Nos quejamos. Mucho. Todos.
Yo, también; el primero.
Quejarse puede ser una forma de oración. De hecho, lo es. Con lágrimas o sin ellas; con gritos o sin ellos; con palabras o solo con silencios; con miradas o con los ojos cerrados al dolor que oprime el cuerpo y el alma.
Quejarse es un vicio cuando la queja incluye a ese estiércol del diablo que llamamos dinero.
¿De qué se quejan si pueden comer? ¿De qué, si duermen bajo techo? ¿De qué, si su cáncer no es aún terminal? ¿De qué se quejan si su marido o su mujer viven todavía con ustedes?
Mi madre, mi suegra, dos de mis hermanas son viudas.
Una tiene, además, una hija con discapacidad mental.
Yo sé lo que darían mi madre y mi suegra y mis hermanas por volver a abrazar a sus maridos: darían la vida. Y mil vidas más si las tuvieran.
Oigo quejas por ruinas, desempleos y estafas. Bien. Bueno. Hay un hombro sobre el que llorar. Mi madre no tiene aquel de la carne de su carne desde hace 40 larguísimos años.
-Papá, cojones, ¿cómo se te ocurrió morirte tan joven? Es una putada, ¿sabes?
Claro que lo sabes. No pudiste hacer nada. El buen Dios, ya lo sé: Aquel que no perdonó a su propio Hijo… Todo será para bien, papá. Son ya 40 años.
-No, no puede usted jugar al fútbol sin una pierna. Juegue al ajedrez.
Que se muera tu padre o tu marido es peor que perder un brazo o una pierna. Carne de tu carne. Una sola carne segada por la guadaña. No vuelve el brazo o la pierna. Eres un mutilado que puede jugar muy bien al ajedrez.
No se quejen. El niño vive. Sus nietos viven. Su mujer vive. Algunos amigos y amigas también viven.
Y la muerte no ha llegado aún.
Que la muerte no sea el final no la hace menos muerte. Que lo sepan.
Querida Lydia. Tanto Benedicto XVI como Juan Pablo II, precisamente porque no se consideraban monarcas absolutos, reconocían que no tenían poder para desautorizar a jesucristo, por ejemplo en la cuestión del sacerdocio femenino, como lo ha hecho Francisco al introducir el divorcio por la puerta de atrás y nombrar dos comisiones : una para peinar la HV con la Amoris, para introducir la pildoritis, y otra para introducir el diaconado femenino como paso previo para el sacerdoio femenino. .
Vosotros sois los primeros que os quejais.Por cierto sobre el post titulado: El Papa no es un monarca absoluto y que lo habeis cerrado, será ahora, el resto de Papas si lo fueron, y nadie se «quejó». Os quejais con este porque no os gusta su filosofia.
Quejarse puede y debe ser sanísimo, con una condición : que uno sepa de qué se queja y, por tanto, se queje con motivo, para que se ponga remedio a la dolencia. Si yo me quejo de una dolencia cardíaca, porque mi sensación es que es cardíaca, se podrá poner remedio. Si no me quejo, me puedo morir. Yo me quejo, y mucho, y me seguiré quejando, de la mayor dolencia jamás padecida por la Iglesia Católica : la misericorditis, esa inflación de la misericordia que, al desgajarse de la verdad y la justicia, se vuelve loca, en palabras de Chesterton, y está llevando las almas al infierno, que es lo que desea el demonio, al que la jugada le ha salido redonda, máxime cuando la papolatría lleva a aceptarla a pies juntillas en tantos ámbitos eclesiales.