Las críticas a los movimientos (I)

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Publicamos hoy un correo de nuestro lector Ludovicus sobre las críticas a los movimientos. 

Con motivo del acto de los neocatecumenales en Madrid al cierre de las JMJ, se ha suscitado un fuerte debate respecto de los alcances de las críticas a los neomovimientos. Algunos señalan que tales críticas resultan inoficiosas, habida cuenta del respaldo con que contarían en la jerarquía católica, manifestado en la presencia de un centenar de obispos y las constantes referencias laudatorias del magisterio pontificio.
Otros arguyen que considerar enemigos a los integrantes de estructuras eclesiales aprobadas por ese magisterio denota desobediencia e incluso soberbia diabólica al pretender saber más que los pastores. Otros, en fin, sugieren que el motivo de tanta oposición es la envidia y el pecado de quienes impugnan los frutos innegables del Espíritu, que se evidencia en tantas conversiones, rescates de la droga y del suicidio, etcétera.
Habrá que explicar nomás los motivos de nuestra posición frente a los neomovimientos, que no es enemistad hacia los miembros, ni hacia los neomovimientos en sí, sino a las derivas sectarias y heteropraxis de los mismos. Esto es importante, porque en estas estructuras los miembros, sus cuitas pasadas, su presente redento suelen aducirse como «rehenes» de la estructura fallida. Bombardear dicha estructura conlleva herir a los miembros, parece ser la falacia.
En primer lugar, dejar claro un principio doctrinal-moral: las consecuencias no justifican ni santifican ningún instrumento. Los adventistas, los mormones, los testigos, pueden ostentar miles de personas rescatadas de la droga y del suicidio, sin que por ello sus estructuras queden justificadas en lo más mínimo. Aún en el caso de que en estas sectas la gente se acerque a Dios, deberá ponerse en la cuenta de la acción directa y misteriosa de la gracia, no de las estructuras. El Espíritu Santo no se vale de las estructuras fallidas como instrumento, al menos qua fallidas, en cuanto fallidas, diga lo que diga cierta teología posconciliar. Si acaso, serán ocasión de conversión, no causa, ni siquiera instrumental, como puede ser ocasión de conversión una enfermedad o el mismo pecado. Etiam peccata. La consecuencia no justifica los medios. El fin no justifica los medios, ni los miedos.
Lo que justifica una estructura social, cualquiera sea, es su ordenación al bien común, a través de relaciones intersubjetivas sanas tanto desde la perspectiva natural como sobrenatural. Dicho de otro modo, una sociedad, cualquiera sea, se juzga por la conformidad de sus relaciones humanas con la razón y la fe. Nada más. Será sana, desde el punto de vista natural, una estructura en que los miembros, en primer lugar, sean respetados como personas morales libres y autónomas psíquica, social y económicamente, se estimule el ejercicio de la razón crítica, en la que no exista manipulación ni coerción, ni se fomente la inmadurez psíquica, ni el culto al líder, etcétera.  Será sana, desde el punto de vista de la fe, la estructura que no suplante a la Iglesia universal, que respete íntegramente las fuentes de la Revelación, Escrituras y Tradición, que mantenga el orden de prelación jerárquica de las verdades de fe, que no genere idiosincrasias particulares al margen de la tradición católica, etcétera. Esta sanidad sobrenatural no es suplida por la aprobación canónica, es intrínseca y debe ser corroborada y corregida permanentemente, a través de un control eficaz de la autoridad que ha  brillado por su ausencia, como lamentablemente se ha constatado en las últimas décadas.
¿Cuál es el peligro de una estructura fallida desde el punto de vista natural? Pues la reproducción del patrón sectario, que responde a tendencias patológicas de la psiquis humana y de la sociología de las organizaciones, de cualquier organización por más católica de nombre que sea. Un fundador con tendencias narcisísticas y con miembros con baja autoestima son una invitación permanente a la reproducción de tendencias sectarias, para peor con una licencia de corso por el añadido de la nota de «católica» a la organización. Las similitudes que surgen con sectas no católicas constituye inmediatamente un escándalo tanto para el observador creyente como para el escéptico. Al final, todo parece dar en lo mismo. Ahora bien, una estructura social fallida genera víctimas, produce o agrava patologías psíquicas. Dolor en los miembros pues, dolor que puede ser santificante -de nuevo la ocasión de la gracia- pero que no es lícito inferir gratuitamente. La gracia no puede ser excusa para lesionar lo natural.
¿Cuál es el riesgo de una estructura sectaria a la luz de lo sobrenatural? En primer lugar, el antitestimonio referido, que lleva a identificar modos sectarios con la praxis  católica. Se llega a pensar que ser católico es buscar el éxito a rajatabla; o que consiste en justificar todas las acciones del fundador; o vivir en un estado de permanente acriticismo, de embobamiento alegre y conformista; o preterir la familia a los fines de la organización, etcétera. En segundo lugar, los famosos «rebotados». Ex miembros que al salir de las organizaciones, sufren el efecto de acople entre la «fe» tal como la han recibido de la organización y la verdadera fe, y tiran el agua sucia de la bañera con el bebé adentro. Infidelidad pues, odio a la Iglesia, y los innúmeros males de la apostasía, agravados por la acusación de los de adentro de «resentimiento».
¿Qué hacer?  Pues lo dejamos para otro artículo. En principio, no propiciamos ninguno de los dos temperamentos viciosos: ni la destrucción de los movimientos, en un acto similar al de la bañera, ni seguir en una actitud pasiva donde la falta de control permite absurdos que saltan a ojos vista y que producen irrisión en los increyentes. La virtud está en el medio, y se llama control de la autoridad, abnegación de los fundadores, sobre todo de particularismos e idiotismos inútiles, y renuncia de los miembros a querer ser distintos. Y en todo, mucha fe, pero también mucha razón. Mucha razón.
Seguiremos…

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