Lombardi y el control de armas: otra clericalada

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El jesuita Federico Lombardi es el vocero del Vaticano. Para evitar malos entendidos originados en su función, debiera extremar su prudencia al hacer declaraciones. Porque existe el peligro de que sus puntos de vista personales sean atribuidos a la Santa Sede. 
En el pasado, Lombardi ha dado muestras de declaraciones imprudentes o representativas de clericalismo democristiano, siempre a tono con lo políticamente correcto. Lo que aumenta la confusión sobre el valor de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI). Porque en rigor, no puede decirse que exista una doctrina social o política de la Iglesia, sino una doctrina moral sobre asuntos políticos y sociales, fundada en verdades reveladas y de naturaleza filosófica. Y dentro del marco de esa doctrina moral, hay un amplio campo para la determinación prudencial de diversas soluciones y una considerable variedad de posibles aplicaciones técnicas. En el caso que nos ocupa, la DSI puede dar unos principios morales generales sobre la tenencia de armas de fuego como instrumento de defensa personal, pero no puede –sin invadir la esfera de lo político, respecto de la cual es incompetente por designio divino- imponer soluciones de política prudencial, que corresponden a los Estados, ni mucho menos descender a los medios técnicos para instrumentar tales soluciones.
Los frutos de la intrusión clerical en cuestiones temporales son lamentables. Se oscurece la DSI con agregados que no le pertenecen, se mutila la función de la prudencia política, se menoscaba la legítima libertad de los católicos de proponer diferentes soluciones concretas sobre un asunto esencialmente opinable y se afecta la distinción entre laicos  y sacerdotes.
Lo cierto es que corresponde a los laicos norteamericanos, y no al jesuita Lombardi, debatir y decidir cuál será la mejor solución concreta al problema de la tenencia de armas de fuego. Seguramente algunos propondrán una legislación más restrictiva y otros estarán a favor de mantener el actual régimen legal, que es bastante permisivo. En todo caso, insistimos, es un asunto de prudencia político-legislativa.
Transcribimos el artículo de Lombardi pues resulta un claro ejemplo del clericalismo que ya hemos criticado en nuestra bitácora:

Las iniciativas anunciadas por la administración estadounidense para la limitación y el control de la difusión y el uso de las armas son ciertamente un paso en la dirección correcta. Se calcula que los estadounidenses posean hoy en día aproximadamente 300 millones de armas de fuego. Nadie puede ilusionarse con que solo baste limitar su número y el uso para impedir en el futuro masacres horrendas como aquella de Newtown, que ha sacudido la consciencia estadounidense y mundial u otras, ya sea de niños o de adultos. Pero sería mucho peor contentarse con las palabras. Y si las masacres son perpetradas por personas desequilibradas o arrastradas por el odio, no hay duda que sean efectuadas con las armas. 47 líderes religiosos de varias confesiones y religiones han dirigido un llamamiento a los diputados estadounidenses para limitar las armas de fuego que “están haciendo pagar a la sociedad un precio inaceptable en cantidad de masacres y muertes insensatas”. Estoy con ellos.

Pero mientras la sociedad estadounidense está empeñada en este debate de necesario crecimiento civil y moral, no podemos dejar de extender la mirada para recordar que las armas, en todo el mundo, consideradas en parte como instrumento de legitima defensa, son también seguramente el instrumento principal de amedrentamiento, violencia y muerte. Por eso es necesario repetir sin cesar los llamamientos para el desarme, para contrarrestar la producción, el comercio, el contrabando de armas de todo tipo, alimentado por indignos intereses económicos o de poder. Ojalá se alcanzaran resultados, como las adhesiones a las convenciones internacionales, la prohibición de las minas antipersonales y de otras formas de armas mortales, la reducción del número inmenso y desproporcionado de las cabezas nucleares. Pero las armas son y serán siempre demasiadas. Como decía el Papa volando hacia el Líbano, todos estamos consternados por las masacres en Siria, pero las armas continúan llegando. La paz nace del corazón, pero será más fácil alcanzarla si tendremos menos armas en las manos.

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