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Winston Churchill, el sonriente rostro de un criminal de guerra

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I. John Cuthbert Ford fue un jesuita conocido en los EE UU y también fuera de su patria. Tal vez lo más destacado de Ford haya sido su dictamen minoritario como miembro de la Comisión de teólogos consultados por Pablo VI que luego incidiría en la  Humanae vitae. Décadas antes de esta opinión que le ganaría antipatía y marginación de parte de los jesuitas post-conciliares, Ford aplicó la ciencia moral al estudio de problemas relacionados con la segunda guerra mundial. Siendo norteamericano, y contemporáneo a esa guerra, el apego a su nación no logró torcer su juicio moral sobre acciones intrínsecamente malas perpetradas por los aliados. 

Es así que en 1944 Ford publicó un artículo de cuarenta y nueve páginas en el que pronunciaba un juicio moral sobre los bombardeos masivos llevados a cabo por Inglaterra y los Estados Unidos sobre los alemanes. En estos bombardeos, decía Ford, el blanco no es un objetivo militar bien definido, tal como se lo entendió en el pasado. Se trata del bombardeo estratégico por medios incendiarios y explosivos de centros industriales de población, en los cuales el blanco a destruir no es una fábrica definida, un puente u objeto similar, sino una amplia sección de toda una ciudad, que afecta de uno a dos tercios de toda su zona edificada, e incluye por su diseño las zonas residenciales donde habitan los trabajadores y sus familias. Esta clase de bombardeos implican necesariamente el daño a la vida, salud y bienes de muchos civiles inocentes, pues el blanco no es un objetivo militar bien delimitado. 

La explicación de Ford sobre las características de los bombardeos masivos es amplia y muy rica en datos. En cuanto a la moralidad, el estudio se detiene a considerar profundamente estas acciones a la luz del principio de doble efecto. La conclusión: el bombardeo masivo es un ataque inmoral sobre los derechos de los inocentes. Incluye la intención directa de causarles daño. Y aunque no incluyera esa intención, sería de todas maneras inmoral porque no habría causa proporcionada que justificase el mal causado. Legitimar esta práctica conduciría al mundo a la barbarie de la guerra total.

P. John C. Ford

El trabajo del jesuita sobre los bombardeos masivos contiene, además, algunos datos sugerentes sobre Winston Churchill y la pregunta acerca de la licitud de varios bombardeos aliados:

– El 27 de enero de 1940, Churchill condenó los bombardeos masivos alemanes como una “nueva y odiosa forma de guerra”.
– El 15 de julio de 1941 expresó la venganza como motivo de los bombardeos masivos: “Castigaremos a los alemanes con la misma o mayor intensidad con la que nos castigaron a nosotros”.

– Con la designación de Sir Athur T. Harris en cabeza del comando de bombarderos, el 3 de marzo de 1942, la fuerza aérea británica cambió de criterio y comenzó a practicar los bombardeos masivos. Responsable de la nueva estrategia, además de Harris, fue Clarence Eaker, comandante de la fuerza aérea norteamericana. Los líderes en Inglaterra reconocieron el cambio; Churchill dejó de condenar esta “nueva y odiosa forma de guerra” y prometió en el parlamento, el 2 de junio de 1942, que Alemania sería sometida a una “prueba que jamás ha experimentado ningún país”.
– El 10 de mayo de 1942, en un discurso radial, Churchill precisó que el objetivo de los bombardeos británicos serían “la vida y economía de esa organización totalmente culpable”, en referencia a toda Alemania como “esa organización”. El subterfugio fue considerar a las ciudades alemanas como fábricas militares. La solución sugerida para los miles de alemanes no combatientes: salir de las ciudades durante los bombardeos. Algo imposible.
– En su discurso radial del 10 de mayo de 1942, dio un nuevo giro a la regla de oro al afirmar que el bombardeo masivo perpetrado serviría para mostrar a una «raza de guerreros que, después de todo, hay algo en la antigua y todavía válida regla de oro”.
– Cuando Gran Bretaña adoptó por primera vez los bombardeos masivos como estrategia, Churchill los denominó un “experimento” pues no sabía si iban a funcionar. Sin embargo, el 7 de julio de 1943 dejó en claro que “el experimento vale la pena de ser puesto en práctica, siempre que no se excluyan otras medidas”. 
Coherente con su artículo de 1944, en sus “Notes on Moral Theology” de 1945, luego de mencionar las atrocidades cometidas por soviéticos, alemanes y japoneses, el Padre Ford tuvo la honestidad de condenar “la más grande y más extensa atrocidad singular en la historia contemporánea, nuestro bombardeo atómico sobre Hiroshima y Nagasaki”.
La estrategia de los aliados de involucrar deliberadamente a la población alemana no combatiente en los bombardeos masivos tuvo por fin desmoralizarla y fomentar una especie de golpe interno que acelerara la caída del Tercer Reich. También buscó minar el tejido social alemán, en especial la mano de obra. El resultado fue el asesinato de no menos de 600.000 civiles entre ellos 75.000 niños.

II. El cura bloguero José A. Fortea decía en una entrada de su bitácora titulada Winston Churchill, el sonriente rostro de la libertad que
“Churchill representa la libertad. Es la cara del defensor de la democracia. Su rostro optimista, alegre, algo pícaro, rebosaba vitalidad. Su cara no era el rostro de un mero ser humano, era el rostro de una nación que luchaba por los valores de la tradición, del cristianismo, del parlamentarismo, frente a un Nuevo Orden.”
Cierto que el «demonólogo» no se solidariza con los bombardeos masivos consentidos por el político británico. Pero tampoco hace referencia a la responsabilidad de Churchill por las atrocidades cometidas por los aliados, como las mencionadas por el jesuita norteamericano. Y nada dice del criminal bombardeo de la ciudad de Dresde. 

De acuerdo con la perspectiva moral del P. Ford nos parece que Churchill muestra el rostro de un criminal de guerra. Elogiarlo como paladín de los valores cristianos es una auténtica estupidez. 

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