La liturgia de las horas: santificación del tiempo

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A la luz de la ESCRITURA, el tiempo es el momento en que Dios actúa. Hay una paradoja: el pasado según el AT no es lo que está a las espaldas, detrás del hombre… sino lo que está por delante, el futuro. El término futuro en hebreo tiene la misma raíz que espalda. Alguno se sorprenderá.. ¿Cómo es posible? Porque el pasado que es algo que conocemos lo tenemos delante de nosotros y el futuro que es desconocido está escondido a nuestros ojos, en la espalda. Lo que tiene delante el pueblo de Israel es el pasado que trae la memoria de lo que Dios ha hecho en ellos y eso da luz y orienta el futuro. Solo puedo proyectar el futuro si tengo MEMORIA del pasado. De aquí la importancia del concepto memoria.

Otro aspecto a tener en cuenta es ver el tiempo como DON. El tiempo es creado por Dios, en Él no hay pasado, presente ni futuro porque es eternidad, se inicia el tiempo con la creación, es una mesura necesaria de las criaturas no del Creador. En Dios no hay tiempo, hay eternidad.  El tiempo no solo nos precede sino que nos supera, no podemos dominarlo. Como bien recuerda Lc 15,25: “¿quién de vosotros por más que se afane en esta tierra puede añadir una hora a su vida?”. Como don, el tiempo requiere la actitud de GRATITUD.

Un tercer aspecto es que el tiempo marca el LÍMITE porque tiene un inicio y un final. Dios es el primero y el último (Is 44,6; Ap 22,13). Todo el tiempo y la historia están en manos del Señor. Y para el creyente es tiempo de abandonarse a Él (salmo 31,6). La temporalidad comporta la aceptación de la mortalidad, del final. El tiempo cristiano asume también su fin y su meta que es la comunión con Dios. La carta Apostólica de Juan Pablo II “Dies Domini” en el número 75 lo desarrolla ampliamente: “El domingo prefigura el día final, el de la Parusía, anticipada ya de alguna manera en el acontecimiento de la Resurrección”.

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La dinámica de la liturgia de las horas celebra la presencia de Dios en el tiempo del hombre, celebra el misterio de Cristo en el tiempo del ser humano. El rezo de los salmos nos introduce ya en el misterio de un tiempo que es MEMORIAL, tiempo en el que el hombre alaba, bendice y agradece a Dios. Celebra el entero misterio de Cristo: laudes, por ejemplo, rememora la resurrección de Cristo y vísperas el misterio de la entrega de sí mismo que hace Cristo a la humanidad. De aquí que el salmo por excelencia de las vísperas es el salmo 140 donde la Iglesia ve la entrega de Jesús al Padre en la cruz y en la última cena.

La oración de la liturgia de las horas es una oración RITUAL. Es memoria de la redención, el misterio pascual. La oración se convierte en respuesta, es diálogo. Lleva a la confesión de la fe de modo existencial no únicamente intelectual. Esto nos recuerda la respuesta de Jesús al escriba que le interrogaba sobre el mandamiento más importante. Su respuesta fue el AMOR. El amor de Dios se refiere a tres elementos: con todo el corazón (centro de las emociones, afectividad, sentimiento), toda la mente (centro de la razón y el intelecto) y todas las fuerzas (la dimensión física, el amor no puede permanecer en una pura interioridad y se expresa en la realidad física, uno no ama solo con el pensamiento, esa fisicidad involucra al cuerpo que le lleva al encuentro del otro y que también se expresa en su adoración a Dios). Y luego el amor al prójimo que es la concretización del amor a Dios en el amor al otro. Y esta implicación física también la encontramos en la ritualidad donde todo nuestro ser se involucra. El encuentro con el Señor a través del cuerpo se manifiesta en el rito que es como Dios ha querido relacionarse. La fe confesada es también la fe vivida según el criterio del mandamiento del amor. La oración ritual une la vida con el culto litúrgico. La existencia humana toma forma de su conformación a Cristo (“transfórmense interiormente renovando su mentalidad, a fin de que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto” Rom 12,2). La liturgia de las horas es AGRADECIMIENTO, es CONFIANZA en Dios, expresado sobre todo en completas que ha sido siempre asociada a la experiencia de la muerte del creyente que se abandona en confianza al amor de Dios. Así nos ubicamos, lo que el domingo es para la semana, la liturgia de las horas lo es para el día: Tiempo de Dios, santificación de la jornada y de la vida.

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