El «Ars participandi»

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Recomiendo vivamente la lectura del artículo de Mn. Josep Urdeix en Revista Phase vol. 49, n. 293 del 2009 donde expone de manera excepcional este asunto del arte de participar en la sagrada liturgia.

Lejos del rigor de la reflexión de Urdeix me atrevo a compartir alguna reflexión que ha suscitado en mi solo el título.

Probablemente a la mayoría de lectores de estas líneas les resultan familiares las palabras de Benedicto XVI:

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“El primer modo con el que se favorece la participación del Pueblo de Dios en el Rito sagrado es la adecuada celebración del Rito mismo. El ars celebrandi es la mejor premisa para la actuosa participatio. El ars celebrandi proviene de la obediencia fiel a las normas litúrgicas en su plenitud, pues es precisamente este modo de celebrar lo que asegura desde hace dos mil años la vida de fe de todos los creyentes, los cuales están llamados a vivir la celebración como Pueblo de Dios, sacerdocio real, nación santa (cf. 1 P 2,4-5.9).”

Sacramentum Caritatis, 38

 El título de esta reflexión hace referencia directa a la participación activa de los fieles a la que hace referencia la reforma conciliar y que recoge Sacramentum Caritatis recordando que el arte de celebrar del ministro, fiel a la liturgia de la Iglesia, conduce a toda la comunidad al arte de participar. La liturgia no le pertenece al sacerdote ni tampoco a la comunidad, pertenece a la Iglesia-cuerpo que se une a Cristo-cabeza para alabar al Padre. Es la Iglesia-esposa unida a Cristo-esposo.

Solo con lo dicho en el párrafo anterior nos ahorraríamos el problema actual de los abusos litúrgicos fruto tanto del sacerdote que se cree dueño de la liturgia y hace y deshace a su antojo, como de las comunidades que creen que la liturgia se reduce al grupo que está ahí reunido en esa misa concreta olvidando que cada acción litúrgica es acción de la Iglesia.

La Sagrada Congregación para el Culto Divino en Liturgicae instaurationes, n. 1 afirma rotundamente:

“La eficacia de las acciones litúrgicas no está en la búsqueda continua de novedades rituales, o de simplificaciones ulteriores, sino en la profundización de la palabra de Dios y del misterio celebrado, cuya presencia está asegurada por la observancia de los ritos de la Iglesia y no de los impuestos por el gusto personal de cada sacerdote. Téngase presente, además, que la imposición de reconstrucciones personales de los ritos sagrados por parte del sacerdote ofende la dignidad de los fieles y abre el camino al individualismo y al personalismo en la celebración de acciones que directamente pertenecen a toda la Iglesia”.

Pero vamos a ahondar un poquito en eso del “ars participandi”, el arte de participar.

Partimos del importante concepto que Lumen Gentium 10 nos recuerda:

“El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico, aunque diferentes esencialmente y no sólo en grado, se ordenan, sin embargo, el uno al otro, pues ambos participan a su manera del único sacerdocio de Cristo.”

Tanto ministros como fieles participamos del sacerdocio de Cristo cada cual a su manera. Esta es la riqueza de la Iglesia, la diversidad de dones y de ministerios. Y ese cada cual a su manera nos recuerda otro peligro no menos habitual en nuestras comunidades que es tanto el ministro que tiende a desacralizar tanto la liturgia que la convierte casi en una reunión de vecinos (recordemos: Juan Pablo II, Carta Encíclica, Ecclesia de Eucharistia, n. 10) y la del fiel que juega a ser ministro ocupando los espacios o servicios que son propios del ministro ordenado. Lumen Gentium nos recuerda “ambos participan a su manera.”

El arte de participar en la liturgia se traduce en la participación consciente y activa en la acción litúrgica. No se es mero espectador.

La actitud de recogimiento; la participación en los “diálogos litúrgicos”; la plena consciencia en los gestos corporales y lo que pretenden significar como el alzarse, arrodillarse, sentarse; la escucha atenta de la Palabra; todo lo que ocurre en la celebración expresa la profunda comunión de toda la Iglesia, cuerpo de Cristo, ministros y fieles.

Cuando ahondamos en esta conciencia cada gesto, palabra o silencio se llena de significado y se convierte en oración.

La formación litúrgica tanto de los ministros como de los fieles es fundamental, no podemos aceptar con negligencia que nuestras comunidades estén celebrando la sagrada liturgia sin tener ni idea de lo que se está llevando a cabo y se caiga en un ritualismo mecánico carente de significado. Aceptar eso nos llevaría sin lugar a dudas al vaciamiento de la acción litúrgica. Nada más lejano a lo que realmente significa para la vida de la Iglesia el saber celebrar y el saber participar bien.

“La liturgia es la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza”

Sacrosanctum Concilium 10

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