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SAN JUAN PABLO II EN LA CASTELLANA

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Ya no está. Se lo llevaron y han puesto un número.

La estatua de una cifra, que no es la de la Bestia, pero sí un múltiplo infernal, luciferino.

Es lo que adora esta humanidad perversa: números y cifras, EBITDA y plusvalías; números en vez de personas, números en vez de muertos, números en vez de almas. Números sin alma y sin sexo porque quieren abolir, en primicia universal e histórica, el mismo concepto de humanidad, de ser humano.

No se trata ahora de que no haya macho y hembra, se trata de que no quieren que exista la especie humana, ni siquiera como mero animal. Después de la dictadura LGTB, del lobby gay y de los lobbies eugenésicos mundiales, vendrá la aniquilación del hombre por el transhumanismo y la robótica. El reinado de Baphomet, el demonio andrógino de las logias. O de Lutero, que es su versión edulcorada.

Números y bestias apocalípticas.

Estamos en los últimos tiempos y San Juan Pablo se largó de la Castellana para no ver la hecatombe. Tampoco quisieron ver la estatua del Santo los obispos madrileños cuando Julio Ariza la erigió en 2005.

La jerarquía española no tiene ninguna lección que dar desde que abominó de la fe católica en el post Concilio marxista, al que se apuntó con el entusiasmo sexual de un adolescente empalmado. Nada nuevo. Dicen que el bocazas de San Pedro huía de Roma y tuvo que cantarle las cuarenta, una vez más, Nuestro Señor Jesucristo:

-Voy Yo, Pedro, a morir por tí. Tú, tranquilo; en Castelgandolfo se come bien y se duerme mejor. Nunca velaréis por Mí ni una hora. Da igual. Os quiero, pobrecillos míos, no lo puedo evitar.

O sea, los obispos que han permitido la aniquilación de España perpetrada por unos políticos vendidos a la masonería, al dinero o a las putas -pobres putas, santas putas, que nos precederán en el Reino-, o vendidos a todo eso junto, digo, a la puta masonería, la prostituta de la Babilonia del Apocalipsis. Esa.

Pues estos desgraciados demócratas de toda la vida que legislan para asesinar niños en el altar de la Cifra, y viejos en el altar del Número, nos han traído hasta aquí: el Daño de Mordor, diría Tolkien. Este hedor que es solo soportable en las pequeñas capitales de provincia, porque van con diez años de retraso.

Este hedor, denso y lúgubre, se palpa en Barcelona.

Pero me estoy desviando.

Julio Ariza y la estatua de San Juan Pablo II. Sí.

La estatua que vió rezar a tantos que pasearon a su sombra. A mí mismo, pidiendo paz o ideas o no hacer el idiota. O perdón, simplemente. ¡Cuántas veces elevé el humo del cigarrillo como incienso en Su Presencia! Porque fumar así, entonces, era un sacrificio expiatorio unido al vino, que no estaba consagrado, claro, pero podía estarlo… Me despisto, de nuevo. Es la edad.

Esa estatua fue un símbolo de Intereconomía. En el mismo sentido en que son símbolos de la fe, de la expiación y de la gloria, tantos monasterios construidos en la Cristiandad con los remordimientos de reyes y de nobles, de dineros sucios y de saqueos, de orgías y de crímenes que deberían ser purgados eternamente y no lo serán por el humilde monasterio y por los monjes. Los monjes… No sé escribir sin divagar, ustedes perdonen.

Lo de Intereconomía fue un acto de generosidad y de genio. Generosidad porque Julio Ariza relanzó las carreras profesionales de gente acabada como Josep Pedrerol o Antonio Jiménez. De gente golpeada, como Xavier Horcajo, el grande.

De gente olvidada, como Arteseros. De gente que luego volvería a triunfar, como Bertín Osborne. De gente que tenía su derecho al honor, a la verdad y a la dignidad, -vilmente arrebatadas- como Mario Conde. De gente apartada, como el tronador Carlos Dávila. Gente brillante que tuvo su oportunidad y la aprovechó bien, sin agradecerlo efusivamente, como Jorge Bustos o Ignacio Peyró o Federico de Juan, tan bueno. Hombres de una pieza en victorias y derrotas: Kiko Méndez Monasterio, Alfonso Basallo, el enorme Fúster o el genial Esteban, don Carlos. Me dejo a muchos y a muchas, permitan la gilipollez del género: el señor -todo un señor- Algarra, el combativo Pfluger, Altozano, Esparza -el guerrero-; Alfageme, la chica del árbol; Silvia Muras, sin la cual no hubiera salido ningún medio en papel; las Susanas, Burgos y Criado; Luis Vicente Muñoz y Ramón Pi y el ácido Francàs…

(No sigo porque me pongo nostálgico. No puedo pasear cerca de Castellana 36 sin que se me haga un nudo en la garganta).

Por primera vez desde 1978, durante cinco o seis años, Intereconomía marcó a la izquierda la agenda mediática. Consiguió un «top of mind» como marca del 90% en un tiempo récord, solo superado en el mundo por la marca del Papa: Francisco.

«Orgullosos de ser de derechas» se ha convertido en patrimonio cultural.

Ahora todo es orgullo: de ser españoles, de ser militares, de los toros, del equipo del pueblo. El orgullo, publicitariamente, dejó de ser un territorio de los invertidos y de los que quieren destruir a la familia. El orgullo de la gente normal, corriente, de la calle. Esto mismo nos valió una de tantas querellas legales, ampliadas por los políticos traidores y por los jueces inicuos. De los medios de izquierdas no hablo porque iban detrás de nosotros con la lengua fuera y el culo mojado.

Y todo ello se lo cargó Rajoy por órdenes superiores.

Bueno. Estuvo bien.

También se perdió Jerusalén y el norte de Africa y Constantinopla y aquí estamos. «No prevalecerán», ya lo dijo este Jesucristo al que tanto odian todos: rojos, luteranos, progres, laicistas, musulmanes, comunistas, capitalistas y eclesiásticos pedófilos y ladrones. ¿Me dejo a alguien?

¿Esto es un homenaje? Quizás. Es la verdad y hay que recordarla, aunque a muchos de los citados, y a buena parte de los no citados, les toque los bemoles.

Vayan con Dios. O con el diablo. Es su problema, de ustedes; no el mío.

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