Puritanos eclesiales

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En la furia antilefebvriana desatada por Arráiz y sus seguidores resulta frecuente el empleo tópicos como «no pertenecen a la Iglesia», «están fuera de la Iglesia», «no son católicos», «no pueden ser católicos», etc., como si estas sentencias fueran la consecuencia necesaria de cualquier divergencia doctrinal o el efecto ineludible de la imposición de una sanción canónica. Desde la eclesiología tradicional, es posible enjuiciar estos tópicos como un exceso de simplificación, que además bien podrían calificarse de puritanismo eclesial. Transcribimos unos fragmentos del p. Sauras, OP que resultan esclarecedores.

Que los fieles que viven en pecado mortal pertenezcan al cuerpo místico es una verdad fuera de toda duda. Abundan los datos positivos en su abono, y la teología explica cómo sucede esto. La fe informe es un don gratuito, sobrenatural, que une con Cristo a quien la posee, aunque esta unión no sea tan perfecta que llegue a justificar.

Periódicamente se ha suscitado la cuestión de quiénes pertenecen a la Iglesia, y no han faltado soluciones que pudiéramos llamar rigoristas o puritanas, que excluyen de ella a los pecadores, soluciones que siempre han sido condenadas. Es, pues, cierto, que pertenecen a ella. Quizá acordándose alguien de la distinción entre el cuerpo y el alma de la Iglesia llegue a pensar que los pecadores pertenecen al cuerpo porque están bautizados y poseen el carácter sacramental. Así es, pero no es esto todo; en algún sentido pertenecen también al alma, porque, además del carácter, tienen la fe, que no desaparece con los pecados mortales, y la fe es un elemento sobrenatural inicialmente vivificador. Quien la posee está ya en conexión con el alma de la Iglesia.
El hecho de la pertenencia de los pecadores al cuerpo místico lo encontramos afirmado de muchas maneras. Negativamente, en la condenación de las doctrinas que afirmaban que solamente los buenos forman parte del cuerpo místico; positivamente, en algunas expresiones de la Escritura y de los Padres. (…)
El caso de los excomulgados es complejo; en parte coincide con el de los pecadores, en parte es más grave, en parte puede ser menos. Los excomulgados son miembros en acto del cuerpo místico, a pesar de su excomunión, siempre que no sean reos de un pecado de infidelidad. Si están excomulgados por algún pecado externo grave, que no es de infidelidad, están unidos a Cristo en acto por la fe. Y si poseen la fe, pueden ponerse en trance de conversión y unirse a la Cabeza con los otros principios de que hemos hablado en el párrafo anterior, pues de la fe parten la esperanza, el amor inicial de Dios y el odio al pecado.
La dificultad aparente surge de la misma palabra excomulgados, que quiere decir fuera de la comunión, o de la unión, o de la comunidad. Y como la unión o la comunidad eclesiástica es, fundamentalmente, espiritual, parece que deban estar fuera de ella y, por lo tanto, que no sean miembros actuales del cuerpo místico.
La excomunión es una censura con la que el excomulgado queda excluido de la comunión de los fieles. Se da a determinados delincuentes, pues es una pena eclesiástica, y la pena supone falta. Por lo que, en la estimación de quien excomulga, el excomulgado está en pecado grave.
Pero es necesario distinguir bien los dos aspectos: el de pecado y el de censura. Por el primero, el excomulgado carece de la gracia santificante, que perdió al pecar; por el segundo carece de la comunión espiritual de los fieles; privación a la que le somete la Iglesia por haber pecado. Pero ya se comprende que esta sanción no causa en él la carencia de la gracia santificante, sino que la supone. La única carencia que causa es la de la ayuda que el sujeto en cuestión podría percibir de los fieles.
¿En qué medida se desconectan los excomulgados de los bienes espirituales que acabamos de nombrar? De la gracia santificante totalmente. Ningún pecado mortal es compatible con ella. Pero esto no quiere decir que el pecador se desconecte totalmente de Cristo (…). Los excomulgados que están en verdadero pecado mortal, caso de no ser pecado de infidelidad, están conectados con Cristo mediante la fe, y, si se ponen en trance de conversión, pueden conectarse también con la esperanza informe, con el amor inicial de Dios y el dolor de atrición. Todo esto son principios sobrenaturales que producen en él una vida sobrenatural lánguida, insuficiente para justificar, pero vida al fin.
Puede darse el caso incluso de que los excomulgados estén más unidos a Cristo que los pecadores; puede ser que se le unan en caridad. Sucedería esto cuando la excomunión se impusiera por un delito grave, probado en el foro externo, pero inexistente en el foro interno. La Iglesia está sujeta a fallo en estos asuntos externos, y se da la posibilidad de que excomulgue a un inocente. Y aun en el caso de que esta contingencia no sucediera nunca, puede suceder esta otra: el excomulgado no está desconectado de Cristo; se une a El mediante la fe, y puede unírsele también mediante los otros principios que disponen próximamente para la justificación. A la disposición próxima sigue la infusión de la gracia, y el excomulgado quedaría justificado. Es cierto que para la justificación es necesaria la confesión y que los excomulgados no son admitidos a la recepción de los sacramentos. Todo esto es discurrir a base de lo que sucede siguiendo la vía ordinaria de la infusión de la gracia.
Pero hay vías extraordinarias por las que la gracia santificante llega al hombre. Este se puede justificar con un acto de contrición, que lleva implícito el voto del sacramento de la penitencia. En este caso tendríamos un individuo justificado sujeto a excomunión, pues por el voto de la penitencia no se levanta la censura. Como se advierte, a pesar de ser excomulgado, a pesar de tener la censura, que le separa de la comunión de determinados bienes espirituales con los fieles, poseería la comunión perfecta con Cristo; se uniría a El como los justos, con la unión perfecta de la caridad.

* Tomado de: SAURAS, E. El Cuerpo Místico de Cristo. BAC, Madrid, p. 618 y ss.

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