por Infocaotico | 15 mayo, 2012
En la revista de los religiosos de la Fraternidad San Vicente Ferrer se ha publicado un extenso estudio del p. Bernard Lucien sobre la autoridad magisterial del Vaticano II. El superior de la Fraternidad, el p. Dominique de Saint Laumer, ofrece una síntesis del artículo de Lucien que puede leerse aquí. Gracias al generoso amigo Mendrugo, ofrecemos su traducción de una reseña más breve a la monografía de Lucien. Un escrito de interés para los católicos que piensan que la “obediencia extrema” no es acto virtuoso sino exceso voluntarista.La autoridad magisterial del Vaticano II. Contribución a un debate actual
(Extractos y presentación de un estudio del P. Bernard LUCIEN)
La actualidad de la Iglesia ha llevado a la revista Sedes Sapientiæ a sacar un número especial (el 119, de marzo de 2012), conmemorativo del cincuentenario de la apertura del Concilio Vaticano II. Con ocasión de este aniversario, está en primer plano la cuestión de los grados de autoridad y de los modos de ejercicio del Magisterio en aquel concilio. Además, esta cuestión se halla en el núcleo de las discusiones doctrinales entre la Santa Sede y la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X (FSSPX). Por ello, la Redacción ha decidido publicar íntegramente este estudio del P. Bernard Lucien como una aportación esencial a este debate.
El debate actual enfrenta a dos tendencias opuestas. De una parte, se insiste en el aspecto objetivo de la Tradición –su contenido–, y se subrayan los problemas de continuidad con el Magisterio anterior que plantean algunos textos del Vaticano II. De la otra, se insiste en el aspecto activo de la Tradición –la transmisión, cuyo órgano principal es el Magisterio–, y se subraya la necesidad de acatar las enseñanzas de aquel concilio ecuménico. Se impone, pues, intentar una conciliación de ambos puntos de vista. Esto es lo que hace el P. Lucien fundándose en algunos principios teológicos que gozan en la Iglesia del rango de doctrina segura y declarada.
El autor procede en varias etapas. En la primera (capítulo 1), estudia una objeción previa que plantea señaladamente el P. Jean-Michel Gleize, de la FSSPX: el Vaticano II, ¿tuvo la intención de ejercer la potestad magisterial? La voluntad «pastoral» del Concilio, ¿frustró su función magisterial? El P. Lucien basa su respuesta en las declaraciones de los Papas y del Concilio mismo: El Concilio Vaticano II fue, tanto en su intención como de hecho, un ejercicio del Magisterio supremo. Y debe por tanto ser recibido a título de tal por todo católico.
Esto implica un asentimiento previo o «global» a las enseñanzas expresadas en y por el Concilio. Queda, pues, desechada una crítica total, que no sería católica por cuanto no sería la de un hijo que reconoce en el Magisterio de la Iglesia la voz de quien ha sido constituida por Cristo como Madre y Maestra de la verdad. Pero ¿significa esto que todas las enseñanzas del Vaticano II gozan de la misma autoridad magisterial y exigen un mismo grado de adhesión? O yendo más lejos: ¿no ha podido deslizarse en sus documentos alguna expresión defectuosa, incluso algún error? El P. Lucien analiza esta cuestión esencial en dos fases.
En la primera de ellas (capítulo 2), nos recuerda de una manera general cómo el Magisterio de la Iglesia se ejerce de diferentes maneras que no comprometen en igual medida su autoridad. El autor distingue tres grados o niveles esenciales de autoridad, y a continuación expone los criterios que permiten diferenciar estos tres grados. La adhesión requerida en cada caso irá en proporción a la medida en que se compromete la autoridad magisterial en el texto y a la mayor o menor asistencia del Espíritu Santo que corresponde a tal compromiso. Por consiguiente, la posibilidad de error variará según esta escala:
1.- El error será totalmente imposible en razón de la infalibilidad para el grado máximo de autoridad.
2.- Resultará muy improbable pero no imposible en el Magisterio meramente auténtico o «autoritario».
3.- La posibilidad de error será mayor en el grado más bajo o Magisterio «pedagógico».
En una fase ulterior (capítulo 3), el P. Lucien aplica los principios discernidos en el capítulo anterior al caso del Vaticano II: ¿Qué grados de autoridad se hallan en sus enseñanzas? El autor no excluye la presencia del grado máximo: el Magisterio infalible. No porque el Concilio Vaticano II se expresara de forma extraordinaria y solemne sino porque, como órgano del Magisterio Ordinario Universal, estuvo asistido infaliblemente siempre que propusiera alguna doctrina directamente como tal, y si la presentó como verdad revelada, o bien ligada necesariamente a la Revelación.
El segundo grado de autoridad es el del Magisterio simplemente auténtico o «autoritario», y concierne al caso en que una doctrina se afirma directamente como tal, pero sin explicitar que esté ligada necesariamente a la Revelación. Estos casos son frecuentes en el Vaticano II, según el autor. Tales enseñanzas requieren de parte del creyente una verdadera adhesión porque –aunque no gocen de una asistencia infalible– la asistencia es suficiente para que exista una gran probabilidad de verdad: la proposición así enseñada es muy «probable», es decir: «digna de asentimiento». Lo cual empero no excluye toda posibilidad de error.
Sin embargo –afirma el P. Lucien– «este Magisterio no infalible pero también divinamente asistido, y por tanto enraizado en la infalibilidad, reclama a priori y de suyo una verdadera adhesión de todos los fieles, lo que excluye el disentimiento de principio, la impugnación por mero motivo de insuficiencia argumentativa e incluso la sistemática puesta en duda o la pretensión de constituirse en instancia crítica».
Y por último, se encuentra el tercer grado de autoridad: aquel que el autor llama «Magisterio meramente pedagógico, no autoritario». En este nivel se hallan «numerosos pasajes del Vaticano II: la mayor parte sin duda». Estos textos «no exponen doctrinas enseñadas directamente como tales sino enunciadas a título de introducción, explicación, argumentación o consecuencia, en relación con aquello que se afirma directamente y por sí mismo. O dicho en una palabra: indirectamente. Es el caso de la mayor parte de la Declaración Dignitatis humanæ». «La actitud que requieren del fiel no es la adhesión sino más bien la escucha dócil que corresponde precisamente a la intención pedagógica del Magisterio».
A lo largo de su estudio, el P. Lucien hace algunas sugerencias que, en vista de las controversias actuales, sería deseable atender:
Reconocer oficialmente la existencia de un nivel pedagógico del Magisterio y su profusa presencia en el Vaticano II, reconociendo asímismo la legitimidad de una discusión respetuosa dentro de dicho nivel, al que pertenecen la mayor parte de los «elementos deficientes» que se reprochan al Concilio.
Distinguir entre la aceptación global del Vaticano II como acto del Magisterio (con el asentimiento diferenciado que requiere cada punto) y una adhesión absoluta a todas y cada una de las proposiciones (cosa que no sería exigible).
Aclarar el punto de que la infalibilidad no se limita a las definiciones solemnes y que el Vaticano II no renunció a enseñar infaliblemente bajo el modo de Magisterio Ordinario Universal.
Reconocer que para aquellas enseñanzas que parecen «innovaciones» es necesario:
Hacer con lealtad un doble discernimiento: el de su grado de autoridad (calificación doctrinal) y el referente a su contenido objetivo.
Distinguir entre el orden práctico, donde las rupturas no son de suyo impensables, y el orden doctrinal.
Y subrayar que una aparente falta de continuidad no es suficiente motivo para que el fiel suspenda la adhesión debida según el grado de autoridad magisterial del punto en cuestión.
Por último, el P. Lucien subraya la necesidad de que los teólogos profundicen su investigación acerca de los problemas de continuidad objetiva planteados por los cuatro puntos más delicados en discusión: la libertad religiosa, la afirmación de que la única Iglesia de Cristo «subsiste en» la iglesia Católica, el ecumenismo y la colegialidad. Así como la oportunidad de una intervención del Magisterio acerca de estos puntos.
Este trabajo quiere contribuir a superar el diálogo de sordos que parece haberse entablado entre ambas partes, considerando en su unidad las verdades esenciales que –respectivamente y con toda razón– preocupan a unos y otros. Hacemos votos por que esta obra de pacificación y formación de los espíritus rinda sus frutos en las inteligencias y en los corazones.
La Redacción de Sedes Sapientiæ