| 19 enero, 2012
Peligro de disputas o de “contestaciones” inacabables con los “nuevos curas”.
Porque esas disputas resultan dolorosas, agotadoras, provocan amargura, entenebrecen el alma, endurecen el corazón. Y, por otra parte, no resultan provechosas. Su fin ordinario es la crispación en actitudes rígidas, definitivamente hostiles.
Sin olvidar que es ínfimo el número de quienes, con competencia, con tono conveniente, pueden demostrar a su párroco que está equivocado.
¡Y cuántos, a pesar de tener razón, actúan equivocadamente…! Porque el argumento, que ellos creyeron hábil para oponerlo a su Vicario, no era el bueno. Porque la referencia a las Escrituras, al dogma y al Derecho Canónico invocaba en su “carta al Obispo” no era adecuada al caso contemplado. Porque el tono de su misiva era inadmisible, etc.
Con algunas raras excepciones, pues, el fracaso de este género de intervención es enorme.
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Aún hay que añadir que, si grande es el daño de semejantes disputas, el peligro también real y no menos desastroso consiste en dejarse envolver, neutralizar en lo temporal por los “nuevos curas”.
Peligro de desconocer la obligación de un combate eficaz contra las fuerzas subversivas por escrúpulos clericales… porque tal cura pretende que Marx es bastante menos dañino de lo que se ha creído… porque tal párroco apenas se molesta por entender que las encíclicas están superadas. Porque los marxistas son aplaudidos calurosamente por los clérigos, religiosos o religiosas que asisten a las semanas de intelectuales católicos. Mientras los cristianos reputados “integristas” son cuidadosamente apartados de ellos.
Tentación que turba tanto más cuanto algunos nos invitan a sostener una prensa vendida en las iglesias, que es favorable a las mismas ideas.
Resultado: consideran su deber, en contra de sus sentimientos (y contra la evidencia de las desilusiones más patentes) [3], seguir a los clérigos EN ESTO. Ocurre porque estos seglares no se hallan suficientemente seguros del derecho que la misma Iglesia les reconoce de no estar obligados a obedecer a los clérigos EN ESTO.
Seglares, éstos, que no son suficientemente conscientes ni están suficientemente penetrados de la sabiduría divina de esta fundamental distinción de lo espiritual y de lo temporal.
Únicamente esta distinción puede permitir la determinación del terreno en el cual los derechos del seglar son lo suficientemente claros para que no continúe enzarzándose en disputas con su párroco.
Únicamente esta distinción puede permitir la determinación del dominio en el cual los derechos del seglar son lo bastante evidentes para que no se deje envolver, neutralizar por los clérigos. Aunque estos últimos sean sinceros y bien intencionados.
Tanto es así que las mejores vecindadas son aquellas donde el respeto de los límites es más delicadamente observado mientras que surge rápidamente la enemistad hacia el amigo que salta las lindes e invade el terreno ajeno; o bien… hacia el clérigo más preocupado de los asuntos temporales que del cuidado de las almas.
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[3] Cfr. en el caso de Argelia la declaración de S.E. Mons. Duval: “Todo permitía esperar…” ¿Todo?