La Iglesia tiene vocación al martirio

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3910816_orig Y así de rotundo nos lo dejó dicho nuestro Señor:

“Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto”

Juan 12,24

 Y más aún:

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“Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma por mi causa”

Mateo 5,11

A veces, desde el cristianismo light que hemos desarrollado en la Europa del bienestar se nos olvida nuestra vocación al martirio. Muy a menudo pienso que la calidad de nuestra vida no se mide por la calidad de los amigos que tenemos sino por la de nuestros enemigos… y cuando el seguimiento de Jesús y su evangelio no nos comporta ciertas enemistades muy probablemente sería aconsejable preguntarnos por la calidad de nuestro seguimiento. Entiéndase bien que hablo de las enemistades provocadas por la fidelidad al evangelio no las ganadas a pulso por nuestros orgullos o ideologías dictatoriales que haberlas “haylas”.

Y buen ejemplo de todo esto nos lo están dando a diario nuestros hermanos cristianos perseguidos, torturados y asesinados en oriente medio que, a pesar de la dictadura del terror, no se vienen abajo en su fe. GRACIAS por el tremendo testimonio.

Este sábado 23 de mayo la Iglesia reconoce la vida de uno de sus pastores que comprendió, a golpe de cruda realidad, que vivir el evangelio pasa por la opción, atención y defensa de los más pobres y explotados.

 “Óscar Arnulfo Romero nació en Ciudad Barrios (San Miguel) el 15 de agosto de 1917. Fue el segundo de 8 hermanos de una modesta familia. Su padre, Santos, era empleado de correo y telegrafista y su madre, Guadalupe de Jesús, se ocupaba de las tareas domésticas. En 1931 ingresa en el seminario menor de San Miguel. Allí permaneció durante 6 años hasta que tuvo que interrumpir de nuevo sus estudios, esta vez para ayudar a su familia en unos momentos de dificultad económica. Durante tres meses trabajó con sus hermanos en las minas de oro de Potosí por 50 centavos al día.

En 1937 Óscar ingresa al Seminario Mayor de San José de la Montaña en San Salvador. Siete meses más tarde es enviado a Roma para proseguir sus estudios de Teología. Es ordenado sacerdote el 4 de abril de 1942 y continúa en Roma un tiempo con el fin de iniciar una tesis doctoral, pero la guerra europea le impide terminar los estudios y se ve obligado a regresar a El Salvador.

 En 1966 Monseñor fue elegido Secretario de la Conferencia Episcopal de El Salvador. Comienza así una actividad pública más intensa que viene a coincidir con un periodo de amplio desarrollo de los movimientos populares.

En 1970 fue nombrado obispo auxiliar de Monseñor Luis Chávez y González y cuatro años más tarde Obispo de la Diócesis de Santiago de María.

El Salvador era un hervidero. La violencia era diaria, la represión contra los campesinos recrudecía por momentos. El 12 de marzo de 1977 es asesinado el jesuita Rutilio Grande, buen amigo de Monseñor Romero. Podemos decir que ese momento fue la “zarza ardiendo que vivió Romero. Cambió su perspectiva y su actitud comprometiéndose sin temor ninguno en favor de las víctimas de tal sangrienta represión.

La postura de Óscar Romero, comienza a ser conocida y valorada por el contexto internacional: el 14 de febrero de 1978 es nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad de Georgetown (JUL); en 1979 es nominado al Premio Nóbel de la Paz y en febrero de 1980 es investido Doctor Honoris Causa por la Universidad de Lovaina (Bélgica). En ese viaje a Europa visita a Juan Pablo II en el Vaticano y le transmite su inquietud ante la terrible situación que está viviendo su país.

Los días 22 y 23 de marzo, las religiosas que atienden el Hospital de la Divina Providencia, donde vive el Arzobispo, reciben llamadas telefónicas anónimas que lo amenazan de muerte. Finalmente, el 24 de ese mismo mes, Óscar A. Romero es asesinado por un francotirador mientras oficia misa en la Capilla de dicho Hospital.*

Desde este humilde rincón no quería dejar de rendirle homenaje a un pastor que entendió a la perfección lo que significaban las palabras de Jesús en el evangelio de Juan:

“el buen pastor da su vida por las ovejas”

Juan 10,11

Un testimonio de amor a la Iglesia y a los pobres. Un estímulo y ejemplo para todos pero, de modo particular, para quien siente el llamado del Señor a ser pastor y dar su vida en servicio por el pueblo.

Decía Monseñor Romero:

“Ya sé que hay muchos que se escandalizan de estas palabras y quieren acusarla de que ha dejado la predicación del Evangelio para meterse en política, pero no acepto yo esta acusación, sino que hago un esfuerzo para que todo lo que nos ha querido impulsar el Concilio Vaticano II, la Reunión de Medellín y de Puebla, no sólo lo tengamos en las páginas y lo estudiemos teóricamente, sino que lo vivamos y lo traduzcamos en esta conflictiva realidad de predicar como se debe el Evangelio para nuestro pueblo. Por eso le pido al Señor, durante toda la semana, mientras voy recogiendo el clamor del pueblo y el dolor de tanto crimen, la ignominia de tanta violencia, que me dé la palabra oportuna para consolar, para denunciar, para llamar al arrepentimiento, y aunque siga siendo una voz que clama en el desierto, sé que la Iglesia está haciendo el esfuerzo por cumplir con su misión.” (23.3.80)

 La realidad social hoy en día ha cambiado no solo en El Salvador, a escala global. Pero, desgraciadamente, las injusticias y atropellos a los más débiles sigue siendo una constancia. Solo le pido al Señor que también nosotros, cristianos del mundo acomodado, seamos sensibles al clamor del pueblo que sufre, seamos compañeros de camino de quienes se ven obligados a dejarlo todo o a quienes han perdido todo, que no cerremos los ojos ante tanto llanto de nuestros pueblos. San Romero de América, como te ha bautizado espontáneamente tu pueblo agradecido, no dejes de interceder por nosotros.

El mismo 23 de marzo de 1980 pronunciaba estas palabras en una de las homilías más conocidas y recordadas de Monseñor Romero:

“Yo quisiera hacer un llamamiento de manera especial a los hombres del ejército, y en concreto a las bases de la guardia nacional, de la policía , de los cuarteles.

Hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: NO MATAR. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la ley de Dios, de la dignidad humana, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el gobierno tome en serio de que nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, ¡les ordeno! ¡CESE LA REPRESION!

La Iglesia predica su liberación tal como la hemos estudiado hoy en la Sagrada Biblia, una liberación que tiene, por encima de todo, el respeto a la dignidad de la persona, la salvación del bien común del pueblo y la trascendencia que mira ante todo a Dios y sólo de Dios deriva su esperanza y su fuerza.

Vamos a proclamar ahora nuestro Credo en esa verdad (fin de la Homilía).”

¡Cuántos Monseñores Romero necesitamos también hoy!

“El martirio es una gracia de Dios que no creo merecer. Pero si Dios acepta el sacrificio de mi vida, que mi sangre sea la semilla de libertad y la señal de que la esperanza será pronto una realidad.”

  *Los datos biográficos los he tomado de un escrito del P. Pablo Richard, de Costa Rica.

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