones vitales y llena vacíos de su estructura teologal. He aquí las principales. 2.3.1. La explicación del origen del mal y de los males El problema o, mejor, el misterio del mal ha golpeado alguna vez en la puerta de todos los sistemas filosóficos, de todas las religiones y casi de todos los individuos. La fuerza de esta pregunta se agrava ante la realidad del inocente que sufre infortunios inmerecidos –al menos aparentemente- o, al revés, del malvado lleno de prosperidad. Entonces el hombre lanza un grito como el de Heracles (Hércules en latín y en las lenguas derivadas) en la tragedia homónima de Eurípides (siglo V a. C.), cuando, al regresar de uno de sus trabajos “hercúleos” y vestirse la túnica tejida por su esposa con todo amor, notó que le estaba abrasando por culpa de una maga: Zeû, tí, “Dios (Zeus), ¿por qué?”. Este interrogante, el de la coordinación de la bondad divina con la existencia del mal, ha empujado a unos a la negación total de Dios (ateísmo), a otros a la exclusión de su intervención en la vida de los individuos y en la historia humana (deísmo), a algunos al dualismo teologal o divino (existencia de dos principios, el del bien y el del mal, cada uno responsable solo de su respectivo sector). Es lo que habría lanzado a los autores de los Úpanisades y a los hindúes coetáneos y posteriores en brazos del desarrollo mecánico e inercial del karma y de las reencarnaciones, creencia muy adecuada para los que, como ellos, por ser panteístas no cuentan con la gracia y gracias de Dios, sino con el arrastre impersonal de la energía cósmica deificada. 2.3.2. La necesidad de purificación y de justicia La creencia en la reencarnación permite al alma realizar su purificación progresiva por sus solas fuerzas y esfuerzos con tal que se ajuste con minuciosidad a su nueva condición en un cuerpo distinto al de la vida anterior y a sus obligaciones específicas de su nueva existencia humana, animal o vegetal. Una vez limpia de todo miasma, el alma se diluirá en Átman-Brâhman (hinduismo) o alcanzará el nirvana (budismo), una especie de beatitud celeste, pero sin Dios, ni ángeles. Pero, tras innumerables reencarnaciones, subsiste no el individuo completo, que es el responsable de sus actos buenos y malos; se roba y se da limosna no solo con la mente, también  con la mano. Más aún, ni siquiera el alma subsiste, pues en el hinduismo se diluye o aniquila en el océano brahmánico, en el budismo ni siquiera el alma ya que no cree en su existencia. 2.3.3. Un modo de no jugarse el destino a una sola baza El hombre tiene miedo a las decisiones temporales, pero de efectos eternos, sobre todo si son desagradables. Le cuesta aceptar que el hombre, ser finito, pueda ofender Dios, Bondad suma e infinita, y, por ello, recibir un castigo eterno. No cae en la cuenta de que, según la fe cristiana, “Dios es Amor” (1Jn 4,8 y 16) y consecuentemente no puede no amar y no perdonar como el Sol no puede no emitir luz y calor. Pero, si uno se cierra al Amor que es Dios, se precipitará en el odio como, si alguien cierra las contraventanas de su habitación, permanecerá a oscuras. Mediante las innumerables reencarnaciones de la misma alma, esta no se juega su destino eterno en una sola baza o existencia. La creencia en la reencarnación deja expedita la vía  a la felicidad en el porvenir, labrada por uno mismo, sin purgatorio ni infierno. Si Jean-Paul Sartre concluye: l´ enfer  c´ est les autres, “el infierno son los  otros”[8], o sea, la convivencia  forzada y duradera, los creyentes en la reencarnación pueden afirmar: “el infierno es uno mismo”, la existencia en las sucesivas e innumerables reencarnaciones.

  1. SU DIFUSIÓN POR OCCIDENTE

3.1. La propagación de esta creencia en Occidente Desde la India se extendió hasta Grecia ya en los siglos VI-V a. C., (Pitágoras y los pitagóricos), Platón (siglo V-IV a. C.), Plotino (siglo III d. C.) y los neoplatónicos. En la modernidad reaparece en Europa con la Ilustración y los poetas del romanticismo sobre todo alemán (Lessing, Goethe, etc.,). Muy especialmente la creencia en la reencarnación se ha difundido en Occidente desde finales del siglo XIX por la proliferación y propagación de las sectas de origen e impronta hindú, budista, etc., sobre todo gracias a la teosofía, al espiritismo, al gnosticismo moderno (kardeciano, francés o latino –el más extendido-, no en la rama anglosajona) y a Nueva Era. En mi Diccionario enciclopédico de las sectas (B.A.C., Madrid 20135, p. 786) puede verse el nombre de más de 70 sectas reencarnacionistas, descritas en su lugar correspondiente por orden alfabético. No parece ser una creencia de la masonería en cuanto tal, pues,-en la regular o inglesa (Grande Logias)- la inmortalidad del alma individual entra con una categoría peculiar, aunque la liberal (los Grandes Orientes) prescinde de ella. No obstante, el relativismo masónico explica que vaya penetrando en sectores cada vez más amplios de masones y que figure ya en algunos rituales, por ejemplo en los de la Orden Masónica del Antiguo y Primitivo Rito de Menphis y Misraïm (p. 64, rito de iniciación en la grado 3º o Maestro). En Europa creen en la reencarnación el 33/29,6% (Gran Bretaña), 32/33% (Portugal), 32/26% (Irlanda del Norte), 29/33,7% (Austria), 27/27,9% (Italia), 26/33,7% (Francia), 25/26% (Alemania), 25/24% (España), 20/18% (Eire/Irlanda), 20/26% (Suecia), 18/19% (Holanda), 17/21% (Bélgica), 16/21% (Dinamarca),15/21% (Noruega)[9]. El primer número de estos datos expresa el porcentaje de los creyentes en la reencarnación respecto de la población total de cada nación; el segundo, el de los comprendidos entre los15 y los 30 años de edad. 3.2. Notas diferenciales entre Oriente y Occidente respecto a la reencarnación de las almas Occidente ha tratado de adaptar esta creencia a su talante pragmático y utilitarista. Para ello procura silenciar su índole fatalista y su proyección fluctuante pues niega la posibilidad de reencarnarse en el cuerpo de un animal e incluso en uno humano, pero de inferior categoría y peores cualidades. Las sucesivas reencarnaciones seguirían un camino siempre ascendente. Además, consideran las reencarnaciones como un proceso de autorrealización individual. Así lo creen la teosofía, Nueva Acrópolis, Nueva Era y en general todas las sectas. Seguramente, por influjo occidental participan de esta mentalidad e interpretación algunos indios modernos: Aurobindo, Ramakrishna, etc. Además, en Occidente (R. Steiner, W. Trautmann, etc.,) se ha intentado demostrar científicamente la reencarnación de las almas, pretensión sin base real, de la cual se han contagiado también los orientales en nuestros días. Ian Stevenson recurre  a los niños que dicen recordar haber vivido existencias anteriores, incluso se ha tratado de sanar trastornos traumáticos de individuos mediante la “regresión” o “recuperación de recuerdos” por la hipnosis, retornando a los tres o cuatro años de edad. Pero no ofrece garantías, al menos hasta ahora. Pues los sometidos a esta prueba suelen mezclar lo realmente acaecido con lo simplemente imaginado, con lo deseado y no logrado, etc., que a veces se atribuye a otros o también a sí mismo en existencias anteriores. De esta manera salvan su responsabilidad. Piénsese en el célebre caso de los “recuerdos de Michelle”, esposa del psiquiatra L. Pazder, el cual demostró la ineficacia de este método en el libro titulado precisamente Michele Remembers (cf. mi Diccionario enciclopédico de las sectas…, s. v. Regresión, pp.788-789). La propagación de la creencia en la reencarnación ha sido facilitada, además, por el silenciamiento y confusionismo sembrado –tras el concilio Vaticano II- por diversas teorías, disonantes respecto de la fe tradicional de la Iglesia en varias parcelas de la escatología, por ejemplo, sobre la existencia e inmortalidad del alma individual inmediatamente tras la muerte, la existencia y eternidad del infierno, la existencia y naturaleza del purgatorio. Si no ha habido disonancia, al menos, ha predominado el silencio sobre el alma, la resurrección de Jesucristo y la nuestra, etc. ¿En cuántas iglesias hispanas se ha expuesto completa, aunque resumida, la escatología (= “postrimerías”, el más allá de la muerte) cristiana y, al menos, se ha aludido a la creencia en la reencarnación de las almas con ocasión de la festividad de Todos los Santos y de la conmemoración de los fieles difuntos (1-2, noviembre)?

  1. INCOMPATIBILIDAD ENTRE LA CREENCIA EN LA REENCARNACIÓN Y LA FE CRISTIANA

Paseaba en el atardecer veraniego de una aldea castellana con otras seis personas. Una de ellas afirmó sin rubor: “creo en la reencarnación de las almas”. Era una veraneante, proveniente de Bilbao, precisamente la única del laicado que comulgaba todos los días en aquel pueblo de muy pocos habitantes. Al hablarle de la incompatibilidad entre esa creencia y la fe cristiana, se calló. No lo sabía. Aunque no por ignorancia como esta mujer, los grupos modernos creyentes en la reencarnación, de ordinario, sostienen la compatibilidad generalmente sin aducir prueba alguna para confirmarlo. Es una táctica para captar a incautos derribando una de las barreras que se opone a su paso desde el cristianismo a la secta. Algunos afirman que el cristianismo de los primeros siglos compartió la creencia en la reencarnación. Para quien haya leído los escritos de los autores cristianos de los primeros siglos, esta afirmación resulta incomprensible. Más aún, aducen algunos textos de los Evangelios[10] para mostrar que los cristianos aceptaron la reencarnación hasta el siglo V[11]. Pero su interpretación auténtica es distinta. Más aún, Jesucristo habla a Nicodemo de “renacer” (Jn 3,3-5), término usado en el budismo, pero no se trata de un “nacer de nuevo” como si el yo viviera muchas existencias terrenas en otros tantos cuerpos distintos, sino de un “renacer del agua y del Espíritu” en el bautismo a una vida nueva, la sobrenatural de hijo de Dios, como condición para poder entrar en el Reino de Dios, para salvarse. El Nuevo Testamento no solo no enseña la reencarnación de las almas sino que, además, afirma explícita y categóricamente que el hombre muere una so la vez, no muchas, tantas cuantas reencarnaciones: “el destino establecido del hombre es morir una sola vez y, después de la muerte, el juicio” (Hebr 9,27). Tras el juicio, la subsistencia del alma[12] hasta la resurrección de la carne o de los muertos con la posibilidad un doble destino: premio y castigo, cielo e infierno. Son las creencias tradicionales de la Iglesia[13]. En los primeros siglos de la Iglesia, muy pocos escritores cristianos hablan de la reencarnación y todos lo hacen para refutarla[14]. Si, entre los primeros cristianos, algunos aceptan la reencarnación de las almas, están fuera de la Iglesia; son los gnósticos (siglos II-IV d. C.,). La reencarnación de las almas es incompatible con la revelación y la fe cristiana no porque lo afirmen los autores cristianos, sino que estos lo dicen por ser una creencia irreconciliable en sí misma con la cristiana en muchas de sus verdades fundamentales, por ejemplo con la necesidad de redención y de un redentor, la divinidad de Jesucristo[15] y su ser Redentor, con la gracia y las gracias divinas, con la resurrección de los muertos, con la subsistencia del alma individual entre la muerte y la resurrección, con la existencia del purgatorio, con la existencia y eternidad del infierno, etc. Desde la fe cristiana, a un moribundo se le puede decir: “Alguien”, Jesucristo, que murió y resucitó por ti, te está esperando para acogerte en su Corazón, símbolo del Amor que es Dios (1Jn 4,8,16). Según la creencia en la reencarnación nadie ha muerto ni resucitado por los hombres, ni está esperando a los moribundos. A un hindú le espera la disolución del alma –no individual, sino común a innumerables cuerpos- en “Algo”, en Átman-Brâhman o “lo Uno/Todo” panteísta, impersonal, gramaticalmente del género neutro, designado con frecuencia por el pronombre neutro Tad (= “Aquello, Ello”). A lo subsistente de un budista, tras incontables renacimientos, le espera un estado difuso en una especie de cielo sin Dios ni ángeles.

  1. EL CASTIGO DE SÍSIFO O “CÓMO VIVIR SIN LA GRACIA” DIVINA” ES NUESTRO PROBLEMA (A. Camus)

La serie de reencarnaciones, más que un medio de purificación y perfeccionamiento, semeja ser un castigo como el del mítico Sísifo, condenado por un pecado a ir empujando un peñasco pesado, cuesta arriba. Apenas llegaba a la cima de la montaña, se le escabullía de las manos, rodaba hasta el valle y Sísifo debía empezar otra vez su tarea. La creencia en la reencarnación condena al alma humana a empujar una y un sinnúmero de veces la pesada roca de su existencia, que, una vez llevada hasta la cima de la muerte, cae rodando inexorablemente al valle de la vida en un nuevo cuerpo. Además, como en el mito de Sísifo, parece un castigo enigmático, sin sentido, pues, según el hinduismo, el alma subsistente y totalmente purificada tras incontables reencarnaciones no conserva su individualidad ni la consciencia, sino que se diluye en lo Uno/Todo. ¿Cómo puede ser un premio el dejar de ser y de existir, la no existencia? Además, la serie de reencarnaciones convierte en justos a los triunfadores aquí, en la Tierra, y, al revés, transforma en castigos de culpas cometidas en las reencarnaciones anteriores las malformaciones de los recién nacidos y de los minusválidos, condenados a cargar con las limitaciones y sufrimientos inherentes a su minusvalidez y, además, con la ignominia pública de haber sido malos. Lo mismo puede decirse de cualquier clase de marginación, consecuencia de su karma acumulado. ¿Por otra parte, dónde están o de dónde vienen o cómo se forman las almas que se necesitan para vivificar a los nuevos cuerpos? Pues el número de habitantes de la Tierra se ha incrementado en varios millones respecto a hace algunos siglos. ¿Tienen que reencarnarse las almas de los que han obtenido la purificación o liberación plena, tras su disolución en Átman-Brâhman y como se realiza? Albert Camus, premio Nobel de Literatura (año 1957), aplica a todos los hombres el mito sisífeo en su obra Le mythe de Sisyphe (año 1942). De las almas de los agobiados por el esfuerzo de empujar el peñasco de su existencia en cada reencarnación puede decirse tanto o más que de los hombres de nuestro tiempo lo que Camus afirma de estos en su L´homme révolté 1951, p. 178), “El Hombre en rebeldía”: “Cómo vivir sin la gracia es el problema que domina el siglo XX”, y puede añadirse con tanto o más fundamento, “también del siglo XXI”. Manuel GUERRA  GÓMEZ   [1] Cf. Fundación  Santa María, Jóvenes 2000  y religión. SM, Madrid 2004. [2] Esta religión es llamada así (jinismo) y jainismo, a veces yainismo, jaina,  yaina,  jina. En sánscrito los derivados de este tipo se forman diptongando la vocal del radical: Buddha/bauddha,  Siva /saiva, etc. Por tanto, la palabra  jaina  equivale, por sí sola, al español “jinismo”,cuyo sufijo significa “derivación, pertenencia”. Luego este sufijo debe unirse al originario “Jina” (= “el Victorioso”), sobrenombre de  su fundador en el siglo VI a. C. De otro modo el mismo vocablo significaría lo mismo tanto por  la diptongación sanscrita como por la sufijación castellana. Además, por coherencia, si se escribe “jaina, yaina, jainismo, yainismo”, habría que escribir y decir “Bauda, baudismo en vez de “budismo”. Claro que el sonido más próximo de la “j” sánscrita es el de  la “y” española. El sánscrito es una de las lenguas indoeuropeas (como el griego, latín, eslavo, etc.,). Una de sus derivaciones (como el español del latín) es el hindi, lengua actualmente mayoritaria en la India. En sánscrito están escritos los textos sagrados del hinduismo y parte del budismo; los demás búdicos en pali. una de las lenguas derivadas del sánscrito. Son muy parecidas, por ejemplo, en sánscrito: sûtra (“palabras, discursos”), dharma (“ley, orden, verdad”), maitri (“compasión, amor”), nirvana (“aniquilación no del ser, sino del deseo de lo apariencial, contingencia), karma; en pali: sutta, dhamma, ,metta, nibbana, kamma, etc. [3] En torno a mil millones en la India. Algunos millones fuera de la India; de ellos unos 30.000 en España. Solo en Cataluña había 14  centros de culto hindú (censo de la Generalitat, año 2010). [4] Cf. una antología de textos en M. Guerra, Historia de las religiones, vol. III, Eunsa Pamplona 19852, pp. 115-120. [5] El desarrollo en estas cuatro estadios esta presente también en la mitología griega y generalmente en la indoeuropea, pero como de un mismo tramo o carrera, sin reiteración o sin ciclos cósmicos, por ejemplo, en Hesiodo (Los trabajos y los días 106-202, siglos VIII-VII a. C.) con su Edad de Oro tan idílicamente recordada por el Quijote en la obra homónima de Cervantes (capítulo 11 de su 1ª parte). En cambio,  probablemente por influjo pitagórico, hay ciclos cósmicos en Virgilio (Égloga 4, siglo I d. C.). Su verso 5º: magnus ab integro saec(u)lorum nascitur ordo figura recortado (novus ordo s(a)eculorum) en el billete de un dólar  con varios símbolos masónicos y de los iluminados (cf. dólar en mi Diccionario enciclopédico de las sectas, B.A.C., Madrid 20135, p. 233). El desarrollo cíclico de la historia se halla en la Scienza nuova (“Ciencia nueva”, año 1725de Giovanni Battista Vico con sus tres corsi (“cursos, corridos, etapas) “divino, heroico, humano y sus ricorsi (“recorridos, reiterados,  periodos, ciclos) (cf. Ricardo Martínez Cañas, Creencias y comportamiento humano en su presente y en su devenir, “Altar Mayor”, 161 -oct.-nov. 2014-, pp. 870-871).  Pero, aunque a veces se afirme así, no figura en los tres estados de la evolución social e intelectual, a saber, el teológico/ religioso, el metafísico/filosófico y el físico-científico, formulado por Augusto Comte a sus 24 años de edad en 1822 sin caer en la cuenta de que, más que tres estadios o estados sucesivos e incompatibles, son tres modos coexistentes y compaginables de pensamiento. (cf. Henri de Lubac, El drama del humanismo ateo, Epesa, Madrid 1949, pp. 157ss. ; también Encuentro, Madrid 2008).  No tiene por qué haber oposición entre ellos (religión/fe religiosa, razón/filosofía, ciencias/experiencia y experimentación) como no la hay ente tres aviones que vuelen  simultáneamente  en tres líneas superpuestas, pero distanciadas, a no ser que alguno de ellos se salga de su carril e invada el de otro hacia arriba o hacia abajo. [6] Además están los “parias”, llamados asprisya (“intocable”) por los indios, o  sea, “descastados”, sin casta (unos 105 millones actualmente), privados de derechos cívicos y oficialmente sin religión. Los de las tres castas superiores no pueden entrar en el casa de un paria, ni en un lugar donde esté un paria, ni comer en su presencia, ni beber agua sacada por él, ni recibir nada de sus manos, ni utilizar algo (utensilio, etc.,) usado por él, etc.  Las cuatro castas se subdividen en unas 5.000 subcastas (grupos cerrados, hereditarios, con costumbres y distintivos fijados en cuanto a la alimentación, matrimonio, indumentaria, etc.,) todavía vigentes en gran medida sobre todo en los medios rurales aunque el sistema de castas quedó abolido ”oficialmente”  por la moderna Constitución de la India (año 1947).  Un sudra  (4ª casta), mucho más un paria, debe estar separado de un brahmán al menos 32 pasos para que su sombra no le contamine. [7] Bhágavad-gîta (= “Canción del Señor”) 18, 47. Son 700 versos de Mahabharata  (el poema más extenso de la literatura universal; consta de 90.000  “estrofas” de dos o cuatro versos cada una). La Bhagavad-gîta es sabido de memoria por no pocos hindúes (entre ellos Gandhi), también en nuestros días. Probablemente es el texto que más ha influido en la ética y espiritualidad hindú. Bharata fue el nombre originario, sánscrito, de la “India” (Maha = “grande”). [8] Compendio final de su terrible drama Huis clos (año1944).  [9] Datos estadísticos tomados de J. Wijngqqrds, Reincarnazione pragmática. La fede nella reincarnazione fra i giovani  nella cultura occidentale, “Religioni e Sette nel mondo” 3/1 (1997) 88-117. [10] Helos aquí Mt 17,13,17; Lc 1,17; Jn 3,3-5;  9,1-12. [11] El único punto de apoyo podría ser el que una de las acusaciones de san Jerónimo  (Epist 124,4,7) contra Orígenes lo relaciona con la reencarnación. Pero hay que valorar la problemática de la transmisión de los textos de Orígenes (siglos II-III), la polivalencia y complejidad de su pensamiento. Además, el texto originiano conocido por nosotros no respalda la recriminación  de san Jerónimo. Al revés, Orígenes  califica la reencarnación como opinión perversa (De principiis 1,8,4 SCh 252,2312) y la rechaza también en el comentario de los textos bíblicos aducidos entonces, como ahora, para probar bíblicamente la reencarnación (In Evang. Joan 6,64 y 66-68; In Math 10,20; 11,7). [12] La Congregación para la Doctrina de la Fe, presidida por el entonces cardenal J. Ratzinger, con la aprobación del papa san Juan Pablo II, tras expresar la fe de la Iglesia” en la resurrección d e los muertos” y que “la resurrección se refiere a todo el hombre”, añade: “La Iglesia afirma la supervivencia y subsistencia, después de la muerte, de un elemento espiritual, dotado de conciencia y voluntad, de manera que subsiste el mismo `yo humano´, aunque entretanto carece del  complemento del cuerpo. Para designar este elemento, la Iglesia emplea la palabra `alma´ consagrada por el uso de la Sda, Escritura y Tradición. Aunque sabe que esta palabra tiene diversos significados en las Sagradas Escrituras, no obstante, piensa que no hay razón alguna capaz de eliminar  el usos de esta palabra y, además, considera que es totalmente necesario un termino verbal para sostener la fe de los cristianos”. La fe, sigue diciendo, de la Iglesia en la inmortalidad o subsistencia de sola el alma hasta el momento de `la resurrección de los muertos´ o `de la carne´ está exigida, además, por “su (de la Iglesia) oración, sus ritos fúnebres, su culto de los muertos, realidades que substancialmente constituyen verdaderos lugares teológicos” ,así como por ”la Asunción de la Virgen María en lo que tiene de único, o sea, el hecho de que la glorificación corpórea de la Virgen es la anticipación de la glorificación reservada  a todos los demás elegidos” (AAS,71, 1979, pp. 939-943,n.os 1-6,etc.,). En nuestro tiempo se tiende a usar “mente”, en el fondo por la misma razón explicitada por Lucrecio (siglo I a.C.) en su De rerum natura, a saber, porque la palabra alma se asocia a su espiritualidad e inmortalidad.  Sobre la inmortalidad del alma desde la razón humana, cf. M. Guerra, El enigma del hombre. De la antropología a la religión,  Eunsa, Pamplona 19993, 329-363. [13] Cf. Cándido Pozo, El credo del pueblo de Dios (de Pablo VI), Madrid 1968, etc. [14] San Justino, Dial. Tryph 4, 4-7;5,5 (mediados del siglo II); san Ireneo, Adu. haer 2,33,1  y 5; 34,2.  Lo mismo puede decirse de Tertuliano (siglos II-III) en los ocho capítulos que dedica a esta cuestión en su tratado De anima o “Sobre el alma”.. [15] Los hindúes no tienen reparo en considerar a Jesucristo como uno de los avataras (= “descendidos, bajados” en sánscrito), o sea, uno de los dioses que baja a la Tierra cuando se generaliza la corrupción e inmoralidad, de ordinario en cada Edad de Hierro o final de cada ciclo cósmico para influir benéficamente, sobre todo con su ejemplo, en la vida de los individuos y en las sociedad. Los avataras descienden con un cuerpo no material o de carne y hueso, sino inmaterial como el ”cuerpo” que el gnosticismo antiguo (siglo II y siguientes) atribuía a Jesucristo seguramente por influencia hindú. Estas doctrinas hindúes han sido asumidas también en nuestro tiempo por Nueva Era (la Energía crística o cómica; Jesús de Nazaret receptor de la Energía cósmica en el Jordán, que lo convirtió el «Cristo” de la Era Piscis o cristiana como Maitreya lo será de la Era Acuario o Nueva Era, etc.,), cf. Manuel Guerra, Las cien preguntas-clave sobre New Age, Monte Carmelo, Burgos 2004, pp.29-30.

Comentarios
0 comentarios en “¿LOS JÓVENES ESPAÑOLES CREEN EN LA REENCARNACIÓN DE LAS ALMAS MÁS QUE EN LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS?
  1. Según el cardenal Paul Poupard Orígenes defendía la preexistencia de las almas, pero no la reencarnación como erroneamente señalan las sectas nuevaerianas y el espiritismo kardecista.

  2. Siempre digo, y es verdad, que de religiones orientales no sé nada, pero es que esos postulados que tienen de que: se «transportan», suben, bajan entran y salen de no sé qué círculos, se ponen en blanco, se reencarnan en no sé cuantos estadios, vuelven para luego sustanciarse en otro cuerpo y vuelta a empezar… desde mi óptica cristiana claro, es que no quieren afrontar la realidad de la muerte. Opino que Dios no me creó para tenerme, con todos mis respetos, en un cachondeo, en danza, de un lado para otro. Poco serio. Dios no es así y Jesús ya lo dijo: » … para que dónde YO estoy, esteís también vosotros «. Jesús por el camino terrenal «más corto» de la creación nos invita a cada Yo, al Fin Último para gozar eternamente de la gloria del Dios del Universo.
    Perdón y gracias.

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