Los diferentes rituales que utilizamos en las celebraciones de los sacramentos contienen una parte, al inicio de los mismos, que le suele ocurrir lo que a la Iglesia Catedral Basílica de san Antolín en Palencia. Popularmente la llaman la «bella desconocida». Y es una lástima porque la riqueza teológica y pastoral que contiene es enorme. Hablamos de los «Praenotanda». Éstos aparecen en el Rituale Romanum desde la edición de Pablo V en 1614. En la Constitución conciliar Sacrosanctum Concilium, 63 se pide:
«En la redacción de estos rituales o particulares colecciones de ritos no se omitan las instrucciones que, en el Ritual romano, preceden a cada rito, tanto las pastorales y de rúbrica como las que encierran una especial importancia comunitaria.»
No se si los propios sacerdotes somos conscientes de la riqueza que esconden estas instrucciones y lo importante que es leerlas y releerlas de vez en cuando para enriquecernos con su teología y orientaciones de modo que seamos fieles a lo que la Iglesia celebra en cada rito.
En el ritual del matrimonio estas son algunas de las ideas que encontramos:
«La alianza matrimonial recibe su fuerza primordial del acto creador de Dios» (p. 1)
El matrimonio no es la consecuencia de la evolución ni algo creado para organizarse socialmente. La alianza matrimonial encuentra su autor en Dios mismo, es parte del diseño original en la creación. Lo recuerda de igual modo la Constitución pastoral Gaudium et Spes en su número 48:
«Fundada por el Creador y en posesión de sus propias leyes, la íntima comunidad conyugal de vida y amor se establece sobre la alianza de los cónyuges, es decir, sobre su consentimiento personal e irrevocable.»
Este número citado menciona el fundamento del matrimonio que es el consentimiento. No hemos de olvidar que el matrimonio es el único sacramento donde el ministro no es el sacerdote sino los propios esposos. Contrariamente a lo que algunos piensan, el matrimonio se fundamenta en ese consentimiento entre los esposos no en la bendición nupcial posterior. es decir, que no es que la bendición que pronuncia el sacerdote sobre los esposos sea lo que confiere el sacramento del matrimonio sino su consentimiento, su «Sí quiero».
Volvemos a los praenotanda para recoger otro fundamento:
«Tanto la misma unión singular del hombre y de la mujer como el bien de los hijos exigen y piden la plena fidelidad de los cónyuges y también la unidad indisoluble del vínculo» (p. 2)
Encontramos aquí tres puntos sobre los que se cimienta el matrimonio: el bien de los hijos, la plena fidelidad de los esposos y la unidad indisoluble.
Para no extendernos mucho en este artículo no analizamos minuciosamente cada número pero recomendamos desde aquí que se lean y se rumien, especialmente los primeros 11 números. Solo recogemos el número 8:
«Por el sacramento del Matrimonio los cónyuges cristianos significan el misterio de unidad y de amor fecundo entre Cristo y la Iglesia y participan de él; debido a ello, tanto al abrazar la vida conyugal, como en la aceptación y educación de la prole, se ayudan mutuamente a santificarse y encuentran ellos también su lugar y su propio carisma en el pueblo de Dios» (p. 8)
El matrimonio es imagen de la relación entre Dios y su pueblo. Una relación de amor, fidelidad y comunión. De aquí el valor enorme que la Iglesia da al sacramento del matrimonio y a su debida preparación.
Acabamos esta breve reflexión citando a Tertuliano (s. II) cuando escribió:
«¿Cómo podré expresar la felicidad de aquel matrimonio que ha sido contraído ante la Iglesia, reforzado por la oblación eucarística, sellado por la bendición, anunciado por los ángeles y ratificado por el Padre? Porque, en efecto, tampoco en la tierra los hijos se casan recta y justamente sin el consentimiento del padre. ¡Qué yugo el que une a dos fieles en una sola esperanza, en la misma observancia, en idéntica servidumbre! Son como hermanos y colaboradores, no hay distinción entre carne y espíritu. Más aún, son verdaderamente dos en una sola carne, y donde la carne es única, único es el espíritu. Juntos rezan, juntos se arrodillan, juntos practican el ayuno. Uno enseña al otro, uno honra al otro, uno sostiene al otro.
Unidos en la Iglesia de Dios, se encuentran también unidos en el banquete divino, unidos en las angustias, en las persecuciones, en los gozos. Ninguno tiene secretos con el otro, ninguno esquiva al otro, ninguno es gravoso para el otro. Libremente hacen visitas a los necesitados y sostienen a los indigentes. Las limosnas que reparten, no les son reprochadas por el otro; los sacrificios que cumplen no se les echan en cara, ni se les ponen dificultades para servir a Dios cada día con diligencia. No hacen furtivamente la señal de la cruz, ni las acciones de gracias son temerosas ni las bendiciones han de permanecer mudas. El canto de los salmos y de los himnos resuena a dos voces, y los dos entablan una competencia para cantar mejor a su Dios. Al ver y oír esto, Cristo se llena de gozo y envía sobre ellos su paz.«
Desde aquí nos unimos en oración por los matrimonios que inician su andadura, iglesia doméstica, y por aquellos que están pasando por dificultades para que bien amarrados en Cristo encuentren en Él la fuerza y la determinación de ser fieles a la promesa que un día hicieron delante de toda la asamblea..