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La Iglesia indefectible

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La indefectibilidad de la Iglesia es una verdad de fe. Pero para precisar el contenido de esta verdad resulta de capital importancia distinguir entre lo que enseña la Iglesia y las opiniones de algunos teólogos.

Esta nota de indefectibilidad es una realidad que está como contenida entre un límite inferior, por debajo del cual la Iglesia no puede caer, y un límite superior, que no podrá sobrepasarse hasta la Parusía. Si se exagera la indefectibilidad de la Iglesia, como suelen hacer conservadores y ultramontanos, elevando demasiado el límite inferior, la confrontación con la realidad -histórica o presente- puede suscitar notables perplejidades y hasta ser peligrosa para la fe. Si se baja en exceso el límite inferior,  el resultado es una defectibilidad eclesial de cuño protestante.
La concepción teológica que hipertrofia el carácter indefectible de la Iglesia tiene un subproducto: esa apologética boba, generadora de leyendas áureas, triunfalismos selectivos, obediencias extremas, jerarcolatrías anónimas y ceguera para percibir deficiencias de las autoridades eclesiásticas. Razón por la cual es conveniente contrarrestar esta concepción con una exposición equilibrada del dogma.
Ofrecemos una breve explicación del tema que esperamos ayude a perfilar mejor los límites de una verdad que no debe enloquecerse. Los papas Honorio I y Alejandro VI debieran ilustrarnos  sobre la permisión divina respecto del Romano Pontífice como parte de la Iglesia.

Tesis IX. La Iglesia es indefectible en el cumplimiento de su misión.

Honorio I.

Esta tesis es de fe, en el sentido que vamos a precisar ahora. Con el término «indefectibilidad» apuntan los teólogos a tres certezas relativas a la Iglesia: 1) la Iglesia no perecerá; 2) la Iglesia no desfallecerá; 3) la Iglesia subsistirá hasta el final tal como Cristo la ha querido y fundado, sin experimentar cambios sustanciales que pudieran equivaler prácticamente a su desaparición.(…)La indefectibilidad de la Iglesia se reduce, en el fondo, a la fidelidad de Dios para con ella, fidelidad que explica y funda por sí sola esa indefectibilidad: como acabamos de ver, Dios le ha dado su palabra y no se retractará.
Así, pues, para dar todo su sentido a esta indefectibilidad, no debemos separarla de otro aspecto del  misterio eclesial, a saber, el de la alianza, que traduce la voluntad de Dios de no llevar a cabo su designio de salvación sin la colaboración del hombre. La indefectibilidad, por consiguiente, no hace superfluo el trabajo del hombre, sino que, al contrario, lo supone y lo estimula.«Es preciso sostener… que Cristo quiere el concurso de sus miembros… Misterio insigne sobre el que jamás se reflexionará bastante: la salvación de muchos depende de las plegarias, de las mortificaciones… y de la colaboración que los pastores y los fieles… deben aportar a nuestro divino Salvador» (Mystici corporis, en CEDP, 1. I, p. 1038-1039).Sin embargo, hay que guardarse muy bien de confundir la indefectibilidad de la Iglesia con su triunfo o con su perfección. Cristo, en efecto, ha prometido a su Iglesia que sería victoriosa, no triunfante. Incluso le predijo positivamente lo contrario (Jn. 15, 20). Nunca le prometió que iba a ser perfecta. En su indefectibilidad (o, como acostumbraban decir los padres, en su «virginidad»), la Iglesia de este mundo estará marcada hasta el final por los límites, las imperfecciones y los pecados de sus miembros. Así, pues, se evitará siempre con sumo cuidado el doble escollo al que nos hemos referido ya en la presente obra: minimizar la realidad humana en nombre de lo divino, evacuar lo divino en nombre de lo humano. Concretamente, las dificultades humanas no nos autorizan a olvidar la promesa divina, ni esta promesa nos dispensa de ver y resolver los problemas humanos.

Alejandro VI.

(…) Referida a la totalidad del misterio eclesial, la indefectibilidad no significa en modo alguno: 1) la indefectibilidad de cada iglesia particular; 2) la indefectibilidad individual de los miembros de la Iglesia, ni siquiera de los más eminentes. Así, pues, garantiza solamente la vida y la fidelidad del conjunto de la Iglesia.

Tomado de:

 Faynel, P. La Iglesia. Herder, Barcelona, 1974: pp. 41-44.


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