La Iglesia caótica

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No aludimos con nuestra entrada al articulete de d. Tomás de la Torre, sino a un fragmento de Mons. Brunero Gheradini que ilustra muy bien el caos post-conciliar.

No me interesan las historias personales de Kiko y Carmen, aunque la impresión es que no son muy edificantes. Sólo me importa la fidelidad a la doctrina de la Iglesia, la cual nos viene propuesta en su identidad secular por la Sagrada Tradición. No tengo la posibilidad de una verificación directa en los textos oficiales del Camino Neocatecumenal, ya que estos textos sufren una suerte de “secretización». Alguno, sin embargo, los tuvo entre manos y, citándolos literalmente, los llevó al conocimiento de todos [E. Zoffoli, Verità sul Cammino neocatecumenale, testimonianze e documenti. Ed. Segno, Udine 1996]. Ninguna duda de que de esas citas emerge la evidencia de la herejía. Especificarla sería una empresa ímproba: es una herejía en toda la línea. En particular, la que se presenta en orden al misterio de la Eucaristía. Ahora, la herejía es un «bubón que se corta», como escribió Karl Barth acerca de la mariología católica; un obispo, a quien yo había señalado esta situación, me respondió: «Pero rezan mucho y por ello hay que dejarlos en paz». Habéis leído bien: un obispo, rezan mucho, dejémoslos en paz. Ya se ve que para los obispos del post-concilio la oración compensa la herejía. La situación caótica determinada por el nuevo asociacionismo católico, del cual el Camino Neocatecumenal es una de las expresiones más emblemáticas no debería ser abandonada a sí misma, y mucho menos aprobada o tolerada pro bono pacis, especialmente si le faltase la debida claridad dogmática y moral. No se puede, por ejemplo, ni admitir ni tolerar un movimiento que, por principio, reduzca al mínimo la presencia presbiteral en su actividad catequística y litúrgica. Por otro lado, sería muy fácil poner de relieve la eclesialidad de cada movimiento sedicente católico, conmensurándola con el contenido teológico y jurídico de este mismo adjetivo: católico no es aquello que surge por generación espontánea en el interior de la Iglesia, sino lo que da vida o toma en sus manos las riendas de la jerarquía eclesiástica. Precisamente esta es la razón de ser de la Acción Católica, no por casualidad impugnada y marginada por el post-concilio… He indicado la situación caótica: no es responsabilidad  sólo del asociacionismo descontrolado; mucho más responsables son los «perros mudos, que no pueden ladrar» (Is. 56,10). 
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