| 24 enero, 2012
DE LA SANTIDAD A LA VOLUNTAD DE PODER
Pero no es de extrañar que una vez perdido este amor por lo sobrenatural, este sentido de lo espiritual, de los que debe ser guardián el clero, éste tenga conciencia de no servir ya para nada aquí en la tierra.
En consecuencia, para dar impresión de que es útil, de estar prácticamente “comprometido”, como se dice hoy día, nada sorprendente resulta ver a este clérigo unirse a los seglares en el plano de sus luchas temporales. Pero como a ese nivel el clero tiende a conservar cuanto hace que aún sea lo que es: es decir, las prerrogativas sacerdotales, se llega a la inversión de la función clerical más odiosa y totalitaria, como esos religiosos que, vestidos de seglar ordinariamente, parece que sólo se ponen los hábitos talares completos para hacer más explosiva su participación en cualquier reunión marxista.
Poco deseosos de conducir la sociedad a Dios, por medio de la doctrina social de la Iglesia, esos clérigos se encargan de conducir, en nombre de Dios, la sociedad a la Revolución. ¡Cómo si para ir en ese sentido fuera necesaria su intervención!
“Mediador de la Palabra divina y de la Gracia, caído al rango de mediador de la Historia y la Evolución”, escribe Marcel de Corte [4], “el clero progresista se alza sobre el pedestal y profetiza el advenimiento de los tiempos nuevos que verán al reino de Dios instalado por fin sobre la tierra bajo la forma de una Iglesia totalitaria universal (…). Estos sacerdotes ya no son sacerdotes, sino agitadores políticos (…); no sirven ya a una religión, sino a una política (…); no nos ayudan a elevarnos desde la tierra a lo alto, hacia el Cielo, sino que nos empujan horizontalmente para que arreglemos esta tierra. Al esforzarse en divinizar lo social y presentarlo como fin último del hombre, el clérigo se rebaja al rango de propagandista de la ideología colectivista. En lugar de hacer progresar al cristianismo en las almas lo hacen retroceder. Es el castigo de la voluntad de poder eclesiástica; cuanto mayor es este poder, más se debilita, pues destruye, por ello, todas las razones que existen para respetarle y obedecerle”.
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[4] “Progressisme et volonté de puissance”, Itinéraires, febrero 1967.