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¿LOS ESPAÑOLES CATÓLICOS DE NUESTROS DÍAS SON FELICES Y FIELES O ESTÁN DESESPERANZADOS?

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¿Habrá alguien que no desee ser feliz?, se pregunta san Agustín: «Todo hombre, quienquiera que sea, desea ser feliz. No hay nadie que no lo desee, ni que no lo desee por encima de las demás cosas. Más aún, todo el que desea cualquier otra cosa, la desea con la mirada puesta en la felicidad». Pero, en esta vida, la felicidad presupone la esperanza. Sin esperanza no hay felicidad ni fidelidad. (Sermo 306; Cf. De moribus eccl. cathol et de moribus manich I.3.4). (cf. artículo La contemplación permanente en la actividad y en el descanso en este mismo blog).

  1. ¿LA ESPERANZA, NIÑA LLEVADA DE LA MANO POR SUS HERMANAS MAYORES: LA FE Y LA CARIDAD O AL REVÉS?

Todos hemos oído hablar de espera y esperanza, de esperanza natural y sobrenatural, de la esperanza virtud teologal. La esperanza cristiana es la actitud que confía totalmente en Dios, dador de los medios necesarios para alcanzar la salvación, o sea, la bienaventuranza o felicidad eterna y también en esta vida. La felicidad queda maltrecha con la desesperanza y deshecha, tronchada con la desesperación, dos estados de desánimo mucho más frecuentes en nuestros días de lo que se piensa. Recuérdese la aterradora estadística, según la cual la causa más frecuente de muerte de los jóvenes españoles entre 13 y 28 años es el suicidio. Y dicen que no se habla de ello porque aumentarían los casos.

El poeta converso Charles Péguy describe la esperanza como una niña de pocos años que es llevada de la mano por sus dos hermanas mayores: la Fe y la Caridad. Péguy se pregunta: ¿Quién lleva a quién? A primera vista, la Fe y la Caridad a la pequeña. Pero si no estuviera la Esperanza, ¿sus dos hermanas mayores andarían y saltarían felices y alegres, como jugando? Sin esperanza se cae en el desánimo, en la depresión, en la desesperanza y desesperación, en la ausencia de felicidad.

  1. UNA PREGUNTA AL LECTOR: ¿Eres feliz?

Los que andamos metidos en las cloacas de las sociedades relativistas, dialógicas, laicistas, sincréticas y secularizadas de nuestros días recibimos numerosas consultas telefónicas, electrónicas y también bastantes presenciales. Reconozco que, tras escuchar a la persona o personas que me visitan, desde hace algo más de un año suelo hacer una pregunta: «¿Eres feliz?». La respuesta, sobre todo si la visita es individual, es más o menos dubitativa al principio, pronto fluida y sincera.

San Agustín, en sus Confesiones (2.2.2 y siguientes) nos descubre el hervidero de su corazón al fuego ardiente de sus ansias de «amar y ser amado», de felicidad, así como de la desesperanza por su torpeza en buscar la felicidad donde no se halla. De ahí que «la vida feliz, que todos proclaman buscar, pocos se alegran de haberla realmente encontrado» (De Magistro 14, 46). Desde la fe cristiana, sabemos que la felicidad verdadera, definitiva y plena es la bienaventuranza o felicidad eterna en Dios, que es el Amor, la Verdad, la Belleza. en una palabra Bienaventuranza o Felicidad. Más acá de la muerte, la felicidad no es plena ni definitiva y casi siempre está «crucificada», es decir, entreverada de malestar, frustraciones, fracasos, dolencias, en una palabra de causas frecuentes de desgracia e infelicidad. Además, la confundimos fácilmente con el placer que es transitorio y nunca plenamente satisfactorio.

Tras escuchar los primeros pasos de la respuesta a la pregunta: ¿Eres feliz? interrumpo la contestación en un tono categórico al mismo tiempo que condicionado: «Si no eres feliz, corres el riesgo de no ser fiel al otro (cónyuge) ni al Otro (Jesucristo). Entonces suele evidenciarse la extrañeza y sorpresa.

Cuando los esposos no son felices, pueden y suelen surgir los silencios, las susceptibilidades, las sospechas, los disimulos, las disputas injustificadas, los gritos, el llanto, el distanciamiento afectivo y efectivo, las infidelidades imaginarias y reales, la separación afectiva y legal, el divorcio. Los de vida consagrada (obispos, sacerdotes, religiosos, laicos y laicas célibes en medio del mundo por vocación cristiana), si no son felices pueden transformarse en funcionarios (dedicación más o menos desganada de las horas requeridas para su ministerio, el cumplimiento burocrático con o sin activismo frenético) o recurrir a la deserción real y legal (secularización, reducción al estado laical). En unos y en otros, la única salida digna y cristiana consiste en cooperar con el Señor con generosidad en la entrega, siendo contemplativos de Jesucristo de día y de noche, santos y apóstoles o misioneros de acuerdo con su vocación y estado.

  1. ¿LOS ESPAÑOLES CATÓLICOS SON FELICES O ESTÁN DESESPERANZADOS?

La integración de los diversos elementos en una unidad orgánica es indicio de vida como su desintegración y descomposición lo es de lo cadavérico y de lo muerto. A la reconquista y unificación de los reinos y territorios de España siguió la integración de las regiones y pueblos descubiertos, culturizados y cristianizados en América, Asía y Oceanía. El Imperio español es el más extenso de los conocidos hasta ahora. Los dos acontecimientos, final de la Reconquista e inicio del descubrimiento y de la evangelización, coinciden en el año: 1492, aunque en diferente día: dos de enero y doce de octubre.

Pero, en nuestros días, se ha exteriorizado un cambio, que es una ruptura. Al alcance de cualquiera y de todos está la comprobación del cambio operado en España en los últimos 50 o 60 años. Margino ahora lo relativo a lo específicamente católico y cristiano para referirme a los cimientos de la convivencia humana en sus planos principales, es decir, el individual, el familiar y el de la sociedad. Ha sido como el desplome de los derechos humanos básicos, que son prepolíticos y preclesiales, o sea, anteriores al Estado y a la Iglesia y, por lo mismo, propios de todo ser humano al margen de su situación social, cultural, religiosa. Son los valores y derechos que el papa Benedicto XVI llamó «innegociables», o sea, que deben ser aceptados sin más, pues su vigencia no depende del diálogo conducente al consenso. Una vez logrado el consenso, se impone lo consensuado al margen de su realidad y valor objetivo. Es lo que estamos presenciando en nuestros días. Piénsese:

-a) en la protección de la vida humana desde el instante de su concepción hasta su muerte natural;

– b) en el matrimonio como unión de un hombre y de una mujer, abierta a la vida;

– c) en el derecho de los padres a enviar a sus hijos menores de edad a un centro educativo en sintonía con sus creencias o sus no creencias;

– d) en el rechazo de la subjetivista y caprichosa ideología de género, que  pretende reemplazar la realidad objetiva por lo deseado y manipulado, etc.

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