Últimos días de noviembre del año 1999. Tras un congreso sobre satanismo en la universidad de Lublin, de regreso a nuestros países de origen, veo al italiano Bruno Forte, ahora arzobispo de Cieti-Vasto (Italia), hacer oración durante casi una hora en el oratorio de la casa sacerdotal de Varsovia con unos folios en la mano. En la cena comenta: “si, en la próxima semana, es aprobado por la Comisión Teológica Internacional, el texto de esos folios servirá de base a Juan Pablo II para pedir perdón de los llamados pecados históricos de la Iglesia en la cuaresma del año próximo”. Así se hacen o deben hacerse las “cosas” en la Iglesia: estudio, reflexión y diálogo de los expertos, oración. Juan Pablo II, el 12.3.2000 (prime domingo de cuaresma), en la capilla de la Crucifixión de la basílica de san Pedro, pidió perdón de los pecados cometidos en el pasado por los hijos de la Iglesia (guerras de religión, métodos coactivos de la Inquisición, divisiones internas en la Iglesia, violencias cometidas durante las Cruzadas, etc.,)[1]. Luego se abrazó a los pies de un gran crucifijo y lo besó. Si no recuerdo mal, la Iglesia es la única organización que, pública y oficialmente, ha pedido perdón de los pecados de sus miembros a lo largo de su historia, especialmente de los específicos o caracterizadores de sus distintas épocas históricas. Y esto a pesar de que ahora es normal y casi obligado afirmar: “no me arrepiento de nada, no pido perdón de nada”. ¿Cómo va a pedir perdón el hombre endiosado de nuestros días? Aunque de diferentes periodos de su historia bimilenaria, suele coincidir la genética de sus pecados históricos.
- LA IGLESIA, UNA SEMILLA
Tiene razón Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mis circunstancias”. Pero siempre es más importante el “yo” que su entorno sociocultural o su inserción en la historia. Jesucristo comparó “el reino de los cielos”, su Iglesia, con “una buena semilla sembrada en un campo” (Mt 13,24ss.); también con “un grano de mostaza, la más diminuta de todas las semillas”, tan insignificante que, puesto sobre la palma de la mano, apenas se ve sino, cuando ya madura, es de color negro. Pero se desarrolla transformándose en un “arbusto de tal modo que vienen las aves del cielo y anidan en sus ramas” (Mt 13, 31-32). 1.1. La dinamicidad interna de la semilla La fertilidad de la semilla radica en la semilla misma. Quien siembra trigo cosecha trigo; poco o mucho pero trigo. A nadie se le ocurre lamentarse porque no ha cosechado cebada o uvas en una finca sembrada de trigo. Lo decisivo es siempre la dinamicidad interna de la semilla, la virtualidad por la cual una bellota se transforma en una encina. el embrión humano en un hombre adulto, a no ser que quede tronchado o abortado. Por ello lo decisivo e importante en la Iglesia es su ser mismo, su dinamicidad recibida de su fundador, Jesucristo. Su voluntad, su proyecto es lo definitorio de su Iglesia, el punto de referencia de lo que en ella puede o no puede ser e innovarse. 1.2. La fertilidad de lo sembrado depende también de la adaptación al entorno Lo decisivo es la semilla misma; si se siembra trigo, se cosecha trigo. Pero su abundancia o escasez están condicionadas por el entorno: calidad del terreno, la lluvia a su tiempo, el clima. La Iglesia debe conservar y transmitir el mensaje evangélico, Jesucristo mismo. Pero la eficacia apostólica depende también de su adaptación al entorno sociocultural, a la circunstancialidad histórica.
- LA GENÉTICA DE LOS PECADOS HISTÓRICOS Y SUS DOS RIESGOS
Pasada Sicilia, cuando se veía en la lejanía al Etna vomitando lava, Eneas tuvo que evitar dos riesgos temibles: “a la derecha, la horrenda Escila (arrecife, escollos)” y “a la izquierda la implacable Caribdis (torbellinos que arrebatan las naves hasta las estrellas tres veces para otras tantas dejarlas caer en los abismos)” (libro 3º de la Eneida virgiliana). También la Iglesia ha sufrido los zarpazos de sus Escilas y Caribdis. 2.1. La Escila del fundamentalismo Aunque es capaz de alterar la fertilidad de lo sembrado, el clima no consigue cambiar la condición de los granos de trigo. Tampoco las circunstancias socioculturales son capaces de anular la dinamicidad interna de la Iglesia si esta se mantiene fiel a Jesucristo. Pero, sin fidelidad a su misión y mensaje, puede dejar de ser iglesia de Jesucristo como ha acaecido a tantas herejías o sectas. Llamo Escila al fundamentalismo porque este, como los mitológicos arrecifes peñascosos, no admite el legítimo pluralismo en cuestiones en las que la fe y la moral no exigen uniformidad roqueña e inmutable de creencias y comportamiento a lo largo de los siglos. No aplica la sentencia atribuida a san Agustín: In necessariis unitas, in dubiis libertas et in omnibus caritas, o sea, “en los esencial unidad, en lo opinable libertad y en todo –o siempre- caridad”, comprensión[2]. Es reacio a admitir el principio afirmado por Benedicto XIV hace un siglo: non nova, sed noviter (encíclica Ad beatissimi, 1.10.2014). Los fundamentalistas defienden a capa y espada ni nova (doctrinas, verdades nuevas en cuanto al contenido) ni noviter (ni las verdades de siempre expuestas “de modo nuevo”, renovado, adaptado a los cambios de cada tiempo). En la Iglesia católica ha habido impulsos fundamentalistas o integristas que han terminado por salirse de ella y que ojalá retornen a ella, por ejemplo tras el Vaticano II la Fraternidad de san Pío X (Marcel Lefébvre). Fundamentalista es la obstinación en conservar algo caduco, por ejemplo el latín como lengua litúrgica de uso exclusivo (iglesia cristiana palmariana, Fraternidad de san Pío X, etc.,) como fundamentalista sería la actitud opuesta, es decir, la prohibición absoluta del latín que ha sido la lengua litúrgica en la casi totalidad de la Iglesia católica desde finales del siglo IV (antes lo era el griego, también en Roma) hasta la reforma de Pablo VI (año 1975). Fundamentalista, en cuanto al modo, puede considerarse el pretender defender la fe o imponerla por la fuerza (guerras de religión), recurrir a la tortura para averiguar la verdad de una declaración (si el acusado era u sincero o falso converso) -la Inquisición-, como entonces hacían todos los tribunales porque se suponía que una persona normal tiene menos fortaleza para soportar la tortura que para sostener una mentira. Es sabido que la competencia de la Inquisición no se extendía a los miembros de las religiones no católicas (judaísmo, islam, protestantismo), sino a los que de estas religiones se «convertían» al catolicismo. El fundamentalismo islámico es como un retorno a las creencias e imperialismo teocrático de los primeros siglos musulmanes cuando se adueñaron de Oriente Próximo, de los países norteafricanos y de Hispania (España/Portugal). El islam rechaza la diferencia entre “lo de Dios” y “lo del César (emperador, suprema autoridad civil)” marcada por Jesucristo (Mt 22,21). Lo somete todo (no solo lo cultual y lo ético, también lo sociopolítico, lo administrativo, lo penal, etc., hasta la indumentaria) a la regulación exclusiva del Corán (islamistas radicalizados) y de la Sunna (de donde “suní, suníes”, aproximadamente el 87% de los musulmanes) como si lo profano no fuera autónomo. Los yihadistas (jihad = “lucha ascética, guerra santa”) o musulmanes radicales tratan de imponer el islam e implantar la sharia, un régimen teocrático, por la fuerza terrorista y bélica. En nuestros días, si el fundamentalismo radical islámico está hirviendo en los países de mayoría musulmana, especialmente en Próximo y Medio Oriente, el fundamentalismo relativista y laicista de impronta masónico agita los países occidentales tradicionalmente cristianos. Lo directivos nacionales e internacionales están imponiendo el laicismo, o sea, la reclusión de lo religioso y ético de las religiones existentes, especialmente de la cristiana, en el foro de la conciencia y dentro de los templos y sus aledaños. El fundamentalismo laicista elimina los derechos humanos básicos: el derecho a la vida desde la concepción hasta su muerte natural, el matrimonio como unión de un hombre y una mujer, el derecho de los padres a la educación de sus hijos en colegios de ideario conforme a sus creencias o no creencias, etc. El laicismo se está transformando en una religión política que pretende sustituir a las religiones específicamente religiosas. Aunque de signo opuesto, en no pocos aspectos y efectos es similar al fundamentalismo religioso; una vez más, los extremos se tocan. 2.2. Caribdis o lo religioso a merced del entorno sociocultural capaz de perturbar su dinamicidad interna Ciertamente es necesario adaptarse a cada tiempo y circunstancialidad sociocultural. De ahí la oportunidad de la “nueva evangelización” Pero la adaptabilidad no es lo principal, sino “la añadidura” (Mt 6,33). Además, eso puede precipitarnos en el relativismo, uno de los pecados históricos de nuestro tiempo, según el cual “todo es relativo menos que todo es relativo”, o sea, no hay realidades o verdades ni normas ético-morales que sean universales y eternas, es decir válidas para los individuos y sociedades de todos los tiempos y lugares. El relativismo deja la verdad, la bondad, la justicia, etc., a merced de la sociedad e indirectamente de sus representantes, los políticos, y de los que tengan el poder de crear e incluso de manipular la “opinión pública”, imponiéndosela a los demás. Por otra parte el relativismo se esforzará en marginar y llevar a los tribunales a las personas y organizaciones tachadas de “dogmáticas, fundamentalistas, intolerantes” por aceptar y defender la vigencia perenne de verdades, derechos y normas de comportamiento, y de entre ellas sobre todo a la Iglesia católica y a sus instituciones. No le falta razón a quien reconocía su pena por los cristianos que se preocupan más en la adaptación de la Iglesia y de su pastoral a la circunstancialidad de su tiempo y región que de ser santos, apóstoles, fieles al Señor y a sus palabras al trasluz del magisterio de la Iglesia o sea, católicos.
- ¿LOS PECADOS HISTÓRICOS DE LA IGLESIA EN EL SIGLO XXI?
Solo los ancianos y los prematuramente envejecidos, los enfermos y enfermizos viven condicionados por los cambios ambientales, que apenas repercuten en un organismo –individual o institucional- en pleno vigor juvenil o en la madurez. La Iglesia vivió en un clima pagano durante los primeros siglos de su existencia. Pero el vigor de su fe y de su vida sobrenatural, a pesar de las deficiencias que también las hubo y a veces graves (herejías, apostasías de obispos, fallos en la moral sexual, etc.,) de sus miembros, la inmunizaron contra el contagio de lo incompaginable con su ser e identidad. Por eso consiguió “cristianizar” el mundo pagano sin “helenizarse” ni “latinizarse” a no ser en realidades que no afectaban a su especificidad cristiana. La Iglesia católica es la única institución que ha mantenido su identidad a lo largo de estos dos milenios, los primeros de su existencia. De ahí que sea anacrónicamente atacada y considerada por otros y que ella misma se sienta responsable. Y esto aunque sus pecados lo sean no por ser cristiana, sino precisamente por no haber sido suficientemente cristiana, por un comportamiento no fiel a Jesucristo y su mensaje. En su petición de perdón Juan Pablo II, Magno también por esto, agrupa las faltas históricas de la Iglesia en siete apartados. Su lista lógicamente no es pormenorizada ni exhaustiva. Pero el Papa no juzga a los hijos de la Iglesia que, en el pasado, cometieron tantos pecados. “El juicio solo corresponde a Dios y será manifestado en el último día”. Por eso enuncia algunas faltas históricas pero no nombra a los responsables. Una editorial de este planeta, hace pocos años, encargó a un masón grado 33 la elaboración de un libro sobre “las sombras de la Iglesia”; como aliciente le garantizaban un anticipo económico muy satisfactorio. Duda aceptar por tener que exponer solo “las sombras”. Cuando me lo manifiesta, insisto en el motivo de su vacilación. Imagínate, le sugiero, que visito su residencia en la costa mediterránea de España y que, apenas pasado el umbral, me indicas: “venga a ver el retrete”. Replico: “prefiero ver la biblioteca”. Y usted insiste: «vea el retrete”. Mis respuestas: “antes quiero ver las pinturas, el jardín, etc.,” chocan con su voz imperiosa: “vea el retrete”, que me obligan a reafirmar: “Ya sé que en la Iglesia, como en toda vivienda, tiene que haber y hay un retrete, y que, en el de la Iglesia con dos mil años de existencia, habrá porquería, pero, además, mucha santidad, belleza, amor de Dios del prójimo”, en resumen, sombras, pero mucha más luz y el sacramento de la reconciliación o de la alegría cristiana capaz de purificar el interior por la misericordia de Dios, que es Luz y Amor. Se dice que Dios perdona y olvida, pero que el hombre, si perdona, no olvida. Lo confirman los que hablan, escriben y hacen películas obsesionados con los pecados de los católicos, especialmente de sus sacerdotes (papas, obispos, presbíteros) como si, en la Iglesia, no hubiera sino retrete. El masón elegido para describir solo las sombras de la Iglesia no escribió el libro. Esta su honradez contribuyó sin duda a que haya abandonado la masonería retornado al seno de la Iglesia. “Agua pasada no mueve molino”, pero puede reutilizarse para orientar el modo de proceder en situaciones nuevas más en la forma que en el fondo. ¿Si, en los siglos de la Reconquista, bastantes obispos hispanos hubieran sido menos capitanes de mesnadas y más orantes y evangelizadores, cómo habría evolucionado la fe cristiana en Hispania? ¿Si los papas del Renacimiento hubieran sido más orantes y evangelizadores y menos promotores de obras de arte y defensores político-militares de los Estados Pontificios, habría prendido la mecha encendida por Lutero, entre otros pretextos por la cuestión de las indulgencias de finalidad crematística y artística? Recuérdense las peripecias entre el papa Julio II y Miguel Ángel en la película El tormento y el éxtasis. En situaciones críticas los santos son los que aciertan a intervenir en sintonía nítida con el querer de Dios, también los que hacen la corrección fraterna incluso a los Papas, a veces con palabras realmente desabridas, por ejemplo santa Brígida, santa Catalina de Siena (papas en Avignon), sin olvidar a quien merece ser declarada oficialmente santa: Isabel la Católica (Alejandro VI)[3]. Es oportuno preguntarse: ¿qué pensarán de nosotros las generaciones venideras? ¿Cuáles serán los pecados de los católicos a juicio de las personas que habiten la Tierra dentro de quinientos, mil o más años? No es posible precisarlos. En cambio, estoy convencido de su genética, a saber, el contagio de lo que nuestro entorno sociocultural tiene de no cristiano ni auténticamente humano: el relativismo, el laicismo, el sincretismo religioso, el naturalismo, la cultura de la muerte, la marginación de los pobres (de dinero, de cultura, de salud, de poder, etc.,) y más necesitados, etc. En nuestros días hay mucho más riesgo de ser engullidos por Caribdis que de chocar contra Escila, de dejarse arrastrar por el prurito progresista (en este caso: sincretista, relativista, laicista, o sea, masónico) que de caer ante la inmutabilidad inercial del fundamentalismo e integrismo. Manuel GUERRA GÓMEZ [1] Para discernir con objetividad a cerca de varios pecados históricos de la Iglesia es muy aconsejable la lectura del libro La leyenda negra de la Iglesia (Planeta, Barcelona 2000)de Vittorio Messori. [2] Atribuida tantas veces a san Agustín desde que san Juan XXIII –sin especificar la cita- se la atribuyó en su primera encíclica Ad Petri cathedram, pero no es del santo de Hipona, sino de un autor del siglo XVII. [3] Conozco a más de un católico que no ve la serie televisiva Isabel porque, aunque excelente por tantos otros motivos, resalta los aspectos negativos, a veces mezquinos, de los eclesiásticos (papas, obispos, religiosos), la violencia de los clérigos de la Inquisición, etc. Procuro ver sus diversos episodios si bien me duele no que haya escenas así –presumiblemente históricas-, sino que parece como si el criterio seleccionador sea ese. De nuevo la tendencia a las sombras o retrete de la Iglesia.
También tendría que pedir perdón por su excesivo puritanismo. Ya no tiene sentdo pedir perdón tantos siglos después.
http://www.rosarioconpausa.es
Aprendo considerablemente de la lectura de estos artículos, escritos como sin prisa, mesuradamente, y que aparecen muy de cuando en cuando en este blog, como «sin prisas pero sin pausa».
Y además el autor, que pasa por ser un hombre cultísimo, habla bien de Bruno Forte, reputado teólogo y actualmente arzobispo en Italia. De Bruno Forte, a quien ni que decir que no conozco en persona y del que tengo como única información dos libros suyos que he leído y poco más. O al menos no echa pestes del susodicho obispo, como sí hacen algunas voces foristas que lo consideran poco menos que un hereje enemigo de la cruz de Cristo.
Sorprendente.
Intersante comentario.
Me parece que debemos dar a conocer este tipo de opiniones y experiencias a quienes, sin saber ni conocer a la Iglesia la atacan por prejuicios, mala información o arrogancia.