| 29 junio, 2012
La gran oleada de conversiones, a consecuencia del movimiento de Oxford, produjo un conflicto impensado entre los antiguos católicos y los conversos. Éstos veían a los primeros como intelectualmente retrasados, apáticos y estancados. De hecho, desde la Reforma y hasta la llegada de la oleada de conversiones, el laicado había estado aislado de la vida intelectual y pública de Inglaterra.
La brecha entre ambos se amplió en la década de 1850. La división alcanzó incluso al episcopado, siendo notorio el encolumnamiento del Cardenal Wiseman con los conversos y de su coadjutor Errington con los antiguos católicos.
Pero, a su vez, los conversos mismos estaban divididos. Por un lado, el partido representado por Faber, Ward y Manning, caracterizado por sus extravagancias litúrgicas romanizantes y su férrea concepción acerca de la obediencia a las autoridades eclesiásticas. El otro, menos numeroso, recibía su inspiración de Newman, y lo caracterizaba su preocupación por la formación intelectual, su énfasis en el papel del laicado y, dentro del respeto debido a las autoridades eclesiásticas, de la libertad de pensamiento y de investigación. Dentro de los oratorianos está situación se plasmó en la división de los oratorios de Birmingham y Londres, en correspondencia con sus dos máximas figuras, Newman y Faber.
En 1854, Richard Simpson, otro converso oxoniense, especialista en Shakespeare, comenzó a colaborar con la revista. Su presencia acentuó la inclinación de la publicación hacia lo que podríamos denominar la «izquierda católica». Asimismo, Simpson transmitió a la revista su particular espíritu polémico y desinhibido, carente de respeto humano. Las polémicas no tardaron en hacerse presentes. Newman se mantuvo cerca de la publicación, ejerciendo una función moderadora cuando los borradores de los artículos contenían doctrinas erróneas o, por lo menos, cuestionables en su formulación y peligrosas para los lectores. Desde siempre estuvo en contra de que laicos autodidactas escribieran acerca de teología.
En 1856, dada la deficiente salud de Capes, y pese a estar inmerso en una polémica por un artículo de dudosa ortodoxia sobre el pecado original, Simpson asumió como editor asistente.
Hacia 1858, Capes abandonó la publicación, Simpson asumió como editor y se incorporó al staff el joven Sir John Acton. Todo esto significó un giro en la dirección de la revista. De ser inicialmente el órgano de los conversos, pasó a representar a un grupo dentro de éstos: el de los católicos liberales, quienes sostenían que el Catolicismo no debía perderle pisada a los progresos de la razón y de la ciencia en un clima de libertad.
Es muy importante aclarar que, a diferencia de los modernistas de la generación posterior, ellos no pretendían cambiar los dogmas, los cuales consideraban el núcleo central de la fe, sino las formas teológicas de expresión y explicación de esos principios, de tal modo que fuesen compatibles con el pensamiento moderno.
Simpson y Acton tenían en gran estima a Newman; lo consideraban el símbolo de catolicismo inglés ilustrado al cual aspiraban. Por su parte, Newman también estimaba al Rambler, pero temía el desarrollo de sus tendencias y se propuso evitar el previsible conflicto con las autoridades eclesiásticas.
El choque tuvo lugar a mediados de 1858, con motivo de un provocativo artículo de Acton en el que, de pasada, sostenía que Jansenio, tal como siempre había afirmado, efectivamente había extraído su doctrina herética de la lectura de las obras de San Agustín. El artículo produjo una considerable polémica, la cual se vio incrementada por una carta de Ignaz Dóllinger el teólogo alemán, maestro de Acton, quien redobló la apuesta mostrando, con su tremenda solvencia histórico-científica, que en el ardor de la polémica antipelagiana, San Agustín había ido a veces demasiado lejos y sostenido doctrinas ajenas a la doctrina revelada, que incluso habían sido criticadas por teólogos en su momento, y que Jansenio había abrevado en ellas para elaborar su doctrina heterodoxa.
Como es de imaginar, esto originó una tremenda polémica en el seno del catolicismo inglés, llegando Faber a denunciar al Rambler ante el Santo Oficio. Wiseman tomó partido en contra de la revista, con la cual venía sosteniendo ríspidas relaciones, y lanzó en contra de la misma al ala ultramontana de la Iglesia, la cual enfatizaba el papel de la autoridad de la Iglesia como solución a las dificultades doctrinales y como guía en la conducta práctica.
Tomado de: Baliña, Carlos. Estudio preliminar. En: Newman, John Henry. LOS FIELES Y LA TRADICIÓN. Ed. Pórtico. Buenos Aires, 2006, p. 13-16.