Micaencio iba pensativo en el tren sobre lo sucedido en el colegio mayor Melibea, mientras veía como iba cambiando el paisaje a medida que se internaba en la sierra madrileña. Pensaba que lo que había escuchado representaba, no el parecer de esa institución, sino opiniones particulares, dado que su fundador siempre había celebrado la Misa tradicional. (O eso le habían contado antes de la promulgación del Motu Proprio). Sin duda, todo volverá a sus cauces, pensaba. Entretenido con estos pensamientos, llegaba al pueblo de su abuela materna, Cuca, cuyo nombre tenía hidalgas resonacias: Perejal del Melonar. Pensó en ir a Misa y saludar al párroco que le infundió las aguas bautismales, en uno de esos periplos veraniegos que su familia solía pasar allí. La Misa estaba ya por la mitad, a pesar de que pasaban cinco minutos de su comienzo. Don Robustiano rondaba ya los ochenta años; se comía la mitad de las palabras. La escena le resultaba familiar: llevaba una casulla antigua, de aquellas de guitarra, típicas de España, que tan poco le gustaban a Micaencio; prefería las que veía en las fotos en diversos sitios de internet, más ampulosas y ricamente decoradas. El alba usada era el de toda la vida, de aquellas de redecilla, con lo que podían vérsele los pantalones marrones. Como se trataba de un alba antigua, el cuello le quedaba muy abierto, y podía verse asomar una camisa de cuadros, de las que tanto le gustaban a don Robustiano. En la iglesia, unas pocas señoras, que a pesar de pasar todo el canon de rodillas, cuando llegaba el momento de la comunión, todas lo hacían en la mano. Se fijó Micaencio en la cruz que estaba en el altar; pero no era fruto de la imitación del ejemplo litúrgico del Papa actual; don Robustiano la puso en el altar hace unos veinte años y ya no la movió de ahí. Junto con la cruz, tenía todos los leccionarios a un lado del altar, diversas agendas, una botella de agua mineral, unas gafas y algún que otro mechero. Poco cuidadoso, pensaba Micaencio.
Tras el final de la Misa, Micaencio se acercó a la sacristía. Más que sacristía era una sala multiusos. Entre diversos muebles de gran solera, había una imagen de la virgen de Fátima, el palio del Santísimo, los libros parroquiales, un maquinillo para cortar la hierba, unos plásticos, bolsas con “formas” para consagrar, cajas con manzanas, y una sotana bastante vieja colgada en una de las perchas, que aún don Robustiano empleaba de vez en cuando para dar algún sacramento, o para acompañar a los difuntos al cementerio.
D. Robustiano: Coño, que milagro muchacho! –dijo exhalando una mezcla de olores a tabaco, incienso y aguardiente .
Micaencio: Pues ya ve, vengo a saludar a la familia y de paso salgo un poco de la capital.
D.R: No me extraña. No sé cómo se puede vivir en esa ciudad. ¿Qué te cuentas?
Micaencio: Pues nada, la universidad, mis artículos… ¿Tiene usted internet?
D.R. Estás de coña, verdad. ¿Yo para qué demonios quiero eso? Lo que me puse fue el digital plus, por aquello de los partidos de fútbol. Por cierto … [larga digresión sobre el Real Madrid, de que debía haber ganado la liga, fuertes exabruptos contra los árbitros, la liga de fútbol profesional y expresiones impronunciables sobre el F.C. Barcelona]
Micaencio: Es que no sigo mucho el fútbol realmente
D.R.: Sí, ya sé. ¡Hazte un hombre, muchacho! ¿Quieres una copa de aguardiente? Tengo aquí uno buenísimo.
Micaencio: ¿A estas horas? No, gracias.
D.R.: ¡Así está España! ¡Quién va a levantar esto, que país! ¡Gente joven y leña verde, todo es humo! [ larga digresión sobre la comparación entre los jóvenes de ahora y los de hace cuarenta años, decididamente favorable a la de hace cuarenta años]
Micaencio: ¡Por cierto! ¿No le dije que asisto con regularidad a la Misa tradicional? Es con permiso del sr. Arzobispo
D.R.: ¿Tradicional? Ah… la misa de antes, ah algo oí en la reunión del arciprestazgo. Que vamos atrás en vez de ir adelante…
Micaencio: No, no. El Summorum Pontificum nos habla de la igualdad de la forma ordinaria y la extraordinaria.
D.R. ¿Qué dices?
Micaencio: Es como se denomina a la misa “actual” y a la de “antes”
D.R. : Lo que inventan, chico. Tantos experimentos para volver a lo mismo. Siendo cura he tenido que aprender cuatro misas distintas. Mejor quedarnos con lo que hay, es que si no, cada uno hace lo que le da la gana. Además ¿no estaban excomulgados los que iban a la Misa de antes?
Micaencio: No, no, por favor. Se exige a los que van a la Misa tradicional que deben respetar al Papa, al Obispo diocesano, y al párroco, aceptar el Concilio y la validez, licitud y legitimidad de los sacramentos aprobados por Pablo VI.
D.R.: Hombre! Pues me alegro, porque de los que vienen los domingos a Misa aquí, les trae al pairo lo que diga el Papa, les parece bien que los gays se casen, que los curas se casen, que las mujeres sean curas, los anticonceptivos, y de confesarse nada, eso sí, a comulgar como locos. Ya hacía falta algo de orden. Si no aceptan lo que dice la Iglesia, hala, puertas cerradas. Este domingo ya los voy a poner a caldo.
Micaencio: Bueno… es distinto. Eso es otra cosa, porque en la forma ordinaria no hay problemas de aceptación del Vaticano II y de la validez y legitimidad de los sacramentos.
D.R. Pero que pardillo eres… Vente un día a una reunión de catequistas y pregúntales a ver que opinan del Papa, de los anticonceptivos, de la confesión. Siguiendo lo que has dicho antes,¿ no deberían poder tener derecho a los sacramentos, no?
Micaencio: Bueno, eso el documento no lo dice. Supongo que eso es responsabilidad del párroco, en formar a la gente…
D.R. No digas gilipolleces. El “párroco” es el que menos pinta en todo esto. O sea que si te piden una Misa por la forma extraordinaria, se la dices, y les tienes que examinar a fondo de sus creencias religiosas. En cambio, en la forma ordinaria, la mitad no creen en el sacramento de la confesión, y por ende, en el pecado mortal, y por ende en la posibilidad de la condenación eterna, y da igual. ¿Entonces? Ya no estoy para estos trotes…
Micaencio: ¿Sabría usted celebrar la forma extraordinaria?
D.R. Creo que sí, es la misa de mi ordenación, y la celebré unos cuantos años. Fíjate, este es el tercer nocturno de maitines del día de difuntos [Don Robustiano improvisa un recital de gregoriano manifiestamente mejorable con su voz ronca y un tanto quebrada] Pero eso ya no es para nosotros. Cuando vino el Concilio, los curas que se dedicaron a arrancar retablos, acabaron en las mejores parroquias. Los demás, nos adaptamos como pudimos. Después los que arrancaban retablos y se hacían de izquierdas empezaron a estar mal vistos. Estabas mal visto si usabas sotana, conque nos la quitamos todos. Ahora está mal visto ir de paisano, pero también usar la sotana. Se impone el clergyman gris, o azul. Esas cosas. Yo paso. Creo que son modas. Quienes tienen que ponerse de acuerdo son los que mandan, que los de mi edad ya hemos tenido que cambiar demasiadas veces. Quizás demasiado esfuerzo para nada. Voy a echar la partida de mus, ¿te vienes?
Micaencio: Quizás más tarde
No las llevaba todas consigo Micaencio. Pensaba en escribir una entrada en su blog basándose en lo que había escuchado, pero no sabía muy bien cómo enfocarla.
(continuará)